Nos conocimos a la antigua, en una fiesta de quince años, una amiga en común nos presentó, y viví entonces lo que para mi fue uno de los momentos mas definitorios de la vida. Sentí que flotaba un poquito, se me aceleró el pulso y un calor que hasta entonces era desconocido me recorrió el cuerpo hasta llegar a mis manos.
No sabía cómo ni porqué pero tenía claro que eso que había sentido no era algo común, al menos no para mi, quería salir con ella, claro que, a los quince pensar aquello era risible, más cuando Rosario no había dado muestra alguna de interés.
Pasaron los meses, sabía que se acercaba su cumpleaños, conseguí su número de teléfono y la llamé para felicitarla, hablamos unos minutos y colgamos, a pesar de que no había aún nada entre nosotros podía escuchar su sonrisa a través del otro lado de la línea, y eso era lo que buscaba, quería hablar con ella y saber cómo estaba, sorprenderla sin asustarla.
No supe exactamente cómo pero uno de sus pretendientes se enteró y hasta me buscó después de la escuela para amenazarme, por lo general era un chico bastante tranquilo que evitaba el conflicto, pero se trataba de Rosario, y a pesar de que entre nosotros aún no había nada no permitiría que aquel muchacho me amedrentara, lo enfrenté con la frente en alto como si se tratara de un duelo por el honor de una dama y después de eso no regresó.
Al siguiente cumpleaños la volví a llamar, y así comenzamos una relación basada en estas llamadas que si bien no eran de larga distancia si nos acercaban aunque fuese un poco, cada vez platicábamos más, muchas veces me contaba que salía con alguien o me colgaba apresurada porque la esperaban. Cada quien tenía su vida, y cumpleaños tras cumpleaños descubría más sobre la suya y le hablaba de la mía. Después de varios años su familia ya sabía de mi, y yo sentía que los conocía, por fortuna nunca coincidió que yo tuviera novia cuando venía el cumpleaños de Rosario, y de alguna manera conforme pasaba el tiempo lo que me motivaba a llamarla era el interés genuino de saber qué estaba bien y de que supiera que siempre estaba en mi mente, o si bien, no todo el tiempo al menos cada noviembre.
Año tras año recordaba sin esfuerzo que era su día, después de cumplir los veintitrés, debo confesar que ya tomaba el teléfono con algo de miedo, la incertidumbre me ponía de cabeza el estómago, qué tal que ya estaba comprometida, o incluso casada y yo ni en cuenta, qué tal que me decía que ya no la llamara que había alguien más… pero al tener esa voz y esa sonrisa del otro lado se me olvidaba todo aquello, quería escucharla sonreír, llevarla a celebrar…pero aún no juntaba suficiente valor y no quería entrometerme en sus asuntos de pareja, sentía que ya éramos amigos pero no que aquello fuera suficiente.
Cumplí veinticinco antes que ella, pero entonces ya tenía mucho más claro todo. Quería intentarlo con Rosario, atreverme por fin al todo o nada, pasar de una charla al año al menos a tener una cita, así que ese noviembre cuando la llamé para desearle feliz cumpleaños por fin la invité a salir, me hizo esperar unos segundos antes de responder pero aceptó, ahora era yo quien no podía dejar de sonreír detrás del teléfono, por fin sucedería aquello para lo que quizá sin querer ni saber me estuve preparando durante esos diez años.
Llegué a su casa, saludé a su familia y la esperé en el recibidor haciendo conversación con su papá y sus flores favoritas en la mano, para ese momento sabía muy bien cuales eran. Quizá suena anticuado pero quería que todo fuera perfecto o al menos, lo más cercano y es que habían pasado diez años desde nuestro primer encuentro.
Cuando por fin bajó y me saludo, fue como si de nuevo estuviéramos en aquella fiesta de quince años, ese calor extraño que no había sentido desde entonces regresó y me recorrió todo el cuerpo, lo confirmé, era Rosario, es decir, siempre había sido ella, sólo que esta vez no iba a dejarla ir ni mucho menos esperar otro año para disfrutar de su voz sólo unos minutos.
Salimos a cenar, y esa noche empecé a sorprenderla, los pequeños detalles inesperados le gustaban mucho, ya me lo había dicho, prestar atención a todo lo que habíamos hablado fue la clave para que nos reconociéramos en poco tiempo como el uno para el otro. Diría que tuve que poner mucho esfuerzo y que ser detallista fue la clave, pero estaría mintiendo porque no sólo fue al inicio, es todo el tiempo, nunca he sentido que necesito esforzarme, de forma natural me nace ser mi mejor versión cuando la tengo cerca e incluso cuando no.
Pasaron 10 años para por fin estar juntos, hoy que lo platicamos pensamos que fue justo como ha sido, ni más ni menos, el tiempo perfecto para querernos sin distracciones ni juegos, para mirarnos sin tanto ruido. Ahora ya llevamos más de 30 caminando de la mano y celebrando juntos cada noviembre no sólo su cumpleaños sino también nuestros aniversarios.
Aunque sigo disfrutando escuchar su sonrisa a través del teléfono, nada supera ocasionarla de cerquita, cuando la sorprendo con un viaje inesperado y las maletas ya en el auto, o con un vestido de noche para ir a un concierto los dos solos, sigo prestando atención a cada cosa que me cuenta y comparte, y ella es quien me sorprende a mi todos los días con amor, inteligencia y paciencia.
No me canso de empezar su cumpleaños con un beso en las mañanas y no sólo con una llamada a media tarde, y todos los días me aseguro de que ella tampoco.