El mercado de valores está al alza, el desempleo está en su nivel más bajo desde 1969 y la confianza del consumidor es alta. “La economía está muuuy bien”, afirma el presidente Donald Trump. Entonces, ¿por qué sus índices de aprobación se han ido por el desagüe? Esto es lo que hay detrás de los números.
Paul Grilli recuerda claramente la implosión. Era el 28 de abril de 1982, y el nativo de Youngstown, Ohio, estaba de pie, frente a U.S. Steel’s Ohio Works, una de las últimas plantas de gran tamaño en esa ciudad. Su padre era un trabajador siderúrgico desempleado. La familia miraba mientras cuatro altos hornos se derrumbaban, destruidos por la dinamita, pocos años después de que las instalaciones habían cerrado.
Era el fin simbólico de una era. Una enorme empresa estadounidense había sido devastada por la competencia japonesa. Las industrias del acero, del aluminio y automotriz parecían estar muriendo. “Mi padre, mi tío, mi abuelo, todos ellos habían perdido el trabajo. No sabían qué iba a pasar”, recuerda Grilli.
Actualmente, Youngstown es un lugar muy distinto, de menor tamaño, menos industrial, pero no postindustrial. Grilli ahora entrega lingotes de aluminio a clientes industriales en todo el Medio Oeste, y tiene amigos que trabajan para una próspera empresa llamada Youngstown Tool & Die, el tipo de empresa de la zona industrial de Estados Unidos que, al igual que U.S. Steel, prosperaba hace mucho tiempo, cuando la economía estadounidense florecía y su sector de fabricación no estaba amenazado por la competencia extranjera.
Pero Youngstown Tool & Die, que suministra equipo a productores de aluminio para transformar el metal en una gran variedad de productos, también fue más hábil. No solo sobrevive hasta el día hoy, sino que también florece, ahora mismo, en medio de una economía en auge. El verano pasado, la empresa anunció que gastaría 13 millones de dólares en la construcción de una nueva planta y, en el proceso, contrataría a 57 empleados, un aumento de 20 por ciento en su plantilla. El plan de expansión, señala su gerente general Dave Mrdjenovic, se deriva de la “economía muy fuerte”, de los beneficios que la empresa recibió del recorte fiscal a las corporaciones aprobado por el gobierno de Trump, y de un entorno regulatorio “estable”. La empresa ahora espera expandir sus ventas a todo Estados Unidos y comenzar a exportar a Canadá y México.
En ese sentido, Youngstown Tool & Die es un ejemplo perfecto de la “Trump-onomía”. En medio de la locura de la era de Trump, los rumores de que la 25ª Enmienda pudiera ser usada para derrocar al presidente, la investigación en curso de Mueller sobre la supuesta intervención de Rusia en las elecciones, la intensificación de la guerra comercial con China, los incesantes tuits, la impulsiva toma de decisiones, lo único que los funcionarios gubernamentales piensan que pueden decir sin equivocarse es que ellos controlan la economía.
“Seré el más grande ‘presidente del empleo’ que Dios haya creado jamás”, prometió Trump durante la campaña de 2016. Los presidentes siempre exageran lo que pueden hacer para arreglar una economía, y reciben más crédito del que merecen cuando los tiempos son buenos. Otras fuerzas poderosas (la política monetaria, los índices mundiales de crecimiento, los choques geopolíticos) dan forma a la salud financiera de Estados Unidos. Sin embargo, los asesores de Trump afirman que, según muchas escalas, el presidente está cumpliendo sus promesas.
El índice de desempleo es de 3.7 por ciento, el más bajo desde 1969. La confianza del consumidor está en su punto más alto en 18 años. El entusiasmo de las pequeñas empresas es mayor que en cualquier otra época de la que se tenga registro. El mercado de valores está al alza. Y la economía creció 4.2 por ciento en el segundo trimestre y bien podría alcanzar el 3 por ciento anual. “Los días del estancamiento secular”, que es la descripción del gobierno de Obama del lento crecimiento en Estados Unidos, “se han acabado”, dice Larry Kudlow, director del Consejo Económico Nacional de Trump. “Esto es algo sostenible”.
De hecho, Trump piensa que la salud de la economía debería ser el tema definitorio en las próximas elecciones intermedias, el único factor que podría desviar a la ola demócrata. “La economía está muuuuy bien”, tuiteó el presidente en septiembre pasado, “quizás sea la mejor en la historia de nuestro país”. Sin embargo, los votantes están divididos con respecto a esa afirmación, estableciendo una dinámica extraña y de mal agüero para los republicanos en noviembre.
Según el Pew Research Center, alrededor de la mitad de los estadounidenses califican a la economía de ese país como “excelente o buena”, una cifra que está entre las más altas en cerca de dos décadas. Sin embargo, los puntos de vista, como todo lo demás en la era de Trump, están extremadamente divididos: 73 por ciento de los republicanos e independientes con simpatías por ese partido tienen sentimientos positivos con respecto a la economía, mientras que solo 35 por ciento de los demócratas y simpatizantes de ese partido están de acuerdo. E incluso, a pesar de que una mayoría sólida de ambos partidos sigue siendo optimista con respecto a su futuro financiero personal, Trump no recibe todo el crédito: sus índices de aprobación rondan 40 por ciento, a pesar del auge económico.
Algunos republicanos temen que la incendiaria retórica del presidente y su afición por alimentar controversias eclipse a las noticias económicas, lo que hace difícil, e incluso imposible, que el Partido Republicano base su campaña en la economía; la inmigración, el tema de Rusia y la batalla por la Suprema Corte han dominado las campañas, y las encuestas muestran a los demócratas en una sólida posición para recuperar la Cámara. “El lado político de esto es sorprendente”, dice Austan Goolsbee, el zar económico del régimen del presidente Barack Obama. “Nunca ha habido una economía con tan buena marcha como la que ha tenido la nuestra durante tantos años, en la que tan pocas personas le den crédito al gobierno”.
Los demócratas afirman que la “Trump-onomía” ha hecho muy poco por los estadounidenses de clase media. El aumento a los salarios, una promesa clave del gobierno, no había mostrado signos de crecimiento sino hasta hace apenas muy poco; durante la mayor parte del tiempo que Trump ha ocupado el cargo, los salarios de los trabajadores se han mantenido estancados en gran medida. Y la cantidad de personas que han dejado de buscar trabajo, aunque ha disminuido durante varios años, no se ha reducido tan rápidamente como esperaban los asesores económicos de Trump. (Estos “trabajadores desanimados” no se toman en cuenta en el índice oficial de desempleo). En agosto pasado, en una encuesta realizada por la Universidad Quinnipiac se encontró que 58 por ciento de los votantes piensan que el gobierno no está haciendo lo suficiente para ayudar a la clase media.
Por ello, si las elecciones intermedias son un referendo acerca de Trump, ¿qué han hecho realmente sus políticas por la economía? ¿Realmente han dado un impulso al lento pero constante crecimiento de la era de Obama en la misma forma en que, a principios de la década de 1980, las políticas del presidente Ronald Reagan ayudaron a convertir la “estanflación” en un auge de 20 años? ¿O estamos en medio de un auge artificial (una economía impulsada por importantes estímulos, un recorte fiscal que aumenta el déficit) que se desgastará rápidamente, haciendo que Estados Unidos regrese a la era de Obama? ¿Estas cifras son “resultados para celebrar y no para resistirse”, como dijo recientemente en un debate la atribulada representante republicana Barbara Comstock? ¿O simplemente enmascaran una economía hecha para la minoría más rica?
LA ‘NUEVA NORMALIDAD’
Los argumentos del gobierno de Trump son directos: una ley de recortes fiscales para las corporaciones, unida a un amplio impulso a favor de la desregulación, han supercargado la economía y cambiado la conducta corporativa, alentando a las empresas a realizar más inversiones que, de otra manera, no habrían hecho y, en el mejor de los casos, a contratar a más trabajadores.
Sin embargo, la realidad es más complicada, y a eso se debe que algunos de los asesores de Trump se hayan avergonzado a principios de este año cuando el presidente aclamaba prácticamente en cada ocasión que una empresa anunciaba que daría bonos especiales a sus empleados con una parte del dinero ganado. Por ejemplo, AT&T dio un bono de 1,000 dólares a 200,000 empleados cuando Trump firmó la propuesta de ley fiscal. Desde luego, esos bonos dieron un impulso a los trabajadores individuales, pero también son bonificaciones únicas que tendrán un efecto general muy reducido en la economía. Algunos analistas afirman que los pagos indican que las oportunidades de inversión para las empresas podrían ser relativamente escasas, pues si no lo fueran, esos fondos se utilizarían para aprovechar estas oportunidades.
