Para comenzar a sanar, es indispensable que se les otorgue reparación psicológica, legal y social.
DICEN QUE EN LA VIDA nada es mejor que decir la verdad, pero también es cierto que algunas verdades duelen. En ese sentido, el acoso sexual como una de las muchas formas de violencia contra la mujer —y también niños y niñas— es algo que desgraciadamente ha existido siempre, y esa es una dolorosa verdad. La diferencia ahora estriba en que existen canales y medios, como las redes sociales, que ayudan a evidenciarlo, denunciarlo y ponerlo sobre la mesa como nunca antes se había hecho.
Recientemente en México, el movimiento #MeToo volvió a resurgir con más fuerza cuando el 22 de marzo de este año la comunicadora política Ana G. González señaló en su cuenta de Twitter al escritor Herson Barona como responsable de varios actos de abuso, acoso y violencia sexual contra varias mujeres. Dichas acusaciones dieron origen el hashtag #MeTooEscritoresMexicanos y, posteriormente, a otros como #MeTooCine, #MeTooMedicina, #MeTooPeriodistas y otros ámbitos como la política, el marketing y publicidad, las artes y hasta influencers y celebridades de internet.
Sin embargo, después de las denuncias, la visibilidad en redes y de los procesos judiciales —en su mayoría fallidos e ineficaces para las víctimas—, ¿qué sigue?, ¿quién repara y qué es lo que pasa con las víctimas que ya sufrieron el daño y han tenido que reunir todo su valor para hacer público un hecho tan íntimo, doloroso y lamentable?
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Podría pensarse que la denuncia es el problema, pero al hablar de acoso y abuso sexual, estamos hablando de un tema tan delicado y complejo para las víctimas que lo sufren, que muchas veces el proceso penal —que carece de total sensibilidad respecto al tema— no es suficiente para resarcir el daño, y mucho menos en un país donde la impunidad ante estos eventos es la normalidad.
Es cuando la integración de la terapia psicológica y algunos otros sistemas de ayuda emocional se vuelven fundamentales durante todo ese proceso como parte del tratamiento que ayude a superar y reparar las heridas emocionales de las víctimas.
Según la Sociedad Británica de Psicología (BPS-The British Psychological Society) 80 por ciento de las mujeres víctimas de algún tipo de violencia sexual experimentan las mismas secuelas además del estrés postraumático, que incluyen: ansiedad, depresión, culpa, aislamiento, dificultad para relacionarse con otras personas, dificultad para establecer contacto físico, ataques de pánico, ira, trastornos de sueño, trastornos obsesivos compulsivos (como la necesidad de asearse o limpiarse constantemente por el sentimiento de “suciedad” que se genera), baja autoestima, miedo y hasta conductas suicidas en casos donde la víctima fue sometida a niveles aún más agresivos y traumáticos de violencia sexual, que dañan no solo en el orden físico, sino también profundamente a nivel mental y emocional.
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La psicóloga chilena Susana Alvarado, especialista en terapia de traumas y quien ha trabajado muy de cerca con mujeres, niñas y niños víctimas de violencia y abuso sexual, sostiene que las personas sometidas a este tipo de agresiones no solo necesitan una reparación psicológica para sanar, también requieren una reparación social y legal. Lo primero porque hace falta mucha educación y sensibilidad en el tema para una sociedad que casi nunca les cree a las víctimas y, lo segundo, porque en muchos países de América Latina, incluido México, a pesar de que existen leyes y protocolos que deben velar y garantizar la seguridad y el seguimiento correcto de estos casos para que no queden impunes, muy pocas veces se aplican y resultan efectivos. En muchos casos, las mismas autoridades dudan de las declaraciones de las víctimas entorpeciendo el proceso y acentuando más el trauma psicológico por la impotencia que causa en las víctimas ese tipo de negligencia.
Ante este escenario, podemos darnos cuenta de que la violencia sexual, ya sea en forma de abuso, acoso o violación, es perverso, agresivo y tan profundamente doloroso para las víctimas, que afecta y desequilibra todas las áreas de su personalidad, incluyendo la sexualidad y la dificultad para expresarla y vivirla con plenitud más adelante.
Por eso, la Asociación Estadounidense de Psicología (APA, American Psychological Association) recomienda fomentar la cultura de la terapia psicológica —sobre todo en países latinos—, en cualquiera de sus ramas y vertientes, como alternativa eficaz y segura para trabajar en la reparación emocional y la reintegración de las víctimas a su entorno con el fin de que puedan continuar con su vida.
En México solo 1 por ciento de la población acude al psicólogo o a cualquier otro tipo de ayuda como lo es el coaching en rehabilitación emocional y otras prácticas profesionales dentro del campo del desarrollo humano que ayudan a la resolución de conflictos, debido a que aún hay muchos tabúes, estigma y mala información al respecto. En el caso de las mujeres y otras víctimas de violencia sexual, el porcentaje es aún más bajo motivado por el miedo y las dudas que provoca sufrir este tipo de ataques, además del proceso de asimilación que la víctima debe enfrentar primero consigo misma antes de siquiera denunciar y tomar acción para pedir ayuda.
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El acoso sexual es una realidad y es un problema que nos atañe a todos. Hoy por hoy, miles de mujeres en México y el mundo siguen siendo víctimas silenciosas que cargan con el dolor y la culpa que genera vivir un hecho así. Por esa razón, es imprescindible fomentar una cultura de cuidado emocional y mental como parte integral de un desarrollo personal saludable y como parte fundamental de la atención y rehabilitación a las mujeres víctimas de violencia sexual.
Como sociedad, es justamente desde la conciencia, empatía e información que podemos convertirnos en aliados y que, de ese modo, ninguna víctima más tenga que callar por miedo y vergüenza. Así evitaremos convertirnos en los cómplices que fomenten esos silencios por indiferencia, hasta que llegue el día en el que ninguna mujer se vea obligada a ocupar un lugar más en las estadísticas. Hasta que, por fin, ni una sola mujer se vea en la necesidad de alzar la voz en una lucha que exige respeto a su integridad física, emocional y mental. Solo el día en que se garanticen los derechos de las mujeres la lucha habrá dejado de ser una y se convertirá en una conquista que celebre lo que desde un principio siempre debió ser para todas y cada una de las mujeres: respeto y equidad.