A estas alturas nadie puede negar que la distinta indumentaria que se ha llamado de “indígena” en México forma parte de todo un entramado de objetos, los cuales confirman la resistencia y continuidad de luchas de diferentes naciones por sobrevivir y resistir desde la dignidad, la alegría y el uso de nuestros legados tanto materiales como simbólicos.
Sin embargo, más allá de los debates sobre la “apropiación cultural indebida”, cuyos ejes tienen que ver más con la comercialización y los malos usos que la industria de la moda da a la indumentaria de muchas naciones —prácticas que van desde mutilar hasta hacer copias idénticas sin dar el crédito correspondiente o pedir permiso a las comunidades que resguardan estos conocimientos—, no se ha hablado mucho de los abusos de los que estas prendas son objeto.
Sara Ahmed, una teórica feminista cuyas aportaciones se centran en lo que se ha llamado “el giro afectivo”, publicó en 2019 un libro titulado en español: ¿Para qué sirve? Sobre los usos del uso (2020). En este libro trabaja una genealogía muy cuidadosa sobre el término “uso”, una vez más poniendo énfasis en los afectos que esta práctica actualiza en el tiempo, en el espacio y en los cuerpos que la activan.
Así, los usos son aquellos gestos que mantienen vivo algo. Para Ahmed, entender la historia del uso implica tensionar esta relación de afecto y de instrumentalidad. El uso es, por lo tanto, una esfera íntima y social, por lo que existen diferentes usos del uso y estas diferencias son importantes.
CONSTRUCCIÓN DE UNA IDENTIDAD MEXICANA
En los mismos años en que fue publicado y traducido este libro tuvo lugar una exposición en el Museo de Arte Carrillo Gil llamada “Abusos de las formas”. Fue curada por Mauricio Marcin y en esta se exploraban las “operaciones” que las élites intelectuales pusieron en marcha para abonar a la construcción de una identidad mexicana a través del saber y quehacer indígena.
Esta exposición hacía una revisión de cómo el arte tomaba como “recursos” los diferentes saberes y quehaceres de las distintas naciones indígenas, además de poner sobre la mesa la formación de conceptos como artesanías, arte popular, arte folclórico e, incluso, arte ingenuo o naif.
Esta práctica tan actual en el arte tendrá después continuidad en el llamado “diseño mexicano”, cuyos objetivos originarios consistían en “modernizar” objetos pertenecientes a distintas naciones y adentrarlos en un mercado de lujo destinado a adornar lugares como la Casa Mañana de Dwight W. Morrow, formando parte de un sinfín de usos destinados a la propaganda turística que tiene vigencia hasta nuestros días.
Esta conceptualización de los objetos, de los saberes y de las prácticas era instrumentalizada de manera que se seguían jerarquizando los diferentes quehaceres y las personas que los ponían en práctica. Podemos decir, de manera un tanto generalizada, que estas categorías fueron racializadas. Es decir, su valor provenía y reafirmaba una estratificación que tenía sus bases en una estructura racista de la sociedad, quienes hacían las cosas importaba e importaba mucho.
UNA FORMA DE FALSA SOLIDARIDAD
Estas categorías eran sintomáticas del racismo con el que estos objetos eran adquiridos, estudiados, coleccionados y exhibidos. Pero dando cuenta de su valor como objetos poseedores de capital simbólico que contribuyen de una u otra forma a la acumulación de la riqueza.
Otra de las formas en que se han instrumentalizado estas prendas es como forma de falsa solidaridad con las luchas de naciones por parte de élites económicas y políticas: nunca faltará en eventos de índole público algún político que use de distintas maneras indumentarias de diferentes naciones, pero siempre como propaganda.
Finalmente, estos objetos también han formado parte del imaginario que toma como recursos las naciones indígenas, todos sus objetos y los seres vivos que habitan los territorios que habitamos.
Como ejemplo se encuentra el famoso mural de Miguel Covarrubias titulado Geografía del arte popular. Este inaugura una forma de representar las “artes populares” dentro del territorio mexicano y lo liga de manera esencial con la biodiversidad. Pone así, simbólicamente, tanto a las personas, como a los objetos y los recursos en el mismo lugar: fuente de riqueza “inagotable” para la nación mexicana.
Como decíamos al inicio, no podemos negar que la indumentaria forma parte de la resistencia de las diferentes naciones en lo que ahora llamamos México. Sin embargo, esa relación de uso está ligada con nuestros afectos, nuestros cuerpxs, nuestras memorias, nuestro territorio. Y, por supuesto, nuestros usos. Estos más relacionados con sostener la vida que con la acumulación de riqueza, por eso podemos decir que el territorio también se viste. N
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Ariadna Solís es una mujer yalalteca migrante de segunda generación. Es politóloga e historiadora del arte por la Universidad Nacional Autónoma de México. Síguela en Twitter y en Instagram. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.