Tenía 25 años cuando me dijeron que necesitaba que me extirparan un ovario. En ese momento tenía en pausa mis estudios universitarios en Inglaterra por vivir en España. Antes de mi viaje me había hecho un examen médico con mi doctor, quien había notado un pequeño bulto en mi barriga, pero sospechaba que se resolvería solo. Nunca me imaginé que padecería problemas de fertilidad.
Después de tres meses en el extranjero, regresé de mis vacaciones de Navidad y el bulto había crecido considerablemente. Aunque le dije que era imposible, mi médico insistió en que tenía seis meses de embarazo. A pesar de mis objeciones, continuamente buscaba un latido e insistió en que me hiciera un análisis de sangre para descartarlo.
Una vez que comprobamos que no estaba embarazada, me enviaron a un especialista que me dijo que tenía un quiste de ovario. Sabía que era grande y requeriría algún tipo de cirugía para extirparlo.
Dijo que el procedimiento dejaría una gran cicatriz y que significaría que no podría hacer nada más que preparar una taza de té durante varias semanas. Debía regresar a España en cualquier momento, así que estaba un poco desconcertada.
Un mes después me enviaron a otra consulta. Luego de examinarme, simplemente me dijo: “Bien, ahora esto es realmente serio. Esto podría estallar en cualquier momento, y si pasa, no vas a estar aquí. Ve a casa, toma tus cosas. No comas nada. Operaremos esta noche”.
Me quedé impactada. Solo pensé: “¿Qué quieres decir?” Sabía que tenía un quiste, pero no podía creer que necesitaba volver y operarme esa misma noche. De repente se sintió aterrador y muy real.
POR QUÉ NO ACCEDÍ A UNA HISTERECTOMÍA
Antes de la cirugía, los médicos no sabían lo que iban a encontrar. Sabían que era un quiste, pero no tenían idea de si era canceroso o si había algún otro problema. Querían que diera mi consentimiento para extirparme todo el útero si llegaba a eso.
Me presentaron un formulario para que lo firmara, aceptando una histerectomía total si fuera necesario, pero me negué. Aunque tenía 25 años y nunca había considerado realmente cuándo ser madre se convertiría en parte de mi futuro, en ese momento supe que quería ser madre más que cualquier otra cosa.
No quería que me quitaran esa oportunidad. Y si eso significaba que moriría, que así fuera. Tener hijos era demasiado importante para mí. Todo cambió, tuve una revelación y pensé: “¿Cuál es el sentido de vivir una vida en la que soy infeliz? He hecho bastante, he viajado, he tenido una buena vida, así que, si esto resulta así, eso es todo”. Pero resultó que no era eso.
UNA CIRUGÍA QUE CAMBIA LA VIDA
Los médicos descubrieron que tenía un quiste del tamaño de un bebé de seis semanas. Era del tamaño de una sandía; no podían creer lo grande que era. Perdí casi dos kilos de peso después del procedimiento.
Durante la operación se extrajo el ovario en el que se había desarrollado mi quiste y se tomó una biopsia del otro. Sentí como si me hubieran dejado con un ovario incompleto.
Tenía una gran cicatriz en el estómago y, como tenía 25 años, eso definitivamente afectó mi autoconfianza. Era una época de jeans de tiro bajo y ombligueras, pero a partir de entonces me obsesioné con cubrirme el abdomen y usar bodys debajo de la ropa.
Realmente sentí, a partir de ese momento, que estaba rota. Cuestioné mi feminidad, cuestioné mi propósito en la vida y me obsesioné con saber cuándo sería mi última oportunidad para intentar tener un bebé.
Era algo que estaba en mi mente todo el tiempo; preguntaba a los médicos y ginecólogos constantemente y finalmente me dijeron que lo más tarde que podía empezar a intentar tener un bebé era a los 27 años.
ENFRENTAR MIS PROBLEMAS DE FERTILIDAD
En ese momento, mi cabeza estaba por todas partes. Había cambiado de muchas maneras después de la cirugía y estaba viviendo una especie de fantasía adolescente, nada demasiado loco, pero definitivamente estaba yendo a más fiestas. Fue un momento extraño y sentía que nadie entendía realmente lo que yo estaba atravesando.
Como muchas personas que enfrentan problemas de fertilidad, traté de distraerme de mi realidad concentrándome en mi trabajo. Estaba progresando más en mi carrera como abogada, pero en el fondo siempre supe que no estaba bien; mi vida se sentía como una obra de teatro. Estaba enfocada en el trabajo, pero realmente quería una familia.
Yo estaba con una pareja en el momento de mi cirugía, pero nos separamos poco después. Durante los siguientes nueve años salí con diferentes personas, pero siempre eran las personas equivocadas. Obviamente estaba preocupada y siempre había una pregunta en mi mente: “¿Quieres tener hijos y cuándo?”
Conocí a mi exesposo cuando tenía 34 años, y tres años más tarde nos enteramos de que nos habían programado para la fecundación in vitro (FIV). Pero después de escuchar esta noticia, sentí como si el piso debajo mío se hubiera caído. Lloré más fuerte que nunca en mi vida.
CIENCIA PARA CONVERTIRME EN MADRE
Nadie podía entender mi reacción; veían lo que estaba pasando como algo bueno, porque teníamos la posibilidad de tener hijos. Pero para mí, necesitar de la ciencia para convertirme en madre fue horrible.
Se sentía como mi última alternativa; como si no hubiera nada más que pudiera hacer. A lo largo de todo el proceso experimenté una fuerte sensación de que, si no puedo tener hijos, ¿quién soy?, ¿para qué estoy aquí?
Tener un hijo era algo que deseaba con desesperación, pero durante tanto tiempo se había sembrado la semilla de que nunca podría suceder, que realmente comencé a cuestionar mi identidad. Siempre he sido una persona bastante femenina, pero no me sentía completamente mujer. No encajaba en el mundo corporativo, pero tampoco en el grupo de madres. Era un poco como un alma perdida, aunque nadie de fuera se hubiera dado cuenta.
En la superficie era alegre y sociable, la primera persona en pararse a bailar en una fiesta, pero por dentro realmente estaba teniendo dificultad. No tuve el apoyo que necesitaba. Oía en mi mente el dicho: “Puede que mañana te atropelle un autobús”, y luego pensaba: “Dios, por favor, que me atropelle”. No quería quitarme la vida ni sentir ningún dolor, pero si sucedía, sabía que mi sufrimiento terminaría.
FECUNDACIÓN IN VITRO Y SALUD MENTAL
Mi fecundación in vitro fue exitosa, pero después de quedar embarazada viví de un ultrasonido a otro. No hubo ningún problema físico con mi embarazo, pero no podía conectarme con la idea de ser madre porque estaba muy asustada.
Iba a un ultrasonido, me emocionaba mucho y luego sentía que ese entusiasmo se desvanecía a medida que el miedo volvía a aparecer. Eso sucedió después de cada escaneo. Cuando compramos las cosas para el dormitorio del bebé, sus juguetes y su cochecito, guardé los recibos de todo en caso de que él no llegara a casa.
Resultó ser un parto traumático; por poco no lo logramos ninguno de los dos. Por suerte, ambos estábamos bien físicamente, pero el impacto emocional fue más fuerte. Luché por apegarme a la identidad de una madre. Hubo casi una aceptación fatalista de que no podía ser madre para siempre, que mi hijo simplemente no llegaría a la adolescencia.
Muchas mujeres que se han sometido a la fecundación in vitro batallan con su salud mental después de dar a luz, y creo que se debe a que hay mucha conciencia de lo valiosos que son los bebés, por lo que se considera una vergüenza el encontrar difícil ser madre.
LOS TERAPEUTAS NO ENTENDÍAN
Traté de ir a psicoterapia, pero sentí que los terapeutas simplemente no entendían. Las clases prenatales son increíbles, pero tienden a detenerse cuando das a luz; no hay mucho apoyo durante la etapa posnatal. En ese momento, todavía estaba en el mundo corporativo y comencé a interesarme en el coaching, particularmente para personas que estaban pasando por un proceso difícil en cuanto a fertilidad.
Entonces, hace cuatro años, me formé como coach de fertilidad, embarazo y posparto, luego me titulé en hipnosis, programación neurolingüística (PNL) y una forma de terapia a la que me sometí después del parto llamada técnicas de libertad emocional (emotional freeing techniques), que consiste en estimular puntos de acupresión que concentran áreas de trauma personal.
Ahora puedo ayudar a las personas a lo largo de todo su proceso de fertilidad, desde personas como yo, cuando tenía 30 años y ni siquiera intentaba concebir, hasta personas que están embarazadas y tienen dificultades o ya tienen un hijo y solo necesitan esa ayuda adicional.
Mi vida ahora es completamente diferente. Estoy haciendo planes para el futuro, porque sé que tanto yo como mi hijo tenemos uno. Todo ha cambiado, particularmente la forma en la que manejo cómo me siento en los aspectos prácticos del día a día.
TENER EMOCIONES NOS HACE HUMANOS
Lo que he aprendido de mí misma y de otras personas es que tener emociones nos hace humanos. Podemos ver de dónde viene esa tristeza, pero no dejar que se apodere de nuestro mundo o de nuestras vidas actuales. A menudo, el sentimiento sigue ahí debajo, pero he podido entenderme más a mí misma y comprender cuáles son los factores detonantes y cómo lidiar con ellos de una manera positiva y proactiva.
Mi mamá siempre ha dicho que el día de mi cirugía, hace tantos años, perdí la chispa. Hace poco me dijo que mi chispa había regresado. N
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Karen Deulofeu es coach de fertilidad, embarazo y posparto basada en el Reino Unido. Es proveedora de hipnoterapia, EFT y PNL que apoya a las personas en todas las etapas del proceso hacia la maternidad, fertilidad, embarazo, puerperio y falta de hijos. Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad de la autora. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.