Trump sería más inteligente, desde el punto de vista político, si señalara a una empresa pequeña como Youngstown Tool & Die, cuyo gerente general atribuye parcialmente a la ley fiscal su plan de expansión por 13 millones de dólares. “Ciertamente, los cambios fiscales formaron parte de nuestros cálculos”, afirma Mrdjenovic.
Inversiones como esa, realizadas por empresas de todos tamaños, determinarán si el recorte fiscal de Trump fue una política inteligente o no. ¿Por qué? Porque la inversión tiende a impulsar el empleo, aumentar la productividad e incrementar los salarios. El aumento de la productividad permite que las empresas paguen más a sus empleados sin tener que aumentar los precios ni reducir sus utilidades; es el elixir mágico del crecimiento económico sostenido, del cual Estados Unidos ha carecido por más de una década.
Existen señales tempranas de que esto podría estar cambiando. La inversión de capital crece en 2018 a la respetable tasa de 5 por ciento interanual, y se ha acelerado en los últimos dos trimestres. Pero todavía no es el auge que los asesores de Trump pensaban que ocurriría gracias a los recortes fiscales para las corporaciones. De manera más promisoria, un aumento de 2.9 por ciento al salario por hora, realizado en el segundo trimestre y que es el mayor aumento trimestral desde 2009, fue acompañado por un incremento similarmente rápido y enérgico en la productividad. Si esto continúa con el paso del tiempo, es plausible que los cambios en la política realizados por Trump hayan logrado lo que se anunciaba: impulsar a la economía hacia un crecimiento más rápido y sostenible.
Sin embargo, los datos de un trimestre no marcan una tendencia. El elemento clave es el tiempo. Hasta ahora, la economía de Trump no ha provocado una oleada rápida de nuevos empleos, como afirma el presidente; las cifras mensuales de los primeros dos años de Trump no son significativamente distintas de las de los dos últimos meses de Obama. (En la columna “Fact Checker” del Washington Post se ha señalado que la economía tuvo un mejor desempeño en los regímenes de Ulysses S. Grant, Dwight D. Eisenhower, Lyndon B. Johnson y Bill Clinton). Lo que resulta sorprendente es que la contratación de personal sigue siendo fuerte a estas alturas de una expansión económica que comenzó hace casi una década, tras el final de la Gran Recesión en 2009. También resulta inusual que el crecimiento parezca acelerarse, al menos por ahora.
Los asesores alcistas de Trump piensan, como dice el economista Steve Moore, “que esta es la nueva normalidad”. Kudlow afirma que la aceleración del crecimiento refleja “el inicio de los efectos del recorte fiscal”, el cual, de acuerdo con la Oficina Presupuestaria del Congreso, añade 1.5 billones de dólares al déficit durante una década, “pero no solo el recorte fiscal”. El gobierno dice que su compromiso de desregular amplias áreas de la economía también ha hecho que el crecimiento sea mayor. “Estamos en un auge económico”, dice Kudlow.
NACIÓN DESREGULADA
El hecho de que una ligera acción gubernamental en toda la economía y, particularmente, en las finanzas, la fabricación y la producción de energía, pueda beneficiar el crecimiento, no está en duda entre los economistas de la corriente principal.
Y existen algunas pruebas anecdóticas que apoyan la afirmación del gobierno de que la desregulación impulsa los negocios. John Simmons, que dirige un aserradero en las afueras de Lincoln, Nebraska, dice que espera recibir facturas más bajas de electricidad gracias a las revisiones de Trump del Plan de Energía Limpia de la era de Obama, cuya intención era eliminar de manera progresiva las plantas eléctricas alimentadas con carbón. Para él, eso significa más dinero para invertir y para aumentar los salarios.
Youngstown Tool & Die dedica menos esfuerzo al papeleo para las regulaciones de salud y seguridad. Esto les ahorra tiempo y dinero, y si otras empresas de la economía reproducen estos ahorros, ello podría ayudar a impulsar el crecimiento.
Sin embargo, existen pocos datos que apoyen conclusiones amplias. Algunos economistas, y muchos de los empresarios entrevistados para este reportaje, piensan que la sola promesa de la desregulación ha desatado lo que John Maynard Keynes célebremente denominó “espíritu animal”, es decir, la creencia de que el alivio regulatorio contribuye a crear un aumento en el optimismo empresarial, que a su vez, provoca una mayor inversión, más contrataciones y más crecimiento. Desde luego, no hay ninguna manera de medir el espíritu animal, aunque los economistas señalan indicadores como el aumento en la confianza de las pequeñas empresas como reflejo del optimismo económico.
