Una de las consecuencias de la intensa cobertura mediática que rodeó el fallecimiento de la reina Isabel II fue el incremento de los debates sobre las ventajas de las monarquías constitucionales en esta época de republicanismo.
Muchos consideran que las monarquías son instituciones arcaicas que deberían haber desaparecido el siglo pasado, cuando las sociedades adoptaron constituciones democráticas liberales y el liderazgo hereditario pasó de moda en muchos países.
En América Latina el debate ha sido acalorado, ya que el republicanismo es el modus vivendi en esta parte del hemisferio. De hecho, la mayoría de mis amigos latinos han sido enfáticos al señalar las ventajas de un presidente electo frente a un monarca constitucional hereditario.
Ven a las monarquías como vestigios del imperialismo colonial, y a las coronas como la británica, como causantes de muerte y destrucción en las colonias conquistadas desde principios del siglo XVI hasta el XX. Ven a las monarquías como templos de privilegios, donde una persona es mejor que otra en virtud de su parentesco y herencia.
¿TIENEN RAZÓN?
Muchos latinoamericanos ven a la reina Isabel como una señora colonial que intentó echar a las fuerzas argentinas invasoras de las Malvinas cuando las tropas del dictador argentino Leopoldo Galtieri invadieron las islas. En realidad, fue el gobierno de Thatcher el que impulsó esta guerra, ya que un monarca no tiene poder para declarar o hacer la guerra.
Ven al difunto rey belga Leopoldo II como un fanático genocida que dispuso la muerte de 10 millones de congoleños cuando Bélgica gobernaba ese país.
Mi pregunta es si tienen razón. Las monarquías constitucionales de Suecia, Noruega, Dinamarca, el Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Japón y España han sido testigos del desarrollo de sociedades democráticas altamente funcionales y de economías dinámicas. La libertad de expresión, la libertad de elección, las elecciones libres, los medios de comunicación libres y un sistema judicial que funciona bien son las características de estas monarquías.
Estas sociedades multiculturales han aprendido a crear una idea de consenso en su interior y relaciones pacíficas con sus vecinos como algo natural. Han creado economías que funcionan, sociedades que conforman una red social básica que proporciona, en general, educación y servicios sanitarios para todos, y un nivel de aceptación en el que las mayorías y las minorías se sienten fortalecidas.
¿HAY INJUSTICIAS EN LAS MONARQUÍAS?
Claro que las hay, pero ninguna sociedad es perfecta. La pobreza y el racismo existen en muchos de estos países y el bienestar social a veces pasa por alto a ciertos grupos. Además, la discriminación de clase forma parte del tejido social, aunque son condiciones que también comparten repúblicas como Francia, Italia, Alemania y muchos países latinoamericanos.
No obstante, en general, creo que la vida en la mayoría de las monarquías constitucionales es más cómoda que en algunas repúblicas. Muchas “repúblicas” dependen del respaldo militar, de la represión de la prensa y de la libertad de expresión, y de presidentes casi absolutistas con legislaturas complacientes y sistemas judiciales complacientes.
La corrupción y el control existen en todos los países, tanto en las repúblicas como en las monarquías constitucionales. Son elementos de la naturaleza humana universal que pueden regularse únicamente por medio de sistemas legales fuertes y libres de presión e interferencia y poderes judiciales libres de corrupción.
No hay más que ver al Estados Unidos de hoy en día para comprobar la fragilidad de la democracia en un mundo polarizado.
HAN DEMOSTRADO SU VALÍA
Sin embargo, en las monarquías constitucionales las instituciones básicas de la democracia han demostrado ser sacrosantas y respetadas por todos hasta la fecha. Esto se puso de manifiesto durante el debate sobre el brexit en el Reino Unido, que produjo grandes divisiones.
En las monarquías constitucionales, el monarca brinda un nivel de gobernabilidad por encima de la contienda política. El monarca, o su representante, actúa en nombre del Estado y no del gobierno, y es el garante de las instituciones democráticas.
Los monarcas son entrenados desde su nacimiento para respetar la separación de poderes, mantenerse neutrales en la política diaria y no demostrar favoritismo en ningún momento.
Esto permite a los gobiernos dirigir los países con independencia de las interferencias, mientras respeten la inviolabilidad de las instituciones y los principios fundamentales de sus constituciones.
Ningún sistema es perfecto, como he señalado anteriormente. Pero las monarquías constitucionales han demostrado su valía en los tiempos que corren y siguen siendo una opción viable para el gobierno democrático. N
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Eduardo del Buey es diplomático, internacionalista, catedrático y experto en comunicaciones internacionales. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.