La segunda oportunidad de Donald Trump en el Poder Ejecutivo de Estados Unidos es un huracán. Tiene el potencial de mermar gravemente los equilibrios republicanos tan cuidadosamente diseñados por los Padres Fundadores, el servicio público federal de carrera y el mito democrático que es la base del poder suave de aquella nación. Pero hay que saber ver lo bueno en lo malo. Su segundo mandato es que muestra al desnudo la verdadera matriz ideológica, demográfica y políticas de las mayorías que le entregaron las facultades ejecutivas a Donald Trump.
El régimen de contrapesos constitucionales sufrirá, igual que acá. El asalto al poder judicial federal está a punto de suceder, después de haber cooptado a las mayorías legislativas. Solo eso hace de Donald Trump el más latinoamericano de todos los presidentes estadounidenses. Hay múltiples elementos para sostener tal criterio. Por ejemplo, el grosero tráfico de influencias y concesiones que caracteriza a la relación entre la Casa Blanca y Elon Musk también tiene un tufo muy reconocible por estas latitudes. Por ello, es tan encomiable el esfuerzo de jueces federales que han acotado algunas de las acciones ejecutivas firmadas por Trump. No todo está perdido. Muchas de ellas no resisten análisis jurídico serio y por ello, hay una esperanza para el elector estadounidense disidente de que el Poder Judicial Federal imprima algo de cordura a la acción de gobierno autoritaria. Por cierto, los dictadores gobiernan por decreto y las acciones ejecutivas tienen esa naturaleza.
Ese par de egos enormes no son los empresarios que ellos creen ser. Trump se ha acogido a procesos de quiebras y a tretas fiscales, tantas veces como la falta de memoria permite. Los vehículos terrestres y aéreos, de energía eléctrica y química que construye Musk, registran graves percances incluso por defectos de diseño. Musk y Trump deciden son superficialidad y luego dejan que sus abogados corporativos acoten las consecuencias, compren conciencias, coopten autoridades, etc. Cierto que todo emprendimiento conlleva riesgos. Pero los empresarios profesionales asumen sus responsabilidades, nos las eluden. Entonces Trump, Alonso Ancira y Julian Peh, Elon Musk, Marcelo Obredrech y Emilio Lozoya Austin juegan en la misma liga.
La era Trump 2.0 también deja a la vista de todos, la crisis de liderazgo que vive el mundo. Este momento en la Historia Universal quizás no sea recordado como el inicio de un Nuevo Orden Mundial, sino como el lapso más notable de mediocridad en la casi totalidad de los líderes mundiales. Frente a Trump, George W. Bush crece como un gigante intelectual, y William Clinton como un campeón de la fidelidad. Los liderazgos baratos y superficiales campean por igual en regímenes democráticos y totalitarios. Hay un déficit casi generalizado de visión estratégica, de eficiencia en el proceso administrativo y de eficacia en la acción de gobierno. Hasta para hacer el mal, como en Ucrania, Palestina, Nigeria o Sudan del Sur; los gobiernos de Vladimir Putin, Benjamín Netanyahu o Bakura Doro, se muestran descoordinados, carentes de objetivos claros, huérfanos de límites y parroquiales. Ese severo inconveniente es aún más notable y doloroso cuando se trata de promover la paz. La abulia de los líderes actuales se traduce en la evaporación de las magras iniciativas de paz, de aseguramiento de contingentes humanos, de reconstrucción de Estados. El peor momento del multilateralismo y de la cooperación internacional está por venir.
La subordinación de Trump frente a Putin, tendencia ampliamente documentada desde el primer periodo, ha colocado a Europa Occidental como paría internacional. La negociación de la paz en Ucrania, hará que los europeos tengan una probada de lo que se siente ser Latinoamérica. Bienvenidos. Pero hay que ver lo bueno en lo malo. Hay una enorme oportunidad de consensos entre latinoamericanos y europeos para transitar juntos la inestable conexión entre hormona y neurona del mandatario estadounidense. Es que no es lo mismo ser estadista que gobernante. Tampoco lo es ser gobernante que gerente. Trump parcializa la justicia, debilita las estructuras de control gubernamental, trivializa las decisiones políticas fundamentales, canibaliza la diplomacia, coopta el apoyo social, desprecia el servicio civil de carrera, etc. Logró en 20 días lo que no pudo la Unión Soviética durante la Guerra Fría, debilitar irremediablemente la inteligencia profesional estadounidense. Lo lamentarán.
Todos los populistas son iguales. Queriendo revertir la declinación de Occidente, Trump es la mejor noticia para quienes intentan socavarlo. La democracia representativa liberal se cae a pedazos en Estados Unidos, pero también en el Reino Unido, Italia o Austria. Las conquistas territoriales imperialistas del siglo XIX parecen resurgir en Groenlandia o Panamá. La arrogancia estadounidense encontró su ápice. Ello ha convertido en objetivo a cuanto turista, inversionista o estudiante sale de Denver, Wichita o Sal Lake City a conocer el Mundo. Serán víctimas propicias para apuntalar un ego malsano y para estrechar la visión nativista. Lo lamento porque se perderán vidas inocentes.
Ya se sabe, el movimiento de la Historia es pendular. Habrá múltiples reacciones. Moderadas y extremas, de aliados y de adversarios, de antiguos amigos y de nuevos enemigos. El desorden reina en el teatro internacional. La gran tarea de la geopolítica y de la geoeconomía es prospectar los cambios globales antes de que sucedan. Pero la disonancia, la ruptura de patrones, la desarticulación de alianzas y la desaparición de entendimientos, deja a la vista el espectáculo de la ambición grotesca y cruda. Debemos preparar una nueva conferencia de Versalles para el 2030, si es que aún hay condiciones para el diálogo y la razón. N