Perseguido por pescadores, cocineros y hasta por un grupo de delincuentes llamado Los Nocturnos, este animal endémico de las costas de Yucatán es un indicador de la salud de su medioambiente.
UN CAZADOR SENSIBLE
Golfo de México, 8.4 metros de profundidad. La cacería.
Oculto en el piso oceánico, entre plantas marinas que semejan nopales, el cazador de ocho brazos observa cuidadosamente los movimientos de su presa, una jaiba. Está esperando el momento exacto para atacar. En un solo movimiento, el pulpo se lanza sobre ella y la atrapa.
No sabe que en realidad no cazó una jaiba, que en realidad el capturado es él, y que morirá pronto. Amarrado a un hilo, el cadáver de la jaiba sirvió a los pescadores de carnada para atraparlo.
Se trata de un pulpo adulto de unos 50 centímetros de largo, un macho. Sus brazos poseen dos hileras de ventosas, los órganos de succión que le permiten adherirse a la cuerda o a cualquier otra superficie. Su piel es color café claro y detrás de cada ojo tiene un punto rojo que es característico de su especie, Octopus maya. Es endémica de México y vive en las grietas, huecos e incluso conchas abandonadas de otros animales marinos de la península de Yucatán. Lo apodan “pulpo maya”.
Unidad Académica de Sisal, Yucatán. La investigación.
A unos cinco kilómetros de distancia de los pescadores, en la costa noroeste del estado de Yucatán, se encuentra Sisal, un poblado de no más de 60 manzanas. Entre sus edificaciones destaca la Unidad Académica de Sisal, unidad de extensión de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde los alumnos estudian, principalmente, el manejo de los recursos de las zonas costeras de la península.
Uno de los investigadores líderes del lugar es el doctor Carlos Rosas. Es un hombre alto, con ojos café, bronceado y de aproximadamente 60 años. Es el responsable del “Proyecto Pulpo”, que comenzó siendo un plan de acuacultura y ya ha permitido crear y patentar la tecnología necesaria para criar a Octopus maya en condiciones controladas.
Desde que el proyecto comenzó, el Dr. Rosas creó un equipo interdisciplinario en el que participan sus alumnos junto con una cooperativa conformada por pescadores locales y sus esposas. El presidente de la cooperativa se llama Antonio Cop Reyes, mejor conocido como don Toño. Su esposa, doña Silvia, es la secretaria de la cooperativa y encargada de cuidar los embriones, las hembras y los machos pulpo que su esposo trae del mar.
La investigación del Dr. Rosas se enfoca en la influencia que tienen los factores ambientales en los procesos fisiológicos de los seres vivos, rama científica que se conoce como ecofisiología. Así, estudian la respuesta de diversos animales acuáticos —entre ellos, el pulpo maya— ante factores físicos y químicos del medio, como el alimento, el agua, la salinidad, el pH (la acidez del agua), la luz y la temperatura.
Una de las líneas de investigación que él y su equipo están llevando a cabo ha conducido a una propuesta que pronto podría adquirir relevancia mundial: utilizar el pulpo maya como un modelo para predecir las consecuencias que traerá consigo el calentamiento global. Como la especie es particularmente sensible a los cambios de temperatura, su presencia en el medio natural es indicador de un ecosistema saludable y balanceado; su falta lo sería de todo lo contrario.
Sobre el calentamiento global, las predicciones del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), se han ido refinando y precisando con los años. Según su último reporte, dentro de aproximadamente 60 años, la temperatura promedio del océano aumentará de 3° a 4º centígrados. Aunque este aumento puede parecer trivial, para el sensible Octopus maya será grave, muy grave.
Para descubrir cuántos son los grados ideales para estos animales, el Dr. Rosas y su equipo colocaron pulpos en un tubo lleno de agua acondicionada de tal forma que se creó un gradiente: 11º C en un extremo y 35º C en el otro. Después, colocaron los pulpos de forma aleatoria en el tubo y esperaron a que ellos solitos se movieran hacia la temperatura que preferían.
Con ese y otros experimentos, encontraron que esta especie no solo prefiere, sino que únicamente puede vivir entre los 22° y 26º C. Es un rango de tolerancia de solo 4º C; muy cerrado si se le compara con el rango de 12º C de otras especies de pulpo, como Octopus insularis. Cuando el pulpo maya vive dentro de esas temperaturas su reproducción es óptima y la especie prospera, pero uno o dos grados por encima o por debajo son letales.
Los investigadores observaron que fuera de este rango los embriones no nacen o lo hacen con deformidades, y que las hembras no ponen huevos. También, en un resultado preliminar, encontraron que, al estresar a los machos con temperaturas altas o bajas, los espermatozoides no fecundan los óvulos y no hay reproducción.
