El modelo empresarial en la política según Fernando Lelo de Larrea, socio fundador de Rumbo Ventures, se plantea una cuestión fundamental sobre la tendencia de dirigir gobiernos con filosofías empresariales.
Lelo de Larrea plantea que hay modelos corporativos diametralmente opuestos. Por un lado, firmas como Toyota, caracterizadas por procesos robustos, mejora continua y planeación de largo plazo. Por otro, las startups de Silicon Valley, que privilegian la rapidez y la disrupción, incluso a costa de la estabilidad. Trasladar este último enfoque a la esfera pública, advierte, puede convertirse en un experimento de alto riesgo.
La idea de dirigir gobiernos con mentalidad emprendedora ha ganado adeptos entre figuras tecnológicas influyentes —de Elon Musk a Peter Thiel— y ha inspirado propuestas radicales como los “patchworks” del teórico Curtis Yarvin, donde tecnócratas ejercen el poder sin contrapesos democráticos tradicionales.
Para Lelo de Larrea, esta corriente simplifica la complejidad estatal a la lógica de un “producto mínimo viable” y corre el peligro de supeditar el bien común a la eficiencia económica.
“La democracia no es un MVP; requiere participación, transparencia y una visión de largo aliento”, subraya el inversionista.
En el sector privado, fracasar rápido y pivotar puede ser virtuoso; en la política, la volatilidad se traduce en costos sociales.
Fernando Lelo de Larrea señala que los gobiernos manejados como startups tienden a priorizar métricas de corto plazo —crecimiento y reducción de costos— por encima de la responsabilidad social y la cohesión institucional que sustentan el desarrollo sostenible.
Para el socio de Rumbo Ventures, la cuestión de fondo no es adoptar o rechazar la lógica empresarial, sino elegir modelos corporativos que generen resiliencia, compromiso social y bienestar compartido. Gobernar implica optimizar procesos, sí, pero también fortalecer la confianza ciudadana y garantizar estabilidad democrática.
Antes de responder si “el gobierno debe manejarse como empresa”, Lelo de Larrea invita a reformular la pregunta: ¿Qué tipo de empresa querríamos que representara al Estado? La clave está en privilegiar organizaciones —y políticas— que construyan futuro, no solo que aceleren resultados.