Cuando se le preguntó a finales del verano qué cantidad de costos regulatorios se habían ahorrado gracias a las políticas del gobierno de Trump, Neomi Rao, que dirige la Oficina de Información y Asuntos Regulatorios, respondió: “Hasta ahora, alrededor de 8,000 millones de dólares”. Podría parecer mucho, pero no lo es. Estados Unidos es una economía de 4 billones de dólares. La cantidad relativamente pequeña de ahorros realizados hasta ahora habla de una importante realidad: se requiere un largo tiempo para disminuir la regulación; la mayoría de los cambios provenientes de la rama ejecutiva requieren un periodo de revisión. Además, gran parte de la regulación es estatutaria; es decir, se trata de regulaciones exigidas por la acción del Congreso, lo que significa que solo pueden eliminarse mediante una nueva legislación.
A eso se debe que, a pesar de todo lo que se ha dicho sobre hacer retroceder la regulación, el secreto sucio es el siguiente: el gobierno de Trump no ha hecho más que volver más lenta la imposición de nuevas reglas. Por ejemplo, en el sector de fabricación, Trump ha emitido 34 nuevas regulaciones de gran alcance (es decir, reglas que tienen un impacto económico de 100 millones de dólares o más en un solo año), en comparación con 79 del gobierno de Obama y 54 del régimen de George W. Bush. Desde el punto de vista de las empresas, eso se considera un avance. Sin embargo, como dice Keith Belton, director de la Iniciativa de Política de Fabricación de la Universidad de indiana, el costo neto de la regulación federal va en aumento, “pero el índice de incremento es mucho menor en este régimen que en los gobiernos anteriores”.
¿AUGE O CAÍDA PROVOCADA POR TRUMP?
Algunos economistas se ríen ante la idea de que estamos experimentando un “auge provocado por Trump”. El índice de desempleo ya iba en descenso en el régimen de Obama, aún con un crecimiento más lento del Producto Interno Bruto. A Trump le gusta alardear, diciendo que el desempleo entre los afroestadounidenses y las personas de origen latino también se ha reducido, pero esa tendencia comenzó también en el gobierno anterior. “Cuando escuchen lo bien que va la economía en este momento, solo recuerden cuándo comenzó esta recuperación”, dijo Obama ante una multitud en la Universidad de Illinois en septiembre.
Por supuesto, Trump basó su campaña en resolver lo que quizás ha sido el mayor enigma económico del siglo XXI: el estancamiento en los salarios. “Haremos que sus sueldos y salarios crezcan, crezcan, crezcan”, dijo en un mitin realizado en Florida en 2016. Y su gobierno duplicó la promesa, prometiendo que la ley fiscal del Partido Republicano aumentaría los sueldos de 4,000 a 9,000 dólares. Esto no ha ocurrido. Los salarios por hora promedio han aumentado de manera fraccionaria en el período interanual, de acuerdo con el cálculo más reciente del Departamento del Trabajo, apenas manteniendo el ritmo con una creciente tasa de inflación, aunque el último informe laboral mostró un aumento en la paga semanal de un saludable 3.4 por ciento.
Empresarios como Simmons afirman que han concedido únicamente aumentos modestos en años recientes, principalmente debido a que la competencia en sus industrias es brutal. “Aún tenemos que mantener un estricto control de los costos”, dice. De acuerdo con Bloomberg News, en una encuesta interna encargada en septiembre pasado por el Comité Nacional Republicano se encontró que más de 60 por ciento de los votantes consideran ahora que la ley fiscal beneficia “a las grandes corporaciones y a los estadounidenses ricos” más que a “las familias de clase media”.
“Creo que las personas son bastante listas. Con respecto al recorte fiscal, buscan a quien tiene el dinero y dicen, ‘Esperen, yo no veo nada”, dice Goolsbee. “El observador promedio no se equivoca al pensar que esto fue una gran ayuda para las corporaciones, pero no para los trabajadores”.