Con el calentamiento paulatino del agua es inevitable preguntarse cómo las poblaciones de pulpo se recuperan año tras año en esta zona. Parece ser que una de las respuestas es la surgencia de agua fría subterránea que baña la placa continental de Yucatán y regula su temperatura. Esta corriente viaja a más o menos 1,000 metros de profundidad, con una temperatura de 2º C. Gracias a ella, el fondo de esta placa se enfría, y como resultado da una temperatura de entre 22° y 26° C, que curiosamente es el rango exacto en el que mejor viven estos organismos.
En contraste, la zona de Campeche no recibe esta surgencia, así que hoy en día, durante el verano, el fondo del mar alcanza hasta 30º C. Las poblaciones de pulpo en esta zona se han visto afectadas y disminuidas, ya que las hembras no ponen huevos y no hay reproducción.
Del otro lado del hilo de pescar. La captura del pulpo.
Parado sobre una lancha blanca, Adolfo Cop Novelo extrae del agua el pulpo que ha capturado. Es un pescador de unos 50 años de edad, con un bigote negro salpicado de canas blancas. Tiene más de 20 años pescando en Sisal.
Con una mano, Adolfo toma el molusco de la cabeza. Con la otra, empuña un cuchillo con el que lo atraviesa de ojo a ojo sin dudar. El pulpo se retuerce y mueve los brazos una última vez.
Sentado sobre su lancha, don Toño explica que solo existe una manera legal de pescar pulpo y se llama “gareteo”. Es una técnica artesanal que consiste en colocar, en las puntas de la lancha, varas de bambú, cada una con ocho o nueve cordeles de pesca amarrados. En el otro extremo de los cordeles, va el cadáver de una jaiba que tiran al fondo del mar. Colgada de la lancha va la lona que llaman “garetera”, la cual les ayuda a controlar los movimientos de la lancha mientras jalan el pulpo hacia la superficie.
Es una técnica con muchas ventajas. Una es que el movimiento de la garetera hace que los cordones brinquen y, con ellos, las jaibas. Estos movimientos parecen tan naturales que cualquier pulpo cae engañado y piensa que la jaiba está viva, que es una presa digna para un cazador voraz e inteligente como él. Además, en temporada de pesca las hembras están cuidando a sus huevecillos, esto asegura que los pescadores solo capturarán machos que ya se reprodujeron y que cumplieron su ciclo vital.
En la lancha que está a un lado, don Toño discute la importancia del pulpo para la economía de familias de pescadores como la suya. Para ellos, estos octópodos son la fuente principal de sus ingresos, tanto que “todos esperan al pulpo para pagar sus deudas” dice risueño.
Su valor en el mercado nacional e internacional es altísimo, superior incluso al de los camarones y peces comestibles. Según un estudio de 2006 realizado por el Centro de Investigación y Estudios Avanzados, Cinvestav, el producto pesquero de la zona costera de Campeche y Yucatán depende alrededor de 50 por ciento, unos 40 millones de dólares, de la pesca del pulpo, tanto O. maya como O. vulgaris; la especie que le sigue, el mero, representa solo el 17 por ciento.
La demanda es tal que los gobiernos de Campeche y Yucatán dictaron un periodo de veda. Del 16 de diciembre al 31 de julio de cada año está prohibida la pesca del pulpo. Esta restricción está planeada para coincidir con la temporada de desove de las hembras, que de noviembre a diciembre se dedican a colocar cuidadosamente sus huevos en cuevas y recovecos. Ahí los alimentan y los bañan con agua que oxigenan a través del sifón, órgano con el cual pueden lanzar chorros de agua. Así aseguran el nacimiento de sus crías —y la supervivencia de su especie.
Cada año, los pescadores extraen entre 20 millones y 40 millones de individuos de la especie Octopus maya. Con la presión ejercida por esta actividad, más el calentamiento paulatino del agua, es inevitable preguntarse cómo las poblaciones de pulpo se recuperan año tras año en esta zona.
LOS LARGOS BRAZOS DE LA ENVIDIA
Año 2008: Nace la cooperativa
Un día, hace poco más de diez años, el Dr. Rosas pasó a comprarle rábanos a un grupo de mujeres de Sisal que sembraban hortalizas. Cuando se percató de su habilidad para trabajar la tierra y cuidar las plantas, decidió invitarlas al proyecto de acuacultura de pulpo. Al principio, sus tareas consistían en salir al mar, capturar pulpos, llevarlos de regreso a los estanques y asegurarse de que estuvieran bien alimentados.
