En diciembre pasado, el presidente ruso Vladimir Putin llamó a la economía de ese país a “entrar en otra liga”. Pero esa prioridad está lejos de ser clara si vemos los sitios en los que el Kremlin ha colocado sus fichas de política exterior.
La apuesta más reciente es Venezuela, país al que Rusia envió recientemente dos bombarderos Blackjack con capacidad de transportar armas nucleares. El secretario de Estado estadounidense, Michael Pompeo, desestimó esta acción y la calificó como “dos gobiernos corruptos despilfarrando fondos públicos y aplastando la libertad… Mientras que sus pueblos sufren”. De hecho, Venezuela es un país que se encuentra en serias dificultades económicas y en el que, según pronósticos del Fondo Monetario Internacional, la inflación de este año llegará a 10 millones por ciento.
También Estados Unidos ha impuesto cargas a su economía doméstica para gastar grandes sumas en guerras en el extranjero, desde Corea y Vietnam hasta Afganistán e Irak. Durante la Guerra Fría, empleó recursos para contrarrestar la influencia soviética en muchos países pobres, como Nicaragua, Angola y las naciones del Cuerno de África. Sin embargo, en su mayor parte la política exterior de Estados Unidos ha dado una alta prioridad al fortalecimiento de la dinámica economía de ese país y a apoyar el crecimiento económico mundial. Durante la crisis financiera asiática de 1997-1998, la Reserva Federal estadounidense no solo apoyó la respuesta de política global, sino que asumió el liderazgo para apoyar a algunos países afectados. Diez años después, durante la crisis financiera, ese organismo fue una pieza central de la respuesta monetaria mundial.
En relación con el comercio, durante el gobierno de Obama Estados Unidos y 11 países más negociaron el Acuerdo Transpacífico. A pesar de haberlo cancelado y de desatar cuestionables guerras comerciales, el gobierno de Trump ha actualizado importantes acuerdos comerciales con Canadá y México, así como con Corea del Sur. En enero pasado, Estados Unidos, la Unión Europea y Japón acordaron realizar mayores esfuerzos para contrarrestar el comercio injusto y disminuir las barreras a la innovación.
Sin embargo, la política exterior de Rusia sigue un ritmo económico distinto. Al parecer, al Kremlin lo motiva más la ambición política. Busca lograr una esfera de influencia en los países cercanos y una condición de gran poder más allá de sus fronteras, con el objetivo de aumentar su influencia sobre sus vecinos y contrarrestar el dominio estadounidense y occidental en todo el mundo. No obstante, los esfuerzos del Kremlin suelen ser costosos o contraproducentes.
Hacer la guerra en el este de Ucrania y mantenerla en Crimea ha tenido un alto costo económico para Rusia, tanto de manera directa como a través de las sanciones impuestas por Occidente. Bloomberg Economics calcula que las sanciones han reducido el producto interno bruto de Rusia en 6 por ciento durante los últimos cuatro años. Y los gastos no militares de Rusia en esas áreas podrían suponer una carga de 0.3 por ciento anual sobre el PIB de Rusia. Las áreas separatistas ocupadas por los rusos en Georgia y Moldavia también requieren subsidios.
Incluso algunos esfuerzos de cooperación pacífica han resultado decepcionantes. Aunque es relativamente joven, la Unión Económica Euroasiática, compuesta por Rusia, Kazajstán, Bielorrusia, Armenia y Kirguistán, no ha logrado la integración económica. Sus miembros tienen relaciones económicas más sólidas con países no pertenecientes a la unión.
La gran búsqueda de poder de Rusia también es costosa. La intervención militar en Siria pudo haber obligado a los rusos a imponer recortes de gastos en las áreas de salud, educación y bienestar. Además, el apoyo al régimen del presidente sirio Bashar al Assad, agravado por los ataques aéreos contra objetivos civiles, ha hecho que Occidente apoye las sanciones contra Rusia.
Es posible que Siria requiera aún más recursos de Rusia. En agosto pasado, Naciones Unidas calculó que el costo para Siria de siete años de guerra civil era de 388,000 millones de dólares. A Rusia parece preocuparle que algunos sirios la culpen por destruir gran parte de su país sin ayudar a reconstruirlo. Hace un año, el diplomático de más alto rango en Bruselas dijo que era “el momento adecuado” para que la Unión Europea proporcionara ayuda por “decenas de miles de millones” de euros.
Es posible que Rusia también esté malgastando su dinero en Venezuela, con una inversión de hasta 25,000 millones de dólares, gran parte de la cual ha sido asignada al sector energético. Rusia asumió riesgos similares en Irak antes de que el presidente Saddam Hussein fuera derrocado, y después tuvo que pagar una deuda de 12,900 millones de dólares. Si el gobierno izquierdista de Nicolás Maduro sobrevive en Venezuela, podría seguir siendo un barril sin fondo para Rusia. La industria petrolera venezolana está en malas condiciones, y las nuevas sanciones impuestas por Estados Unidos podrían combinarse con la hiperinflación para debilitar aún más la economía de ese país. Un cambio de gobierno también podría poner en riesgo las inversiones de Rusia.
El Kremlin pudo haber aprendido la lección, y está realizando algunas arriesgadas apuestas por debajo de la mesa. En diciembre pasado, Rosneft, la mayor empresa productora de petróleo de Rusia, abandonó sus planes de realizar una inversión conjunta por 30,000 millones de dólares con Irán, en parte, debido a las sanciones estadounidenses y a los términos poco atractivos ofrecidos por Irán.
Existe otro costo: una necesaria reforma a las pensiones que el Kremlin instituyó el año pasado generó protestas públicas generalizadas. Algunos rusos piensan que el costo de las “aventuras en el extranjero” (es decir, en Siria y Ucrania) fueron lo que llevó a esto. La reforma ha contribuido a reducir la confianza del público en el gobierno de Putin en un índice de 33.4 por ciento, de acuerdo con el Centro de Investigación sobre la Opinión Pública, dirigido por el Estado.
A pesar de todos sus problemas, el orden económico mundial ofrece oportunidades sin precedentes para que los países prosperen. En 2016, Rusia tenía el duodécimo PIB más alto de todos los países y era el mayor exportador de petróleo del mundo. Sin embargo, en ese año el presidente Obama señaló que “no ha habido ninguna reunión del G20 en la que los rusos hayan establecido la agenda alrededor de ninguno de los temas realmente importantes”.
Si aprovecha los elementos más eficientes de la globalización y cultiva lazos con socios prósperos, Rusia podría incrementar su potencial económico y mejorar los estándares de vida de sus habitantes. Y si participa de manera más positiva en el mundo, podría influir en los foros más importantes, como el G20 y otras instituciones multilaterales. Esto sería más fácil si el Kremlin diera una mayor prioridad a sus intereses económicos y se alejara de autócratas destructores de la economía.
https://newsweekespanol.com/2019/01/china-rusia-advierten-trump/
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William Courtney es miembro adjunto de alto nivel de la Rand Corp., una organización no partidista sin fines de lucro, y exembajador de Estados Unidos en Kazajstán y Georgia. Howard J. Shatz es economista de alto nivel en Rand.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek