Con la expansión del nacionalismo en Europa, el presidente francés Emmanuel Macron sigue en pie de lucha defendiendo el orden liberal y los ideales que forjaron la Unión Europea. ¿Quiénes serán sus aliados estratégicos?
Para ganar la presidencia en 2017, Emmanuel Macron tuvo que reinventarse. El antiguo miembro del orden establecido se desmarcó del mismo y sacudió a la política francesa al crear su propio partido de centroizquierda y prometer el rescate del continente yendo en contra de la ola de populismo euroescéptico. Derrotó a Marine Le Pen del Frente Nacional, exactamente el tipo de nacionalista que amenazaba los valores liberales que ayudaron a dar forma a la Unión Europea.
Poco más de un año después, sin embargo, Macron enfrenta un desafío mayor. Con el debilitamiento de la canciller alemana Angela Merkel, la amenaza del nuevo gobierno radical de Italia de lanzar una nueva moneda nacional paralela y el Reino Unido en camino hacia un brexit incondicional, el presidente francés, de 40 años, se encuentra superado en número por cada vez más líderes derechistas de la Unión Europea.
“Hoy nos toca a nosotros asumir nuestras responsabilidades y garantizar nuestra propia seguridad y, así, lograr una soberanía europea”, dijo Macron el 27 de agosto —y añadió que en la era de Donald Trump, Europa ya no puede depender de Estados Unidos para mantener su seguridad.
Macron, un idealista enérgico e imperturbable, ha prometido ser “el presidente de todos los patriotas contra la amenaza de todos los nacionalistas”. En campaña, dijo a los votantes: “Tenemos que estar dispuestos otra vez a crear grandes narrativas”. Y los instó “A redescubrir el gusto por el futuro, en lugar de una fascinación morbosa por un pasado incierto”.
Pero el miedo a la inmigración, la debilidad económica y el terrorismo islamista alejan a millones de europeos de las grandes ideas y de las grandes narrativas. Como resultado, desde Hungría y Austria hasta la República Checa, Polonia y, más notoriamente, Italia, candidatos euroescépticos contrarios al orden establecido han llegado al poder (o se han vuelto más fuertes, como es el caso de Viktor Orbán, el primer ministro nacionalista de Hungría).
Al mismo tiempo, la decisión de Merkel de permitir la entrada de un millón de inmigrantes a Alemania diezmó su apoyo y la obligó a formar una coalición con socios menos dóciles a su mensaje. Merkel había sido la defensora inquebrantable de los ideales de la Unión Europea: fronteras abiertas, ayuda financiera para los miembros más débiles y toma de decisiones colectiva.
Con su aliada alemana atada de pies y manos, Macron debe asumir el liderazgo de la defensa de los principios de la Unión Europea.
La elección de Macron “mostró que era posible, en una democracia liberal, derrotar una campaña populista con una propuesta proeuropea y un mensaje ampliamente abierto sobre el comercio, los mercados y la migración”, afirma Sophie Pedder, autora del libro Revolution Française, a study of Macron’s rise [Revolución francesa: un estudio sobre el ascenso de Macron]. Sin embargo, como lo han mostrado los eventos posteriores, su ascenso “no fue tanto un cambio de la oleada populista como un desafío a la misma… No puso fin al debate, ni siquiera en Francia”.
Si Macron fracasa, Europa enfrentaría un mayor tribalismo, una caída del libre tránsito de personas y mercancías, que es la base del bloque comercial, y la posible creación de una oportunidad para que Rusia aleje de Occidente a los países divididos y los atraiga hacia Moscú.
AMENAZAS EXISTENCIALES
Todos los problemas fundamentales que enfrenta Europa se pueden observar en el microcosmos de Francia. Su envejecida población exige lo económicamente imposible: por una parte, seguridad laboral, una semana laboral de 36 horas y la jubilación a los 55 años; por la otra, un crecimiento económico dinámico y un recorte al desempleo. La tradición francesa de 200 años de protestas callejeras y de huelgas paralizantes ha echado por tierra todos los intentos de presidentes anteriores de reformar las leyes laborales, las universidades y un sector estatal excesivamente grande.
Como resultado, la tasa de desempleo en Francia se encuentra aún por encima de 10 por ciento, y el índice de desempleo entre la juventud es de más de 20 por ciento, comparable al de Italia y España. En 2002, los trabajadores franceses y alemanes disfrutaban de salarios semejantes; ahora, los alemanes son 17 por ciento más ricos, y el índice de desempleo de ese país es de menos de la mitad del de Francia. ¿La última vez que un gobierno francés equilibró su presupuesto? 1974.
La inmigración, que fue la causa directa del brexit y del auge de la extrema derecha en toda Europa, se ha convertido en una amenaza existencial para la seguridad francesa y para su propia identidad. En un estudio realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos de Francia se mostró que a los inmigrantes de segunda generación les iba menos bien que a los de primera generación, y que los miembros de la población no blanca de Francia se encontraban “en gran desventaja” en el mercado laboral, de acuerdo con Cris Beauchemin, autor del estudio.
Los banlieues, es decir, los suburbios de gran crecimiento que rodean a las ciudades francesas, se han convertido en guetos de minorías étnicas, propensos a los levantamientos esporádicos. En un intento de frenar el surgimiento del radicalismo musulmán, en 2010, Francia se convirtió en el primer país europeo en prohibir a sus ciudadanos que se cubrieran el rostro en público, una ley dirigida directamente contra el uso del velo islámico. A pesar de los esfuerzos para integrar al 12 por ciento de la población francesa que profesa la fe musulmana, una serie de ataques en todo el país, perpetrados por yihadistas locales, ha movilizado a la extrema derecha.
El presidente conservador Nicolas Sarkozy y su sucesor de izquierda François Hollande intentaron reformar la anquilosada economía francesa y sanar sus divisiones sociales. Ambos fracasaron. En el proceso, desacreditaron la política al viejo estilo y abrieron el camino a los llamados nacionalistas de Le Pen, dirigidos a los votantes obreros de raza blanca, el mismo grupo demográfico que respaldó el movimiento británico del brexit (y a Trump).
Luego vino Macron con una insurgencia política propia. En un solo año, creo un nuevo partido político centrista, República en Marcha, que superó y recaudó más dinero que los estancados partidos principales. Macron utilizó técnicas que hasta entonces eran desconocidas en Francia, como solicitar votos casa por casa y utilizar bases de datos digitales para identificar a sus posibles partidarios.
Sin embargo, el truco más notable de Macron fue reinventarse a sí mismo como un rebelde radical y como un marginal de la política. Macron estudió filosofía en la École Normale Supérieure de París, la escuela que tradicionalmente produce a la élite administrativa de Francia. Luego, trabajó como banquero de inversión para el Rothschild & Cie Banque antes de trabajar brevemente como ministro en el régimen de Hollande. En sus discursos, cita a Hegel, Molière y al filósofo Paul Ricœur (con quien Macron estudió), y toca a Chopin para relajarse. Brigitte, su glamorosa esposa y su antigua maestra de teatro en la secundaria, es 24 años mayor que él.
A pesar de esos antecedentes en el orden establecido, Macron logró presentarse como un pragmatista puro, libre de los dogmas partidistas del pasado. Se promovió a él mismo como un líder moderno y posideológico para un mundo transformado por la tecnología y el libre tránsito. Sin embargo, al igual Trump, también comprendió que la principal tensión en la sociedad moderna ya no era entre la izquierda y la derecha, sino entre los habitantes de las ciudades liberales y en auge, y los residentes de las localidades pequeñas y del campo, que consideraban que habían sido dejados atrás. Fue capaz de hablar a la misère blanche, la marginación cultural y económica de los obreros blancos y pobres de Francia.
“Francia es un país revolucionario, y solo avanza rompiendo con el pasado”, señala Sylvain Fort, redactora de discursos de Macron. El secreto de la atractiva propuestas del nuevo presidente fue “repensar el marco teórico y emprender una renovación ideológica… [para] construir una forma de neoprogresismo, estructurado alrededor de la idea del progreso individual para todos”. Al mismo tiempo, Macron podía apoyarse en sus antecedentes como miembro del mismo sistema al que pretendía modificar.
Populistas de toda Europa afirmaban que la Unión Europea iba camino al desastre, arruinada por la inmigración en masa, por una elite aislada y desconectada del resto de la población y por economías estranguladas por la sobrerregulación ejercida por Bruselas, sede del Parlamento Europeo. Macron contraatacó al proponer una plataforma que, afirmaba, no era ni de derecha ni de izquierda: propuso reducir los impuestos a las empresas y al salario, disminuir el tamaño de los grupos en las escuelas, aumentar el gasto militar y eliminar 120,000 puestos del inflado sector público. En la Unión Europea, ofreció un mensaje resueltamente optimista y proeuropeo, lo que le permitió persuadir a Alemania para adoptar políticas a favor del crecimiento para toda Europa.