Entre mareos, brazos pegajosos y agua salada, estas mujeres fueron involucrándose más y más en el proyecto. Con el tiempo, dos de ellas invitaron a sus esposos pescadores a participar. Un par de años después, cuatro mujeres y los maridos de dos de ellas se constituyeron oficialmente como una cooperativa y comenzaron a hacer planes para el futuro.
Con la ayuda del Dr. Rosas y su equipo, redactaron una manifestación de impacto ambiental y pidieron la concesión de un terreno de propiedad federal para comenzar una granja de cultivo de pulpos. Mientras la manifestación estaba siendo procesada por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, la Semarnat, recibieron por parte del municipio cartas de uso de suelo, así que comenzaron a limpiar el terreno. Lamentablemente, en medio de todo ese proceso, la cooperativa y el Dr. Rosas habían despertado la furia de algunos pobladores de Sisal sin saberlo.
Año 2010: El ataque de Los Nocturnos
Alrededor de 2010, un periódico local de Yucatán celebraba en primera plana: “Rinde frutos la primera granja de pulpo en el mundo”. La noticia era un esfuerzo de distintos grupos, como Fundación Produce, para difundir el proyecto y conseguir más apoyos, pero no era del todo acertada: aún faltaba mucho por hacer y la granja todavía ni existía.
La noticia, junto con el rumor de que la Semarnat estaba por conceder la concesión a la cooperativa, viajó rápidamente por Sisal hasta alcanzar a un grupo de individuos conocidos como Los Nocturnos.
Por razones que aún permanecen turbias, uno de los miembros de este grupo y el comisionado municipal visitaron al alcalde y lo convencieron de que el terreno que estaban por conceder no era federal, sino municipal. Unos días más tarde, sin aviso alguno, Los Nocturnos entraron en el terreno con maquinaria pesada, desmontaron toda la vegetación, lo dividieron y vendieron cada pedazo en 2,000 pesos, comenta el Dr. Rosas.
Una persona que continúa en el anonimato denunció a la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente, o Profepa, que alguien estaba cometiendo un delito al desmontar una duna de propiedad federal. Cuando los miembros de esta institución llegaron a levantar un acta y analizar el problema, fueron secuestrados por miembros de Los Nocturnos. El conflicto se volvió tan grande que la Marina y el gobierno tuvieron que intervenir para resolverlo.
A pesar de que lo sucedido con Los Nocturnos había preocupado a la cooperativa, continuaron en espera de la concesión y empujando para obtener su espacio. Hicieron un acuerdo con un distribuidor de tanques de cría y comenzaron a conseguir la maquinaria necesaria para poder montar la granja.
Finalmente, el 11 de febrero de 2011 recibieron los papeles de aprobado y se propusieron comenzar a trabajar. Tristemente, las malas noticias no habían terminado para ellos ni para el Dr. Rosas.
Febrero de 2011: El iglú en llamas
Al día siguiente de que la cooperativa recibiera los papeles, unos minutos después de las 11 de la noche, un vigilante de la universidad llamado Luis, que había terminado su revisión, estaba platicando con el guardia. De pronto, vio a lo lejos llamaradas y humo. Al llegar al lugar del incendio, encontró que uno de los edificios en forma de iglú, que contenía cientos de hembras y pulpos recién nacidos, estaba ardiendo.
Al verlo, Luis llamó al Dr. Rosas y le platicó lo sucedido. No podían creerlo; no sabían qué hacer. El Dr. estaba de viaje con don Toño, coordinando nuevos planes para la unidad y la cooperativa, así que, en realidad, no podía hacer nada.
La escena que permaneció después de que el fuego había cesado era la de una devastación total. Se quemó todo. Cada tanque, cada tubería y cada medidor se habían derretido. Todos los pulpos habían muerto. Hasta la fecha nadie sabe quién fue, nadie sabe por qué. Muchas cosas en Sisal parecen girar en torno a este único animal.
Año 2018: Los sobrevivientes de la cooperativa
Hoy, en la cooperativa solamente quedan dos de sus miembros iniciales: doña Silvia y don Toño. Los demás se fueron desanimando. Han pasado siete años desde que recibieron la concesión y, hasta la fecha, ante cualquier intento de utilizar su tierra, reciben agresiones: les queman su equipo, les tiran las bardas.
Don Toño sigue saliendo al mar a traer pulpos para la unidad. Conserva la esperanza de que pronto tendrán su granja. Al preguntarle qué les pasaría en caso de que las poblaciones de pulpo colapsaran, responde: “Mi ilusión es hacer la granjita, para que cuando eso suceda pues ya tenemos cómo subsistir, de dónde vivir”.
