Apenas salió el sol, pero Zahraa ya recoge con movimientos seguros las delicadas rosas de Damasco que crecen en lo alto de su aldea, en el este de Líbano, y que servirán para hacer agua de rosas, muy popular en la cosmética y la repostería.
Con un gran saco blanco atado a la cintura, Zahraa Sayed Ahmed recoge las flores que perfuman hasta el valle. “No hay nada más bello que las rosas”, afirma sonriendo la mujer de 37 años, cuyo nombre significa “flor” en árabe.
“La temporada de las rosas es la más bella aquí”, añade mientras se agacha hacia los rosales, contrastando con su ropa blanca entre los tonos verdes y rosados.
La temporada solo dura unas semanas en Qsarnaba, un pueblo de la llanura oriental del valle de la Becá donde se transmite esta tradición desde hace generaciones. Son mayoritariamente mujeres las que recogen estas preciadas flores, con la ayuda de guantes agujereados por las espinas.
La rosa de Damasco, que lleva el nombre de la capital siria situada al otro lado de las montañas, es la flor más utilizada para producir el aceite esencial que contienen los perfumes y los productos cosméticos. Los especialistas defienden sus propiedades terapéuticas, antiinfecciosas y relajantes.
El agua de rosas también se utiliza en Oriente Medio en la pastelería o como bebida refrescante. Esta rosa de embriagador aroma fue particularmente exportada a Europa durante las cruzadas, y desde entonces se cultiva en Siria, Francia, Marruecos, Irán o Turquía.
Leila al Dirani, propietaria del campo, también participa en la recolección junto con su marido y su hijo. Este año “ya no podemos permitirnos contratar trabajadores”, afirma la horticultora de 64 años.
“Los precios (de venta) no son nada buenos”, lamenta. Líbano sufre desde finales de 2019 una crisis económica que devaluó su moneda y sumió a gran parte del país en la pobreza.
“LAS ROSAS DAN ESPERANZA Y FUERZA PARA SEGUIR”, DICE UNA LOCATARIA DE LÍBANO
Según Dahel al Dirani, un responsable local, todas las cosechas “perdieron cerca del 80 por ciento de su valor (…) por culpa de la crisis”.
No obstante, Leila al Dirani conserva su sonrisa. “Las rosas dan esperanza, te calman y te dan fuerzas para seguir”. En un cobertizo recubierto de una alfombra de rosas se pesa la cosecha, se reparte en sacos, y los trabajadores reciben un sueldo acorde a la cantidad recogida.
Zahraa destila después las flores en su jardín para fabricar el agua de rosas, una pequeña producción que embotella y etiqueta manualmente para vender por todo el país. “La fabricación de agua de rosas es parte de nuestro legado”, afirma Zahraa, llenando de flores un alambique de cobre que perteneció a su abuelo.
“Crecimos produciendo agua de rosas”, añade. “En cada casa de Qsarnaba hay un alambique, aunque sea pequeño”.
Con un kilo de flores, Zahraa produce hasta medio litro de agua de rosas. También hace mermeladas y siropes, y llena bolsitas con flores secas para preparar infusiones.
El pueblo “produce 60 por ciento de la rosas y del agua de rosas de todo Líbano”, asegura orgullosa. Una producción por la que Qsarnaba merece, según ella, el título de “pueblo de las rosas”. N