Son las 3:30 de la madrugada y Jyreh García, jornalera agrícola de 21 años, se alista para salir a trabajar. Prepara su desayuno y comida para llevar al campo; cuenta que, a las mujeres que tienen hijos o están casadas, les toca preparar hasta tres o cuatro almuerzos para llevar.
Sale de casa y toma el transporte que la dirige al rancho o huerto donde estará todo el día cosechando frutos o verduras, dependiendo de la empresa y temporada en la que trabaje. Actualmente, Jyreh está desempleada.
“Normalmente, hay centros donde llegan varios camiones a ofrecer empleo, ya sea por sistemas y pagando, o si tienes un contrato vas directamente a tu camión [que está] a la orilla de carretera, en algún bulevar o en un punto específico”, señala Jyreh García en entrevista con Newsweek en Español.
Al abordar el transporte, las personas, entre ellas varias mujeres, son trasladadas al campo de trabajo que se les asignan. El recorrido que llegan a hacer dura entre 40 minutos y dos horas.
Madrugar para llegar a las 7:00 de la mañana y comenzar a cosechar cebolla, coliflor, fresa, pepino, repollo, col de Bruselas, arándano, mora y zarzamora es parte del trabajo que Jyreh ha realizado como jornalera.
Desde los diez años, Jyreh es jornalera agrícola. Sus padres la llevaban a trabajar en el campo por no tener quién cuidara de ella y sus hermanos. Nació en el estado de Oaxaca y hoy vive en San Quintín, Baja California. Tuvo que emigrar en busca de otros campos donde trabajar.
MEDIA HORA PARA COMER
Cifras de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (Conasami), de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, estiman que, a 2020, en México existen dos millones 407,701 personas jornaleras agrícolas, lo que representa el 34.8 por ciento de la población ocupada del sector primario y el 75.6 por ciento de la población subordinada y remunerada en ese sector.
Describe Jyreh que en los campos en los que ha trabajado existen horarios de comida establecidos que van de las 11:30 a 12:00 horas o de las 12:00 a las 12:30 horas. Es decir, las personas jornaleras agrícolas solo tienen 30 minutos para comer y rehidratarse.
Sin embargo, cuando están en temporadas altas, como sucede con la cosecha de fresa, muchas personas no toman su media hora de comida y siguen trabajando con tal de generar un poco más de los 180 pesos que ganan en un día por las 80 o 100 cajas que cosechan.
“Es un riesgo al que se exponen, pero la empresa no nos da ese seguro de ‘hasta aquí ya terminó tu tiempo, ve a comer y luego regresas’. Muchas personas no respetan eso. No lo deberían permitir porque son riesgos que corren los trabajadores al exponerse a un día de no comida”, señala.
Actualmente, de acuerdo con la jornalera, la paga por caja de fresa es de 18 a 20 pesos, aproximadamente.
“A lo mejor para hoy es un salario digamos bajo, pero anteriormente la daban a 15 o 14 pesos la caja de fresa, y estoy hablando de 2015. Entonces, fueron subiendo unos 3 o 4 pesitos”, añade.
DISCRIMINACIÓN A JORNALERAS INDÍGENAS
En el norte del país se encuentra Ermelinda Santiago, tiene 36 años y es jornalera agrícola desde niña. Nació en la comunidad de Francisco I. Madero, en Metlatónoc, Guerrero. Es una mujer indígena y su lengua materna es el tlapaneco.
Ermelinda Santiago cuenta a Newsweek en Español que su jornada laboral también comienza a las 3:00 de la madrugada. Se levanta y prepara el almuerzo y la comida para llevarlos al campo.
“Triste y desgraciadamente nosotros somos los que compramos alimento para todo el día. Además de eso, tienes que levantarte a preparar la comida y llevar agua porque donde trabajamos no nos da ni agua, ni comida, ni horario para comer. Nomás te dan 15 minutos o media hora para que comas medio mal ahí”, señala.
La alimentación de Ermelinda y su familia se basa solo en sopas, arroz, frijol. En ocasiones logran comer quelites o verdolagas.
“No comemos carne o buena comida, como los demás. Nosotros lo que más consumimos es huevo, arroz, frijol y sopa. Eso es lo que comemos”, sentencia.
Además de ser jornalera, Ermelinda hace trabajo en casa con los quehaceres del día y cuida de sus hijos. Para ella, ser mamá, esposa y jornalera es difícil porque tiene que preparar la comida, llevarla, cuidar de sus hijos y estar en el campo bajo el rayo del sol y con los niños en la espalda, trabajando.
El clima también es un factor importante al trabajar en el campo. Pueden estar bajo temperaturas altas poniéndoles en riesgo de un golpe de calor o bajo lluvias fuertes que les impida moverse entre la tierra y los surcos.
CON SED, PERO SEGUIMOS TRABAJANDO
“En enero hace frío y calor. En julio, en la temporada del chile por acá en Chihuahua, es más difícil porque en esa zona hace bastante calor y llegamos a tener hasta 45 °C.
“No tenemos agua para tomar y uno compra suficiente agua que lleva al campo. A veces se acaba y ya estamos con sed y seguimos trabajando [hasta que] salimos a las 6 de la tarde”, señala.