Doña Silvia sigue yendo a la universidad todos los días, incluyendo sábados y domingos. A veces los pulpos se estresan y se enrollan con fuerza en sus brazos, la muerden o le lanzan tinta, siempre apuntado a la cara. Aun así, para ella ese lugar es como un segundo hogar y los pulpos son como sus nietos o sus pacientes. Hasta el momento no ha ganado nada más que conocimiento, pero para ella eso es invaluable. “Además ya me acostumbré, yo con uno o dos días que no venga siento que tengo la necesidad, siento que cuando yo venga todo va a estar mal”, dice sonriente.
Afortunadamente para ellos, el gobierno resolvió intercambiar el terreno que les habían concedido por uno nuevo y ahora esperan los papeles nuevos.
LA CATÁSTROFE ANUNCIADA
Aunque el futuro es incierto para don Toño, doña Silvia y Carlos Rosas, es aun menos esperanzador para el cazador de ocho brazos. Según un trabajo publicado en Nature, una revista científica de importancia internacional, la corriente fría que baña la placa continental de Yucatán está debilitándose como consecuencia del calentamiento global.
De todo ese calentamiento, el mar está absorbiendo 90 por ciento. El problema con la temperatura no solamente es su aumento paulatino, sino que las anomalías térmicas suceden cada vez con más frecuencia. Estas anomalías significan que, durante meses o años, la temperatura aumenta drásticamente y después baja. En términos geológicos, estas variaciones son irrelevantes, pero para las poblaciones de animales, unos cuantos meses con más calor pueden llevarlos a la extinción.
El Dr. Rosas y su equipo se preguntan por qué estas altas temperaturas son tan dañinas para los organismos. Su hipótesis actual es que con el calentamiento sube la producción de radicales libres, que son átomos o moléculas con un electrón libre y, por lo tanto, muy reactivos. Estas partículas, que suelen ser tóxicas, podrían estar acumulándose en las membranas de los animales, incluso en órganos tan importantes como el corazón. Esto ocasionaría un envejecimiento celular prematuro e infartos fulminantes en las especies marinas.
Además, al correlacionar los límites de tolerancia de temperatura de las presas y depredadores de Octopus maya con la temperatura de la superficie del mar sobre la placa y la de unos cuatro metros más abajo, los investigadores encontraron que el pulpo y sus presas comparten un nicho térmico, y que un ligero incremento en la temperatura del agua probablemente los forzaría a migrar a sitios más profundos, o más lejanos, para encontrar el lugar con la temperatura adecuada.
En consecuencia, el ecosistema de la placa continental cambiaría y no volvería a ser el mismo. Los depredadores, al tener mayor tolerancia a temperaturas más altas, “van a ser los reyes”, advierte el Dr. Rosas y eso cambiaría por completo la estructura.
En realidad, los científicos no saben qué tan grave podría ser el cambio, pero el calentamiento tiene un efecto dominó: aumenta un grado y baja el oxígeno disuelto, cambia el pH, los radicales libres se acumulan, los organismos que conforman el plancton mueren, los embriones no tienen con qué alimentarse, entonces también mueren. La serie de eventos sigue hasta terminar en uno de dos escenarios: la casi extinción de una, o varias especies, o un cambio absoluto en la estructura actual de las comunidades. Y esto sin contar a las comunidades humanas, los pescadores y sus familias cuya subsistencia depende del ecosistema marino.
Además, cerca de Sisal hay un sector petrolero que preocupa a los científicos porque aún no han medido si ya ha empezado a contaminar el mar.
Por si fuera poco, sumada a la enorme presión que ejerce la pesca legal sobre la población, también se está llevando a cabo pesca ilegal de pulpo. Y en este tipo de pesca nada se respeta, empezando por la veda: saquean los refugios y extraen hembras embarazadas, pulpos juveniles, a todos por igual. Todo esto va encerrando al pulpo en una situación cada vez más precaria, cada vez más amenazante.
Así, frente a las costas de Yucatán hoy existe un modelo que describe el frágil balance de este hábitat, una aproximación a los peligros que enfrenta la vida marina a escala global.
Ojalá algún día pueda convertirse en un modelo de conservación y sustentabilidad, aunque hasta ahora no parece ser el caso; ojalá que la situación del pulpo maya nos alerte, que se sume a la lista de razones por las cuales frenar el calentamiento global. Un grado más y ya sabemos lo que va a pasar.
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La investigación y redacción de este reportaje fueron financiadas con apoyo de Conacyt para el proyecto 295670 “Los Intangibles. Revista online”, de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia AC, como parte de la Convocatoria para Proyectos de Comunicación Pública de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación 2018.