Por muchos años escuché en casa diversas expresiones que me causaban curiosidad hasta que las comencé a entender, entre ellas una de mis favoritas es aquella que se refiere a que el mundo es un pañuelo. Quizá por mis experiencias o porque ue me gusta pensar que no hay casualidades y que aquello ese la teoría de los seis grados de separación es no sólo real sino comprobable.
Esta teoría de los años 30 surge del escritor húngaro Frigyes Karinthy, propone que todos estamos conectados, y cuando digo todos me refiero a cualquier persona en el mundo y que esta conexión no tiene más de cinco enlaces intermedios. Es decir, que las conexiones, relaciones y vínculos que nos rodean van tejiendo a nuestro alrededor una red que nos conecta con quien sea en cualquier parte del planeta en menos de cinco saltos hasta llegar a ella.
Tenía 23 años cuando descubrí que la ingeniería que había estudiado no sería suficiente para convertirme en alguien competitivo, o al menos así me cuento la historia. Apliqué a un programa de especialización fuera del país y sin saber cómo, todo se acomodó para que pudiera pasar los primeros 6 meses del mismo en Paris y posteriormente concluir en Estados Unidos. Un primo me compartía su habitación y un pequeño auto para moverme en la Ciudad de la Luz, en un par de semanas ya estaba instalado y tenía un variado e interesante grupo de amigos compuesto por mexicanos, locales y extranjeros, entre ellos estaba Faviola, me parecía increíble que viniera también de Nuevo León y que jamás nos hubiéramos visto ahí, ella salía con un francés que vivía a las afueras por lo que era común de vez en cuando ofrecerme de chofer y pasar tiempo juntos cuando la llevaba a casa de Vincent.
Entonces no teníamos redes sociales ni maneras de conectar de forma inmediata por lo que cuando concluyó nuestro periodo allá perdimos contacto. Me fui a Filadelfia y conocí a Agnes, una francesa preciosa con la que no tardé mucho en comenzar a salir, a su lado terminé mis estudios y regresé a Monterrey, seguimos con la relación a distancia hasta que la invité a conocer mi ciudad natal y a mi familia.
Era un jueves de verano, hacia mucho calor pero no fue hasta que me encontré en la sala de espera que me comenzaron a sudar las manos, no era la expectativa lo que lo provocó sino que a escasos 5 metros mis ojos se encontraron con los de Faviola, Al saludarnos fue como si los dos años que habían pasado se hubieran convertido en días, nos saludamos con un abrazo que me supo familia de inmediato, aunque en ese momento no pude explicarme por qué.
El mundo es un pañuelo, de nuevo vinimos a encontrarnos en circunstancias poco usuales, ella estaba ahí esperando a Vincent quien iba exactamente a lo mismo que Agnes, por fortuna o por desgracia ambos vuelos se atrasaron y terminamos pasando lo que recuerdo han sido de las mejores ocho horas en una sala de espera de aeropuerto, entre cafés y anécdotas llegó la hora y nos separamos cada quien con su cada cual. La visita duró una semana y yo no podía dejar de pensar en ella ni un solo instante, vaya que es curiosa la vida, una semanas después descubriría qué ambos habíamos sentido lo mismo.
Y así cómo habían llegado los franceses a nuestro encuentro, partieron y desde esa vez para siempre. No tardamos en comenzar a salir, ambos solteros, en la misma ciudad, y desde entonces hasta ahora han pasado 36 años, 3 hijos y cada mañana agradezco lo que somos y esos 6° de separación que fueron los que nos llevaron al reencuentro para hacer una vida juntos.