Una ética ciudadana es incluyente, solidaria, colaborativa, se funda en la “Otredad”, para ello demanda reconocimientos mutuos entre la sociedad y las personas con el mundo de la vida, “ser en el mundo” es epicentro para entender, explicar, respetar, los derechos inherentes de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento. Cuidar la naturaleza no es perder el equilibrio, no se vale ser despiadado con unos y tolerantes con otros; respetar la sociedad es atender la pluralidad en todas sus formas; la interlocución del pensamiento es una generosa manera de poner frente al “Otro” otra manera de entender el “estar en el mundo”, escuchar con atención, respeto, para ser escuchado y encontrar acuerdos y disensos, civilizados.
La ética ciudadana es un acato de características y contrastes, que mediante el diálogo resuelvan el eterno conflicto, su espíritu es la inclusión cuyo crisol son los derechos humanos. El “ethos” ciudadano establece una relación de política y derechos humanos, mediados por un diálogo correcto que posibilite una vida compartida deseable, que muestre de frente a los “interlocutores válidos” sus inteligencias para impulsar las culturas. Sin duda, en el centro de la humanidad están los derechos humanos, corazón que da vida a personas y sociedades. Dirigir la máxima institución, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y, predicar que la institución no sirve, que es caduca, que debe desaparecer es, por decir lo menos, ignorancia y capricho ideológico. Sin los derechos humanos se acaba la dignidad de las individualidades, arquitecturas de modos de vivir, de ser, de actuar, de comportamientos, de expresiones, de elegir gobiernos, cuyo esqueleto son instituciones, entramados de leyes, único patrimonio del pueblo, productoras de políticas públicas que pueden atender las necesidades, problemas, utopías, esperanzas, oportunidades…, atmosfera ideal que construye donde no hay una igualdad para todas y todos, de conformidad a las limitaciones que imponen los derechos humanos.
¡Que paradojas! Representar y odiar lo representado. Anacoretismo de los derechos humanos. Una estancia ontológica en medio de la Declaración Universal de Derechos Humanos, cuya pedagogía hermana a todas las naciones, impide despotismos, prácticas en contra la dignidad de las personas. Los derechos humanos son garantes de justicia humana, su alma aseguradora pugna por instituciones jurisprudenciales independientes, imparciales, sobre todo, hace valer el principio de inocencia. Los derechos humanos son, en nuestra nación a partir de 2011, una protección de la libertad de culto, creyentes y ministerios con la libertad como “su cruz y su rosario”. Creer es una actividad cognitiva previa al saber y faro de luz de estar seguro. Son la prefectura que asegura que persona alguna NO sea sometida a tratos injustos, inhumanos, la igualdad como norma y carácter de los derechos.
Derecho a la vida, contar con la seguridad que el Estado, en plural, respete la libertad como compromiso primero. Así, una vida compartida ambicionada, tiene en su epicentro, valores que transitan a virtudes ciudadanas y de dirigencias gubernamentales, en ese mérito atender las diferencias con la urbanidad y el decoro que se le debe al “Otro”. En la esfera ciudadana son inalienables, simbolizan la rebeldía como lo dijera el poeta vernáculo José Alfredo Jiménez por “un mundo más bonito que el nuestro”, este sustrato social y humano se ubica en que a nadie se le puede negar sus derechos humanos, ningún poder, económico, político, gubernamental, académico, deportivo, mediático…
Esencial son los trabajos que hace para sostener robusto el edificio de la democracia. Una democracia que responda a los retos y circunstancias del siglo XXI, en la que la novedad hace que aparezca todos los días el espíritu democrático, con interpretaciones disruptivas que aseguren el cuidado de sus instituciones, el “mísero detalle del procedimiento electoral” y en la sociedad de la información y la comunicación llame a diseñar la arquitectura de la democracia de calidad, la que señala rumbos éticos para convivencias civilizadas entre la naturaleza, la sociedad y el pensamiento.
El poder es un concepto que se acomoda en todo tiempo y circunstancia, personas y sociedades, las relaciones de poder son inherentes al ser humano, su ejercicio no es positivo ni negativo en si mismo, el tema es la manera en que se ejerce, los laberintos que engendra tienen sus peculiaridades de tiempo, modo y lugar en efectos de intereses. Los más débiles siempre cargarán “el madero” más pesado y caminarán el viacrucis más peligroso; es el instante en que los derechos humanos nos despierta como personas y pueblos, nos llama a estar vigilantes. Las sociedades y sus conjuntos de individualidades son preciso asuman la actitud crítica más ilustrada que audite los derechos humanos en los límites de lo aceptable, con pedagogía que impulse novedosos formatos de comportamiento frente a sí y a los demás. Para la defensa de los derechos humanos, una soldadidad en cada persona es vigente.