Otra preocupación: la fortaleza de la economía no está haciendo que los trabajadores “desanimados” se reincorporen a la fuerza laboral tan rápido como los encargados de la política de la Casa Blanca habían esperado. (En la era de Obama, mientras la cantidad de las personas que habían dejado de buscar trabajo aumentaba después de la Gran Recesión, la broma estándar republicana y que el índice oficial de desempleo llegaría a cero debido a que todas las personas que buscaban trabajo renunciarían a unirse a la fuerza laboral. Los datos más recientes hasta el mes de septiembre muestran que en el período interanual no hubo ninguna reducción en el número de empleados desanimados, lo cual sugiere que la economía podría no ser lo suficientemente fuerte para atraer a más personas de vuelta a la fuerza laboral. Esto es importante, debido a que los trabajadores desanimados, además de quienes trabajan a jornada parcial y desean encontrar un trabajo a jornada completa (denominados “subempleados”) pueden hacer que los salarios disminuyan.
El problema, afirma David Blanchflower, economista de Dartmouth, es que aún hay “muchas personas que trabajan a jornada parcial” que afirman querer trabajar más horas. Esas personas trabajarán a tiempo parcial por menos dinero. Ese número de trabajadores desanimados y subempleados significa que el mercado laboral podría ser estrecho, pero no tanto como podría indicar el índice de desempleo de 3.7 por ciento.
A lo cual responde Kevin Hassett, presidente del Consejo de asesores económicos de Trump, “Démosle tiempo”.
NO ES LA ECONOMÍA, ESTÚPIDO
En 1992, James Carville, estratega demócrata de Bill Clinton, creó un axioma para los trabajadores de campaña: “Es la economía, estúpido”. Desde luego, Clinton logró derrotar al presidente George H.W. Bush, cuya apuesta por un segundo período se vino abajo en parte debido a una recesión. Desde entonces, el lema ha servido como una regla política para republicanos y demócratas. No este año. Mientras Trump alardea las cifras del empleo, la economía ha estado prácticamente ausente en las campañas del Partido Republicano.
Según encuestas del Wesleyan Media Project, que analiza anuncios políticos en toda la nación, solo en 10 por ciento de los anuncios del Partido Republicano se mencionan los empleos, en comparación con 13 por ciento de los demócratas. En la misma encuesta, se encontró que en las contiendas del Partido Republicano para la Cámara, el tema del “empleo” ocupó el cuarto lugar detrás de los impuestos, la inmigración y la atención a la salud. Los republicanos luchan por motivar a su base para que acuda a las urnas en medio de pronósticos que indican que perderán el control de la Cámara, e incluso del Senado. “Promover el bajo índice de desempleo no es un tema que haga que los republicanos se enfurezcan o se pongan nerviosos lo suficiente como para acudir a las urnas”, dice Mike Franz, codirector del proyecto.
Otros culpan al presidente mismo por amargar lo que debería ser una ventaja decisiva. “Estaríamos mucho más relajados si el presidente dejara de insistir en ello”, dice el jefe de personal de un candidato republicano en una cerrada contienda hacia la Cámara, quien habló con la condición de mantenerse en el anonimato. “Si tuviéramos un presidente normal con esta economía, pienso que conservaremos el control de la Cámara. Como están las cosas ahora, no lo sé”.
La falta de disciplina de Trump al hablar maravillas sobre la economía exacerba la opinión del público de que es una persona en la que no se puede confiar. El mes pasado, afirmó falsamente en un tuit que el índice de crecimiento del Producto Interno Bruto era mayor que el índice de desempleo por primera vez en “100 años”. Hassett tuvo que aclarar las cosas, diciendo que alguien probablemente había añadido un cero al transmitir la noticia: es la primera vez en 10 años que el Producto Interno Bruto supera al índice de desempleo.
Si las elecciones intermedias giraran alrededor de la economía, el Partido Republicano tendría argumentos sólidos. El crecimiento ha aumentado, y, como dijo Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal en una charla realizada en Boston a principios de octubre, la economía “no es demasiado buena para ser verdad”. Señaló que el estímulo fiscal derivado del recorte impositivo “proporciona un verdadero apoyo en este año, y para los próximos dos años”, pronosticando un índice de desempleo de menos de 4 por ciento hasta 2020. También dijo que existe la posibilidad de que pudieran producirse los “efectos en el lado de la oferta” que a los asesores de Trump les gusta mencionar: menores impuestos que producen mayores ganancias y más gasto de capital, que, al final, producen un aumento en los salarios y un crecimiento en la productividad, lo cual da como resultado un largo período de auge con una baja inflación.
¿Qué podría salir mal? Si las inversiones de las empresas no siguen aumentando vigorosamente, el crecimiento se desvanecerá, los salarios seguirán estancados, y el déficit de Estados Unidos será mucho mayor. Esto podría limitar la capacidad del gobierno de atenuar los efectos de la próxima recesión.