Quizás más importante que cualquiera de las estrategias específicas de Macron fue el vigor con el que las presentó. “Es muy carismático, muy seductor y eficaz en la comunicación”, dice Anne Nivat, autora del exitoso libro de no ficción The France in Which We Live [La Francia en que vivimos] y buena amiga de Macron. “Su fluidez de reacción, su pragmatismo, resultan muy atractivos”.
Y a pesar de su juventud, Macron proyecta lo que Nivat califica como “la talla del poder”, ese elusivo carisma de grandeza, encarnado por el expresidente francés, el general Charles de Gaulle, al que desde entonces ha aspirado todo líder francés. Ciertamente, es tan estratégico como cualquier general al dar forma a su imagen. Cuando concedió una de sus poco frecuentes entrevistas ante los medios (solo dos desde que ocupó el cargo), sus temas fueron elaborados con semanas de anticipación por un equipo de redactores, de acuerdo con un veterano periodista francés que hablo desde el anonimato. Macron elige personalmente a los medios noticiosos de izquierda y de derecha, y selecciona deliberadamente a entrevistadores notoriamente duros como Andrew Marr, de la BBC, con quien habló en un inglés preciso y lleno de expresiones idiomáticas. El escenario para esa entrevista fue un señorial salón del siglo XVIII de la Real Academia Militar de Sandhurst, elegido para impresionar.
El cálculo y preparación han dado frutos: cuando Macron habla, proyecta la confianza olímpica que los ciudadanos franceses exigen de un presidente, el mítico hombre del destino, o l’homme providentiel.
UN CABALLERO CON ARMADURA DE IZQUIERDA
La idea más grandiosa de Macron es salvar a Europa de las fuerzas centrífugas que amenazan con destruirla. En una época en la que muchos políticos europeos critican por reflejo a la Unión Europea, la pasión y urgencia de los llamados de Macron a favor de una unión más fuerte resultan impactantes. “No podemos seguir adelante como si esto fuera un viejo debate”, dijo ante el Parlamento Europeo en abril pasado, y añadió que no quería pertenecer “a una generación de sonámbulos”.
La visión de Macron de una Europa revigorizada tiene dos aspectos: hacer que la Unión Europea sea más sensible y responsable ante sus ciudadanos, y detener la ola de crisis económicas en la eurozona que han empobrecido a Grecia, Italia y España, haciendo que millones de votantes de toda Europa se vuelvan contra el concepto mismo de una moneda única.
El mensaje de Macron es “apasionadamente proeuropeo y advierte a los votantes que una Europa unificada es la mejor respuesta ante la cada vez más poderosa China y el errático liderazgo de Estados Unidos”, dice Pedder. Sin embargo, “su verdadero desafío es encontrar suficientes aliados fuertes en Europa con los que pueda trabajar para defender el orden liberal y el ideal europeo”.
Tradicionalmente, Alemania ha sido el defensor más poderoso del ideal europeo, así como el principal beneficiario de la moneda única, y la relación francoalemana ha sido la piedra angular del proyecto europeo. Sin embargo, durante gran parte de la última década, Francia se ha desempeñado, de hecho, como un socio menor de Alemania debido a su relativa debilidad económica. “La elección de Macron restauró un equilibrio”, dice Pedder. Con discursos en Atenas y ante el Congreso estadounidense en abril, “ha surgido claramente como un poderoso nuevo vocero de los valores europeos y pertenece a una generación que suele dar por sentados esos valores”.
Desde que Macron fue electo, dos aliados claves han caído o han sido gravemente debilitados. La toma de Italia por parte de una coalición del intensamente euroescéptico Movimiento Cinco Estrellas y del partido Lega, de extrema derecha, ha dejado a Macron sin un poderoso socio potencial. Y después de una baja convocatoria en la elección de 2017, Merkel depende ahora de una coalición con la Unión Social Cristiana de Bavaria y los socialdemócratas, que son sensibles a los desafíos euroescépticos y antiinmigración de la propia oposición populista de Alemania.
