Esta bebida reclama su lugar como un vino que vale la pena.
El vino rosado se ha vuelto increíblemente famoso en los últimos dos años. En Estados Unidos su consumo aumenta en época de calor, en Francia ya superó los niveles de popularidad del vino blanco y en México ya existe un festival dedicado única y exclusivamente a la bebida de este color (se llama “La vie en rosé”). Al parecer, el rosado ya está relacionado con las reuniones entre amigos en los días calurosos del verano.
A principios de 2018 la consultora Nielsen publicó su perspectiva de la industria vitivinícola para este año a escala mundial y fue muy enfática: los productores de vino tendrán que poner atención especial a las tendencias del prosecco, los nuevos empaques y, sí, el rosado.
¿Y cómo se elabora esta delicia? A diferencia de las uvas blancas que se transforman en vino blanco y las tintas en vino tinto, las uvas rosadas no existen en la naturaleza. El hermoso tono rosado —desde uno muy claro hasta uno mucho más intenso, tirándole al rojo— proviene del contacto del jugo de estas frutas con las pieles de las uvas tintas.
Cuando las uvas —tintas o blancas— se hacen jugo, este es transparente. Los vinos no reciben su color del jugo, sino del contacto del líquido con las pieles de la uva. A este proceso se le conoce como maceración.
Así, el vino rosado se elabora con el jugo de las uvas tintas que posteriormente se mezcla con las pieles de estas por un periodo muy corto, por lo general de dos a tres días. Tan pronto como el jugo comienza a adquirir un tono rosado, las pieles se retiran.
Además, el color también revela muchos secretos de esta bebida. Mientras más fuerte es el color, más amargo será el vino, por lo tanto, según el tono de rosa que elijamos podremos distinguir qué tan amargo será.
Sin embargo, no solo es el sabor lo que hace al vino rosado tan famoso, sino también las estrategias de mercadeo que se han desplegado alrededor de esta bebida.
Debido a la mercadotecnia, cuando se habla de vino rosado mucha gente se imagina el verano, la playa, un yate lujoso y, en general, cosas caras y elegantes. El cliché que se ha generado alrededor de este tipo de vino hace que muchos lo consideren más “un estilo de vida” que un vino realmente de calidad.
Y aquí es cuando el vino rosado reclama su lugar como un caldo que vale la pena. Uno de los lugares más reconocidos por hacer este tipo de vino es la región de la Provenza, en Francia. En esta zona se elaboran más vinos rosados que en cualquier otra y los viñateros se han vuelto increíblemente buenos en ello.
Debido al tamaño de la región, existen vinos de calidad de todos los precios, así que si buscas un buen rosado en una tienda o un restaurante, una apuesta segura será escoger una botella de la Provenza.
Para probar vino rosado hecho en México puedes empezar por el Rosado de Casa Madero, una vitivinícola de Coahuila; seguir con el Blanc de Zinfandel de L. A. Cetto, en Baja California, y graduarte con una botella del Bruma 8 Roé de Vinícola Bruma, del Valle de Guadalupe, un vino con una acidez y una elegancia fabulosa.
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Después del trabajo, trago y botana en Kaye
Listo. La jornada en la oficina terminó y ya estás preparado para un par de cocteles, charla y botanita con tu gente. Para satisfacer este estado de ánimo, el restaurante del chef Pedro Martín creó el “menú kayejero”, una selección de buenas botanitas que querrás acompañar con gin & tonics hechos a tu gusto.
La mejor idea es pedir un plato entre gin y gin. Empieza por el taquito de lechón o el de jaiba de concha suave —nuestro favorito—. No te asustes, las porciones fueron pensadas para “picar” y satisfacer tus pequeños antojos sin necesidad de atiborrarte de comida a media noche.
Una botana imperdible de Kaye son los esquites preparados como nunca los has probado. La propuesta del chef Pedro Martín es cocinarlos con tuétano y pata de res, y añadirles aceitunas Kalamata y queso de Chiapas. ¡Apostamos que vas a pedir otra porción!
Para los más tradicionales están las minihamburguesas de camarón y las de carne wagyu con papitas a la francesa, y para los que buscan probar algo nuevo, los tacos del guiso vasco llamado txangurro, que en lugar de servirse sobre tortilla de maíz lo hacen sobre tortilla de queso que llega de Tampico.
De postre, la tarta de Santiago es excelente, pero Kaye le apuesta a que pidas alguno de sus dos “postres líquidos”, un par de delicias dulces preparadas a base de ron.
Dirección: Alfonso Reyes 108, colonia Condesa, CDMX
Facebook: @kayemexico
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La Bota y sus poemas comestibles
Caminar sobre la calle San Jerónimo, en el Centro Histórico de Ciudad de México, es dar con La Bota, un “aleph” gastronómico y cultural con más de 13 años de existencia.
En un espacio semejante a una taberna española y un túnel del tiempo que lleva a un viejo desván atiborrado de objetos y recuerdos, Antonio Calera-Grobet, sus hermanos —Adrián, Luis y Mauricio— y amigos hacen de este lugar una experiencia invaluable para el paseante hambriento.
La Bota es una intersección entre varias comidas: la española, la mexicana, la de barrio europeo y el tapeo internacional. Entre copas de vino o botellas de cerveza aquí se come pulpo en su tinta, fabada, paella, camarones al ajo, pizzetas, pastas y hasta un trofeo para los carnívoros llamado “el tremendo trancazo de tocino”, un pedazo de 200 gramos de tocino frito en sí mismo, amor y gloria directa a las arterias.
Otro de los platos especiales es una especie de calzone relleno de pollo cubierto con una salsita blanca de vino, mostaza y pimienta blanca nombrado “el querido”, en honor a Juan Gabriel.
Sin embargo, La Bota no solo es un restaurante o un bar. “Somos un centro cultural o una casa en el centro para todos los que quieran traficar ideas”, explica Antonio. Así nació Mantarraya Ediciones, la editorial que La Bota creó para publicar y difundir las primeras obras de escritores mexicanos.
Dirección: Peatonal San Jerónimo 40, Cuauhtémoc, Centro, CDMX.
Facebook: @labotacultubar