Uno de los misterios de la feria de San Marcos es su abanico de lenguajes que hospeda, la dimensión católica es solamente uno de ellos, el primigenio: San Marcos, el evangelista. En los espacio de la fiesta se desbordan expresiones de todo tipo, expresiones orales, gestuales, visuales, escritos, musicales, artesanales…, además de una debate entre culturas, por ejemplo, el pasado domingo 28 de abril los anti taurinos manifestándose contra la fiesta taurina. Tema anticultural, depredamos lo simbólico, lo discursivo, lo ceremonial, lo litúrgico…, se cruzan cultura y fiesta con la novedad efímera. La celebración suaviza las diferencias, la Feria de San Marcos logra la convivencia entre fifís y “pueblo bueno”. En contraste la mañanera polariza y engendra el odio entre la verdad que es Dios y la mentira que es Belcebú. La cultura atiende coincidencias y antagonismos mediante la cordialidad, “cordis” que es corazón, la cultura popular tiene una divisa, a propósito de la fiesta taurina, reconoce influencias corresponsables, manifestaciones académicas, artesanales, de sabiduría popular, de refinadas especialidades culturales…
Sin duda, la Feria Nacional de San Marcos es una expresión de la que el pueblo se hace cargo, en su masa anónima le da rostro, la autoridad lo que debe brindar es seguridad, vigilancia y castigo. Las expresiones colectivas espontáneas tienen como talante su vitalismo, a pesar de las diferencias que la vida cotidiana muestra. Nuestra festividad es un acontecimiento local que se confeccionó con el tiempo y los finos impulsos de los aguascalentenses que saben ser anfitriones. Las familias socializan sin medir diferencias de ninguna índole, lo importante es la tradición de la fiesta de abril en el corazón de barrio de San Marcos y su apertura nacional e internacional.
El festejo manifiesta los cambios culturales de comunicación, los cambios de dominio de la propia fiesta, que además de honrar al evangelista, ha hecho de la fiesta de los toros el eje de la Feria Nacional. El ceremonial conjunta la fiesta religiosa con la cívica, la alegría profana, a pesar que no se reconozca oficialmente, con la actividad política. Se mescla sonidos musicales sin control con la alegría manifiesta del ditirambo, Dionisos se hace cargo de los espacios públicos para contagiar el sentido de la alegría.
Cada gobierno declara la mejor feria de todos los tiempos, en el fondo tiene razón, pues con el paso de los años la fiesta adquiere matices impresionantes de cultura y sentido popular. La conmemoración de San Marcos es la clave de sus espacios públicos. Muestra un déficit fuerte de sentido político, hacer de la feria un festejo de soluciones posibles a los problemas comunes, el espacio público es ganado por cada persona en su espacio compartido con la multitud. Es la escena de una acción colectiva, la fiesta de la comunidad con todas sus expresiones, el lugar público privilegiado en el que se aprecia la manifestación de valores, creencia imperiosas, al propio tiempo, muestra de virtudes de comportamientos de personas que se descubren en el espacio del regocijo, lugar público, en el que luchan y negocian sus posibilidades profesionales, comerciales, culturales, que viven en el “fondo primordial” de las entrañas del pueblo que históricamente hace la feria de tal forma que debe ser disfrutada en su tiempo estético de producción social; la junta de conceptos de sujetos celebrados y celebrantes, paganos y religiosos, viejos y jóvenes, todas y todos, en la misma apoteosis.
Las mejores ferias, en la historia, han sido las que no han sido anárquicas, las que las multitudes son respetadas ampliamente, no son amotinados, las policías no son prepotentes, groseros y poco comedidos. Es un espacio de encuentros y reconciliaciones, de disidencias y conformidades, de tolerancia y comprensión. En la fiesta todas y todos son actores, son el contagio de la alegría, no hay lugar pasivo. Los aguascalentenses seguirán siendo, separados en el calendario civil, definido por el calendario religioso, por un antes y un después de la feria. Las manifestaciones son discursos de la verdad del arte y la cultura en un espacio público en el que se caen mentiras y simulaciones. Hay una “prueba de ácido”: las ovaciones o repudios a las representaciones oficiales, el pueblo factura si se gobierna o se gobernó mal o bien, no hay chantaje.
Nietzsche no fue un filósofo sombrío ni alejado de la existencia, debemos considerarlo un “filósofo de la vida”. Sus “martillazos” no son para muertos, menos para Dios, “que ha muerto”. Nunca se le rinde justo honor, cita en La voluntad de poder, “… el pensamiento abstracto es para muchos un esfuerzo, para mí… una fiesta y una embriaguez”. Es decir una fiesta, la más alta forma de existencia. Pare Nietzsche la esencia de la fiesta es orgullo y desenfrenada alegría, el encuentro con sí mismo en medio de la celebración.