“Es Merkel quien necesita ahora a Macron”, dice Nivat. “Él respeta a Merkel, pero sabe que ella representa el fin de un sistema, mientras que él representa el inicio de algo más”.
Macron ha impulsado su propia cruzada para reinventar a Europa. Ha tratado de convocar a los líderes de la Unión Europea para que apoyen un esquema de regulación de los bancos y los déficits nacionales para evitar la repetición de la crisis griega de 2010, cuando una combinación de solicitudes imprudentes de crédito por parte del Estado, y la concesión corrupta de créditos por parte de los bancos comerciales hicieron quebrar a la economía de Grecia y casi se llevaron con ella a todo el euro. Pero en una época de creciente nacionalismo, los llamados de Macron a favor de una mayor regulación central de la moneda común, y una inevitable perdida de la soberanía económica para todos los países de la eurozona, son algo difícil de vender. Su objetivo, declaró a la BBC en mayo, es “una mayor soberanía, una mayor unidad, una mayor democracia”, restándole importancia al hecho de que la competencia entre soberanía y unidad es el problema existencial más urgente de Europa, y no su solución.
Los grandes planes de reforma de Macron se hundieron, al menos por ahora, ante la intransigencia de los compañeros de coalición de Merkel en Alemania, así como la resistencia de los líderes de los Países Bajos y Escandinavia, a quienes les preocupaba que sus planes a favor de un presupuesto que abarcara toda la eurozona obligaran a los países fiscalmente prudentes a subsidiar para siempre a los derrochadores. “Odio las cosas que se hacen por un simbolismo”, dijo Mark Rutte, el primer ministro de los Países Bajos, en una reunión del Consejo europeo realizada en junio en Bruselas. “Se trata de dinero real de contribuyentes reales”.
En efecto, los socios de Macron en la Unión Europea decidieron continuar con respuestas ad hoc como el apresurado rescate de Grecia en 2010, en lugar de arriesgarse a perder más soberanía, aun si el costo era una debilidad sistémica y continua del euro.
El presidente de Francia también fracasó en otro ambicioso proyecto: convencer a Trump de no eliminar un acuerdo con Irán, que databa de la era de Obama, y cuya intención era poner fin a las sanciones económicas a cambio de que Teherán suspendiera su programa de armas nucleares. Macron y su esposa se mostraron como una pareja brillante en su visita de Estado a Washington, y aunque Macron y Trump se enfrascaron en un apretón de manos teatralmente competitivo en su primera reunión, ocurrida un año antes, la calidez personal entre ambos era palpable. Igualmente amistosa fue la visita de Trump a París (donde le gustó tanto el desfile militar a través del centro de París para conmemorar el Día de la Bastilla que sugirió realizar algo similar en Washington).
A pesar de la positiva atmósfera, Trump rehusó cambiar de opinión con respecto a Irán o a su decisión de retirar a Estados Unidos del acuerdo de París contra el cambio climático. A Macron “le decepcionó, pero no le sorprendió” que Trump “pasara totalmente por alto su consejo”, señala la esposa de un antiguo colega ministerial de Macron, quien habló con la condición de mantenerse el anonimato. Sin embargo, al final, el presidente francés “emergió con una imagen de hombre de Estado, una digna voz de cordura y de razón, y el pueblo francés lo apreció”, dice.
En su país, Macron ha tenido más éxito. Esta primavera, hizo frente al tipo de protestas masivas que paralizaron a los gobiernos de sus predecesores: a pesar de las huelgas para defender los paquetes de jubilación anticipada, desafió al poderoso sindicato de trabajadores ferroviarios de Francia. Logró superar las manifestaciones estudiantiles relacionadas con la admisión selectiva a las universidades. También introdujo reformas laborales diseñadas para hacer que la contratación y el despido fueran más flexibles, aunque el generoso estado de bienestar de Francia, con su educación y atención a la salud gratuitas, permaneció prácticamente intacto.
