México, sin duda, es el epicentro cultural y democrático para toda América. Así es reconocido por gobiernos, instituciones no gubernamentales, universidades e investigadores…, es la vocación de nuestro mosaico de razas y de sabidurías. La clausula de autocorrección son sus elecciones periódicas; las reglas del juego democrático consensadas y perfeccionas por vía civilizada, por etapas. La democracia no es una marquesina de casillas electorales. La deuda está en educación, cultura, valores y virtudes, en el saber y el comportamiento. El alma de la democracia demanda sin titubeos que la ciudadanía comprenda la realidad, que explique su mundo y que pueda transformarlo. La democracia es “una forma de vida”, en donde al voto ético es solo una parte del patrimonio institucional y cultural en la que está la participación de la sociedad.
La democracia no puede emanar de las reformas legislativas. Las reglas del juego democrático son el orden de la convivencia política. El indicador es el cambio de las personas. En efecto, los políticos son distinguidos para gobernar, pero no son culpables de todos los males, por una razón simple, emanan del gran todo del cual somos parte y compartimos una responsabilidad colectiva. De nada vale llorar los males si no colaboramos con actitudes colaborativas para resolverlos. La política no es estructura de cargos públicos, ni elecciones, ni sedes físicas del poder…
La política es conversación, padres e hijos, pueblo y gobierno, ostentación de poder y oposiciones; la política se ve en maestros educando a sus alumnos, induciéndose a una responsabilidad social y cívica. El debate es necesario, pero en todos los niveles ciudadanos. El diálogo es consustancial a la ética, al carácter con que se converse. La ética es una auténtica reflexión sobre la libertad con una dimensión personal en la búsqueda de la excelencia, de la perfección individual y una faceta social de nuestras relaciones con los “Otros”.
Cuando los ciudadanos tomen conciencia de elevar su ética a nivel privado, es inevitable la transformación. Las transformaciones no son decretos, ni discursos de ocasión. Es la razón que demuestra que los políticos no son “la varita mágica,” con al “abracadabra” no puede haber cambios. El que no escucha es tirano, sin duda. Debemos tomar conciencia y demandar participaciones ciudadanas, colectivas, que cambien la vida compartida a estadios vivibles, no culpar sino asumir responsabilidades.
Vivimos un problema de real política. El programa de las competencias por el poder público ha perdido su consistencia merced a la incertidumbre producida por crisis locales y sucesos mundiales. La urgencia, así como la instantaneidad y las confrontaciones groseras e impertinentes, alteran la proyección democrática de las elecciones. Los programas partidarios, centro de campañas electorales, abanico de contrastes entre partidos, deben regresar a la escena de la contienda y ser puestos en práctica. El algoritmo es simple: voto y luego acción gubernamental.
La fiesta de la democracia es un relato prendido a las asambleas deliberativas. El hecho se ha desvanecido, lo demuestra la abstención, la disminución y calidad del debate. Se cambiaron las ideas por eslóganes simplistas. Las elecciones se convirtieron expresión de frustraciones democráticas. Las elecciones tienen una función reguladora imprescindible y necesaria al constituir un poder de última palabra. La virtud democrática termina por vía del dialogo con los conflictos, se llega a un acuerdo.
La calidad de la democracia depende de la calidad de la vida pública, de las realidades sociales y los derechos; no significa solo soberanía popular, deliberación pública, designación de representantes; democracia significa atención, consideración explícita de todas las condiciones colectivas. La democracia no puede ser, si los hombres y las mujeres no se reconocen tal como son para hacer la vida compartida de intuiciones recíprocas. Una sociedad no puede desarrollar mecanismos de solidaridad y de reciprocidad si no existe libertad. Requerimos construir una institución cordial e intangible llamada confianza.
La dignidad del pueblo es población, cultura, dimensión histórica, derechos y responsabilidades; se aprehende como comunidad de valores compartidos. Una elección democrática sin correspondencia de gobierno democrático es el desencanto y el desconcierto. El poder surge de las urnas luego de una competencia abierta en un Estado de derecho, la vida política se organiza en instituciones, tipo de régimen, resultado de la acción gubernamental, es decir, de la gestión cotidiana de los asuntos públicos, instancia de toma de decisiones y de mando.
Para los ciudadanos, la falta de democracia significa no ser escuchados, ver que las decisiones se toman sin consulta, que los servidores públicos no cumplen con sus responsabilidades, que las dirigencias mienten con impunidad, constatar que la corrupción colma, que la clase política vive aislada en el escándalo que no rinde cuentas, que el funcionamiento administrativo permanece opaco. La democracia siempre ha sido considerada como régimen, pero muy apenas como una forma de gobierno…