El pueblo de México recibió con esperanza al IFE luego INE hace más tres décadas. La simpatía y solidaridad se reflejan en el apoyo a sus desempeños institucionales en las que es esencial la ciudadanía como verdaderos transformadores de la realidad en todos sus sentidos. La institución administradora de la democracia procedimental, integrante del Sistema Nacional de Elecciones, ha sido BIEN hospedada por la sociedad mexicana. Hospedar me lleva a idea del Otro; si podemos decirlo, en una palabra, “Otro” es el eje de la democracia, pues el gobierno del pueblo no se da en solitario. La democracia es la fiesta de “los pares”, es el festejo de la convivencia, es la estética de la solidaridad, es la ética del compromiso. La participación democrática tiene olor a Otro, para que ocurra es preciso que emane de la imparcialidad. Esencialmente, el Otro es donde se engendra la justicia. Justicia es “el peso de lo otro”. En el espíritu colectivo se inventa la ley y la génesis moral del Yo que nos hace responsables del Otro, nos hace responder al Otro. El IFE/INE lo ha diseñado y construido para garantizar que el Otro, el ciudadano, sea el eje de la convivencia, para que se distinga de las responsabilidades mutuas.
Para saber convivir se requiere respetar la ley, pero se requiere más cuidar al legislador, exigirle cotidianamente y en lenguaje público que sepa hacer la ley. En las letras de la ley debe generarse calor de la palabra en la lógica de predicados, en ella se instala el espíritu colectivo. En las palabras de la ley inicia el espacio del diálogo y de la responsabilidad frente al Otro; ello nos obliga a hablarle y el compromiso de escucharlo. Nunca debemos olvidar que cada uno de nosotros es el Otro del Otro.
La pregunta no es la zona ¿dónde se agota la palabra y el pensamiento?, tras cuestionarnos, o cuestionar al Otro, anticipamos una afirmación: SÍ, descifrándola como vocablo imparcial, es decir, ni como testimonio ni como declaración. Este SÍ consiste en comprometerse a oír al Otro, hablar con él. Antes de la pregunta ya existe el sí, este sí liberal es el estado de apertura que posibilita la democracia. Pensar el Otro es la sintonía de un nuevo rostro de ciudadanía.
El Otro no es reducible a nosotros mismos, lo que demuestra que hay una justicia irreductible a su representación jurídica y moral. Insisto, la justicia no se reduce a la representación jurídica que le demos. La justicia se origina en la intimidad de la justicia, no se trata del círculo eterno de re-adecuación entre falta y condena. En cambio, el Derecho sí calcula ¿qué es el Otro? Pero, lo que acabo de decir no es un axioma in-impugnable; es preciso transformar el Derecho de modo que sea lo más justo posible.
Los conceptos Otro, ética, justicia, cultura, educación, etcétera, se requieren calibrar emergentemente en las válvulas de sus significados. Se requiere volver a pensar, pensar siempre, para elaborar el discurso de la democracia del siglo XXI, debemos iniciar desde el punto cero. Empecemos por reflexionar sobre el espacio público.
Representantes y representados, como pares, tenemos el deber ciudadano de re-pensar la democracia, pensar sobre las avenidas que se deben diseñar y construir: las del espacio público. Esencialmente el uso adecuado de la voz con razón pública, sobre todo replantear el uso de las palabras. Nos quedamos satisfechos porque tenemos democracia, porque para algunos ya pasó la transición democrática. Pero cómo está constituida, cuál son las razones para dotarle de existencia.
La democracia, lo ordena nuestra Carta Magna debe de ser una “forma de vida”. ¿Vivimos la democracia, la tenemos?, la respuesta es no. Es preciso transformarla, dotarla de particularidades ciudadanas, de órganos ciudadanos, de ética ciudadana, todo el tiempo en todos los pueblos.
La democracia no existe nunca en el presente. Su concepto lleva consigo una promesa, y en ningún caso es tan determinante como lo es una cosa presente. Cuando afirmamos la democracia existe, la podemos someterlo a juicio, puede ser cierto o falso, un juicio válido, pero no verdadero. La democracia no se adecua en el presente a su concepto. Porque es una promesa, ello impide que sea sometida a cálculo, tampoco puede ser objeto de un juicio del saber que lo determine. La democracia no puede ser una cosa en abstracto, pues la democracia nace en la libertad y el respeto a la singularidad del Otro. La democracia es una institución patrimonio del pueblo. La democracia del porvenir es la utopía, luchar por el espacio que le corresponderá. En presente la democracia no será en tanto no tenga como génesis la educación y la cultura, ese cultivo de la ciudadanía es la única manera, para que ello ocurra es esencial el Otro.