En política no se puede pensar solo en elecciones. Las elecciones son el absoluto de la democracia, parte esencial del Estado democrático, pero solo una parte. La democracia y la política tiene una hermandad certera, fortalecida, consolidada en el deber de pensar en la sociedad en su conjunto. En rigor, las elecciones determinan el bien o el mal de la sociedad. Luego la sociedad depende de la determinación electoral. Los resultados electorales son producto de la transformación de boletas en votos, una acción de ciudadanía que cuenta y hace que se respeten los votos, que reflejen la voluntad popular; el Instituto Nacional Electoral con sus facultades, transforma esos votos en gobiernos, toman posesión y protestan cumplir y hacer cumplir la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanan. Así está determinado el Estado, Estado que se consolida con el Derecho, con su constitucionalidad y la garantía de su régimen democrático.
El Instituto Nacional Electoral ha realizado pedagogía pública en razón y en favor de Estado democrático de Derecho. En la disputa por el poder público en México los actores políticos, surgidos de las entidades de interés público y candidaturas independientes, tiene la obligación ética, jurídica, política, moral…, que debe tener una visión clara de futuro como eje de sus impulsos, mismos que muestren sus destrezas políticas. La temporalidad política se ajusta al tiempo constitucional y legal como un conjunto de acoplamientos sociales y culturales. Podemos decir que la política es “un ente vivo”, como el lenguaje, sus cálculos les permiten la adaptación a las circunstancias.
La política tiene su propio reloj que señala siempre tiempo presente, ni un instante antes ni después. Es ese el momento profesional del carácter de la política, empero requiere del sentido de Estado, es decir, de los entramados de leyes que permiten hacer una vida compartida cuya clave democrática reposa en tranquilidad, progreso, desarrollo, armonía, entendimiento, calidad democrática, en síntesis, de políticas públicas adecuadas e idóneas. Es muy fácil confundir ideología y metafísica. Cuando se pierde el sentido del Estado se llega a la construcción metafísica de las personalidades y los egos. Hasta ahora no hay una forma de conocer el porvenir, si fuera así, la política sería tan fastidiosa que no atendría lo imprevisible, lo intempestivo. Entonces, lo político se apresta a lo fortuito. El futuro político es el conjunto de voces serenas, coherentes, lucidas, plurales, que adhieren trabajo, impulsos, acciones… que determinan el modo de ser de los pueblos en modo proyecto.
El Estado de Derecho es razón superior, está por encima de las particularidades, ajusta los engranes de la colectividad y lo construye como un todo plural y diverso. Lo hace muy bien. La clase política es la que se equivoca, hace malas y hasta pésimas interpretaciones, en una reducción destructiva que piensa, por ejemplo, que las leyes son la justicia, así de simple. El otrora partido político mayoritario por más de 70 años tenía su maquinaria electoral robusta y apoyada por gobiernos, pero la clave de su misterio es que más que en elecciones tenía la mirada en largo aliento en el que estaba incluida la sociedad en su conjunto, desarrollaban un sentido de porvenir acorde a la circunstancia. Cuando perdieron casi todo, logran mostrar su casulla política como entidad de interés público, con la sabiduría que están inscritos en un sistema democrático que demostró que nadie pierde todo para siempre, pero tampoco gana todo perpetuamente. La razón de Estado hace su trabajo.
La palabra estadista tiene un impacto superior a su propia definición, es decir, más allá del conocimiento y experiencia, demanda un carácter capaz de sustraer del interés del Estado todo su bagaje particular o de interés de partido, se centra en la teleología del Estado, el superior mandato de la constitución y de las leyes; honra lo político bajo el principio de legalidad cuando actúa como un auténtico estadista, a pesar que la atmosfera mediática le sea adversa, aunque no salga en la foto, a pesar de que no hace propaganda personalizada, a pesar de no contar con aplausos efímeros…
La razón es sencilla, la política sin visión aclama la fatuidad, el festejo, las ocurrencias, la portada. “la de ocho”…; política sin utopía extravía su cometido. La política demanda profesionalismo si es que anhelamos el éxito de nuestra Patria. La política está más allá de un proceso electoral, demanda el birrete de estadista.
Ser capaz es idea de poder, la palabra puede actuar como sustantivo y como verbo, como el primero es dominio, facultad, jurisdicción, para ordenar algo; como verbo, designa capacidad de hacer algo.
¿Una candidata estadista o de poder se requiere elegir el próximo 5 de junio? La respuesta es ambas, a una estadista que sea capaz de ejercer el poder.