En la temporada de lluvia las condiciones para las personas jornaleras también llega a ser peligrosa y con la tierra casi siempre “suelta”, como señalan las jornaleras entrevistadas por este medio.
“Hay campos que no proporcionan botas. Es muy difícil esa situación porque llevas tus tenis ligeros, pero con el lodo te pesan aún más y no es accesible hacer tu trabajo. Han ocurrido muchos accidentes de resbalones de [personas] que se caen con todo y caja de cosecha.
“No nos proporcionan ni impermeables. Incluso en los días de lluvia nos mantienen trabajando”, denuncia Jyreh.
Para trabajar en el campo Jyreh viste pantalón de mezclila, playera, sudadera y tenis cerrados, tal como hacen otras mujeres. Además, las herramientas de trabajo. Sin embargo, hay mujeres que prefieren incluir una falda de tela que les cubra desde la cintura hasta las piernas.
“He preguntado porque no sabía por qué las usaban. Me dijeron que muchas veces es para que los hombres no las miren cuando nos agachemos o cuando tenemos algún accidente respecto a la menstruación. La falda nos cubre”, señala la jornalera.
TRAPOS PARA EL ROSTRO
Otro accesorio indispensable para las mujeres en el campo es usar paños para recogerse el cabello y cubrirse la cabeza. Los hombres usan un pasamontaña ligero que les tape la cara del sol, el polvo de la tierra e, incluso, para no respirar los químicos fertilizantes.
Para Ermelinda, una mujer indígena guerrerense, su vestimenta para salir a trabajar al campo consiste en huaraches de hule, gorra para el sol, ropa de manga larga y un pantalón con falda.
A pesar de las precarias condiciones laborales a las que las personas jornaleras han sido sometidas durante décadas existe, también, violencia que aqueja, principalmente, a las mujeres. Son los abusos, el acoso y la violencia sexual.
#EllasHablan es una campaña de Fundación Avina y Periplo. Se trata de un conjunto de organizaciones de la sociedad civil en México e internacionales que proponen hablar de la situación laboral que enfrentan las personas trabajadoras agrícolas. El desafío es dar énfasis a la situación de las mujeres trabajadoras migrantes en el sector agrícola.
“Nos propusimos hacer una campaña y ayudar a levantar la voz, pero que sea la voz de ellas, por eso le llamamos #EllasHablan. Nos importa mucho que quienes cuenten su propia historia sean las mismas mujeres”, señala Pamela Ríos, de Fundación Avina en Argentina, en entrevista con Newsweek en Español.
En #EllasHablan se encuentran las voces de diez mujeres mexicanas que migraron desde Guerrero, San Luis Potosí, Oaxaca y Baja California para trabajar en la industria agrícola.
MUJERES DEL CAMPO SIN PRESTACIONES
ONU Mujeres de América Latina y el Caribe señala que, en México, el 91 por ciento de las trabajadoras agrícolas no cuenta con ninguna prestación por parte de su trabajo.
Cifras de la Conasami añaden que, del total de personas jornaleras agrícolas, 93.4 por ciento no tiene contrato escrito. Mientras, 90.9 por ciento no cuenta con acceso a instituciones de salud por parte de su trabajo. Y 85.3 por ciento de las personas jornaleras se encuentra sin prestaciones laborales cuando más de la mitad trabaja una jornada completa o más.
Para Ermelinda, ser parte de esta campaña es una oportunidad para que las personas jornaleras indígenas sean visibilizadas, se respeten sus derechos humanos y pare la discriminación hacia ellas por pertenecer a una comunidad indígena o no hablar español.
“Espero que algún día las cosas cambien en el campo, que haya guarderías para nuestros hijos, que haya escuela para nuestros hijos, que haya un centro de salud para atendernos, porque muchísimas de nosotras llegamos a dar a luz en medio de los surcos.
“Te llega el dolor de parto y para regresarnos tenemos que gastar un dinero que no deberíamos de gastar porque el patrón irresponsable no pone esos servicios a nuestro alcance”, denuncia.
De acuerdo con Pamela Ríos, hasta ahora acompañan a alrededor de 360,000 mujeres en México que son trabajadoras agrícolas y que, además, son migrantes. Es decir, han salido de su lugar de origen para trabajar en un lugar distinto a su lugar de residencia.
DE UN LADO A OTRO
“Tienen esta condición de estar migrando, de estar fuera de su comunidad. Esta campaña es de mujeres que salen de su casa y que van a trabajar al campo por periodos largos. Muchas veces es un trabajo temporal y, a veces, es por muchos años”, señala.
Hay mujeres jornaleras que pueden pasar hasta diez años de su vida emigrando y trabajando en distintos campos, otras hasta seis u ocho meses entre la frontera norte y sur del país.
La campaña #EllasHablan ha documentado casos de mujeres que cruzan la frontera con Estados Unidos para ir a trabajar.
En promedio, estiman que entre 20,000 y 30,000 mujeres trabajadoras agrícolas migrantes transnacionales enfrentan discriminación en el proceso de reclutamiento y asignación del tipo de labores, siendo que en años recientes solo 6 por ciento de las visas H-2A fueron para este sector. N