Las bajas cifras de desempleo también provocan preocupaciones de que la economía ahora este “sobrecalentándose”, una condición en la que un índice de desempleo inusualmente bajo puede desencadenar aumentos bruscos en la inflación y desestabilizar a los mercados financieros. En la primera semana de octubre, los operadores de renta fija reaccionaron al más reciente informe de desempleo llevando al Bono del Tesoro de referencia a 10 años a su nivel más alto desde 2011. Los bancos y otros acreedores basan sus propias tasas de interés en los resultados del Tesoro, y algunos sectores muy importantes de la economía que son sensibles a las tasas de interés, como la vivienda, han comenzado a desacelerarse. Powell dijo recientemente que la Reserva Federal pretende aumentar su tasa de referencia a finales de este año y quizás varias veces durante el año siguiente. Los inversionistas están cada vez más preocupados de que las tasas más altas puedan sofocar la expansión en curso.
Brian Wesbury, economista en jefe de First Trust Portfolios, una empresa de inversión de Illinois, así como otros expertos financieros, señalan que la única manera de mantener en marcha el crecimiento consiste en establecer ciertos límites en los gastos, del tipo que el presidente Clinton y el vocero de la Cámara Newt Gingrich acordaron una vez que el Partido Republicano se apoderó del control de la Cámara en 1994. No se trataría necesariamente de recortes al gasto, sino de una reducción en el crecimiento del mismo. El razonamiento: si el crecimiento de los ingresos fiscales producido por una economía más fuerte es mayor que el crecimiento del gasto, el déficit comenzará a disminuir.
¿Cuál es el truco? En Washington no existe prácticamente nadie que votaría a favor de la restricción en el gasto, principalmente, gracias a Trump mismo, cabeza del partido cuyo estandarte solía ser la responsabilidad fiscal. Sin ella, afirma Wesbury, la economía disminuirá su velocidad en un par de años, de vuelta a los que denomina los días del “caballo de tiro” del gobierno de Obama.
Finalmente, existe otro riesgo importante: una guerra comercial. Hasta ahora, el uso de los aranceles contra los socios comerciales de Estados Unidos por parte de Trump no ha logrado hacer mella a una economía fuerte. El magnate logró evitar la desaparición del TLCAN, la cual habría puesto nerviosos a los inversionistas y habría perturbado las cadenas de suministro en industrias clave. Sin embargo, se avecina una confrontación mucho mayor con China, la segunda mayor economía del mundo.
El mercado de valores de Estados Unidos, que se encuentra cerca de su punto más alto jamás alcanzado, se ha convencido a sí mismo de que Trump finalmente logrará un acuerdo con Beijing, y, por su parte, el presidente cree que está “ganando” la escaramuza comercial debido a que la economía estadounidense es más sana que la de China. El país asiático, razona, tiene mucho más que perder porque exporta mucho más a Estados Unidos de lo que éste exporta a China.
Esto, de acuerdo con ejecutivos de negocios en China y analistas de política en Washington, podría malinterpretar fundamentalmente a Beijing, que no se echará atrás ni quedará mal ante su propio país. Aunque Estados Unidos exporta solamente 1,304 millones de dólares a China (en comparación con sus importaciones provenientes de ese país, que alcanzaron 505,000 millones de dólares en 2017), las empresas con sede en Estados Unidos hacen una gran cantidad de negocios con China, lo que las vuelve muy vulnerables ante un gobierno que busca una venganza económica. “Esto se va poner mucho más oscuro antes de que comience a aclararse”, afirma Scott Kennedy, vicedirector de la Cátedra Freeman de Estudios sobre China del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, un grupo de analistas de Washington D.C.
En otras palabras, la oleada de crecimiento de este año podría descarrilarse antes de que el dinero comience a llegar a las billeteras de la clase trabajadora, gracias al comercio y a un Congreso aparentemente indispuesto a considerar siquiera una disminución en el crecimiento del gasto gubernamental. Esto, de cara a la elección que realmente le importa a Donald Trump, es decir, la suya propia en 2020, podría dejar a Estados Unidos con una gran resaca fiscal y una guerra comercial cuyo posible daño económico podría ser devastador.
En esas circunstancias, la economía de “caballo de tiro” de los años de Obama nunca pudo haber lucido mejor.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek