A lo largo de la historia, todas las tecnologías -desde los autos hasta la tele y el radio; pasando por los videojuegos y cada nueva plataforma en internet- atraviesan un proceso de implementación complejo, en el que encontramos cinco tipologías de personajes:
- El apóstol apasionado: “Esta tecnología va a cambiarlo absolutamente todo y es lo mejor que ha pasado desde la rueda”.
- El ingenuo soñador: “Esta tecnología es lo que nos hacía falta para ser felices; no veo riesgo alguno”.
- El businessman: “Esta tecnología es un gran negocio: hay que subirse a la ola”.
- El horrorizado temeroso: “Esta tecnología va a acabar con la humanidad, o la libertad, o lo que sea”.
- El explorador cauteloso: “Esta tecnología tiene cosas buenas; otras malas, pero aquí está y hay que avanzar”.
El Metaverso de Zuckerberg (junto con la plétora de plataformas sociales y virtuales) están lejos de ser la excepción, dentro de esta discusión; pues su apuesta es tan profunda que debe ser estudiada con prudencia. En su artículo “¿Está Google haciéndonos estúpidos?” (The Atlantic, julio 2008) Nicholas Carr planteaba el problema del internet afirmando que, desde el advenimiento del mítico buscador, se encontraba a sí mismo incapaz de concentrarse por mucho tiempo en una lectura o tarea. En el 2010 Carr expandió su reflexión en el libro “Los Superficiales: lo que el internet le hace a nuestros cerebros”. Su argumento principal es el siguiente: puesto que el internet es un constante flujo de interrupciones (estás leyendo este artículo en horas de trabajo, ¿verdad? – no diré nada-) y una fuente inagotable de datos, su influencia nos hace perder tanto capacidad de concentración como memoria a largo plazo. Pregúntate lo siguiente: ¿cuántos teléfonos de tus amigos te sabes de memoria? ¿Y hace diez años?
¿Somos –como Carr propone- una generación condenada a ser estúpida? ¿Desconectada? ¿Deshumanizada?
Algunas personas con las que he platicado parecen pensarlo así. Observan a las hordas de humanos absortos en las redes sociales o en los chats, o en los memes o en la pornografía y afirman –no sin cierta razón- que el mundo está en decadencia. Pero mi argumento es éste: siempre han existido los distraídos, los superficiales y los que no conocen la riqueza de su propia era. Seguramente hubo personas que, en medio del renacimiento, mientras Miguel Ángel pintaba la Capilla Sixtina, se distraían dibujando obscenidades en las paredes de Roma.
Como en muchos casos, el enfoque es clave y el lado de la ecuación es una decisión consciente: nuestro siglo ha logrado construir la más grande biblioteca jamás inventada; la más grande red de comunicación de la historia; la más grande maquinaria cultural del universo conocido. Nunca antes había habido tanto conocimiento, tanto arte y tanta información tan a la mano como hay ahora. Hoy en 2023 se imprimen más libros que nunca antes; existen más museos que nunca antes; hay más escuelas, universidades, hospitales y empresas que nunca. La mortandad infantil, el hambre y la guerra están en bajos históricos, y la esperanza de vida más alta que nunca. El mundo no es perfecto; pero sí estamos en una era que será recordada por la explosión de conocimiento y los avances tecnológicos. ¿Sabían los venecianos del siglo XVI que estaban en la época que sería llamada renacimiento? Seguramente no. Estaban concentrados en su trabajo, y en sus guerras y en sus diversiones.
Sí, es verdad: podemos ponderar lo que el internet nos hace a nosotros. Es ingenuo ignorar sus riesgos; pero lo mismo podemos decir de casi cualquier otra tecnología. La pregunta verdadera, la que vale la pena es ¿qué hacemos nosotros con el internet? Si hay cientos de redes sociales, también es verdad que hay miles de bibliotecas, universidades y museos virtuales. ¿Cuáles tienes tú instaladas en tu smartphone? Las posibilidades son increíbles. Sobre todo… son inevitables.
En su brillante libro “The Inevitable”, Kevin Kelly habla de doce fuerzas tecnológicas que darán forma al futuro próximo: Transformar, conocer, conectar, fluir, proyectar, reconectar y más. En la imagen amplia del internet y de la historia, estamos metiendo apenas el dedo en las aguas del océano inmenso. Dice Gates: “estamos en la prehistoria del internet: aún no hemos visto nada”.
El metaverso (el de Zuckerberg o cualquier otro) y sus derivaciones serán parte de nuestro futuro inmediato. Esa es la realidad. Y la felicidad -dice Francisco Ugarte- es vivir en la realidad. De nada sirve predecir la tormenta si no nos preparamos para entrar en ella: de entre los posibles personajes, el más prudente no es el horrorizado, sino el explorador. Quedarse en la orilla del océano no ayuda a nadie: hay que navegarlo para conquistarlo.