Macron ha impulsado reformas que sus predecesores no lograron concretar, en parte, al combinarlas con acciones dirigidas directamente a apaciguar al tipo de conservadores que votaron por Le Pen. Aunque elogió el plan de Merkel de admitir a un millón de refugiados durante el punto álgido de la crisis migratoria de 2016 (la decisión “salvó la dignidad de Europa”, dijo), acordó endurecer las reglas para los buscadores de refugio cuando el número de solicitantes aumentó 17 por ciento, hasta alcanzar los 100,000, en 2017. Y ha tomado prestadas hábilmente políticas de derecha como la reintroducción del servicio cívico y militar a escala nacional para las personas de 18 años, y la defensa del idioma francés en el extranjero. “El francés es el idioma de la razón”, declaró Macron en la inauguración de una sucursal del museo de Louvre de París en Abu Dabi. “Es el idioma de la luz”. Ese desenfadado chovinismo (un término que, después de todo, es de origen francés) les viene bien a los enfurecidos nacionalistas franceses.
Sin embargo, el mayor problema de Macron en su país siguen siendo los 10.6 millones de ciudadanos franceses (48 por ciento de los votantes) que se sienten marginados e ignorados. “Este elemento de furiosa frustración sigue ahí, aunque no se expresa”, dice Nivat. “Es posible que Le Pen esté acabada, pero sus ideas no lo están”.
Esa frustración es difícil de superar, pero no de aprovechar. En marzo, Steve Bannon, el antiguo estratega en jefe de Trump, hizo una gira relámpago por Europa para hablar ante sus camaradas nacionalistas desde Roma hasta Praga, que incluyó una aparición estelar en un Congreso del Frente Nacional en la ciudad de Lille, en el norte de Francia. “Dejen que los llamen racistas”, dijo Bannon a los partidarios de Le Pen, recibiendo un caluroso aplauso. “Dejen que los llamen xenófobos. Dejen que los llamen nativistas. Llévenlo como una placa de honor… ¡La historia está de nuestro lado!”
Macron ha tenido algo de suerte. Su ascenso coincidió con la caída de la izquierda francesa tradicional. Y sus batallas con los sindicatos fueron más fáciles al ser emprendidas contra los líderes particularmente intransigentes, que perdieron el apoyo del público al aferrarse a sus privilegios extraordinarios, que resultan inauditos en el sector privado (como una jubilación con salario completo para los conductores de tren al llegar a los 50 años). Sin embargo, no está muy claro qué tan profundo es el apoyo a Macron: apenas 42 por ciento del electorado se tomó la molestia de votar en las elecciones de 2017, lo que significa que alrededor de 75 por ciento no lo apoya. Sus siguientes acciones para reducir el gasto federal y aumentar los impuestos a los pensionados podrían poner a prueba a su base, y dar fin a su suerte.
Las sombras ya se avizoran. En Italia, la hostilidad de Matteo Salvini, el líder de Lega, contra Bruselas, es absoluta. Ha rehusado permitir que los barcos que transportan inmigrantes atraquen en Italia, y recientemente culpó (falsamente) a las reglas de austeridad de la Unión Europea de la caída fatal de un puente en Génova, adquiriendo una popularidad aún mayor para su partido. El fracaso de los grandes planes de Macron para reformar las finanzas de la eurozona no auguran nada bueno para otros esfuerzos futuros, especialmente dado que la Unión Europea está a punto de sumergirse en meses de conversaciones de crisis acerca de los términos aún no resueltos de la salida de la Unión Europea, programada por el Reino Unido para marzo próximo.
Siempre un estratega, Macron ha propuesto aprovechar la oportunidad generada por la crisis del brexit al reposicionar a París como el nuevo centro del sistema bancario de Europa. Ha prometido atraer más compañías multinacionales a Francia mediante exenciones de impuestos y reformas a las leyes laborales; en el primer año de su presidencia, la inversión extranjera en Francia aumentó 16 por ciento. Durante su campaña, Macron mencionó a Francia como una “nación emergente”, y ha asignado 1,500 millones de euros (1,740 millones de dólares) a estimular a las compañías tecnológicas para desarrollar inteligencia artificial para competir con Silicon Valley y China. En pocas palabras, se ha posicionado magníficamente para representar el futuro de Francia.
Ahora, necesita ganar un futuro para la Unión Europea. En la política francesa, “la búsqueda de l’homme providentiel usualmente termina en una decepción cuando el hombre del caballo blanco resulta ser demasiado humano”, escribió Jonathan Fenby en su reciente libro, The General: Charles de Gaulle and the France He Saved [El general: Charles de Gaulle y la Francia que salvó]. En este momento crucial, Emmanuel Macron podría ser el último líder que logre montar ese caballo.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek