LA RELACIÓN bilateral México-Estados Unidos se caracteriza por su profunda complejidad y asimetría. Múltiples son los temas estructurales, así como coyunturales que requieren atención conjunta. Evidentemente, esta interdependencia compleja asimétrica propicia una condición de mayor vulnerabilidad para el Estado mexicano frente a su vecino del norte.
Mientras que para nuestro país la relación con Estados Unidos es la más importante de la agenda de política exterior y otras agendas sectoriales como comercio, energía, medioambiente, seguridad, migración, entre otras, para Estados Unidos, independientemente de que se trate de administraciones republicanas o demócratas, la relación con México no ha gozado del mismo nivel de importancia como lo es para México. El nivel de prioridad varía considerablemente en ambos lados de la frontera.
Del amplio espectro de temas que ocupan la atención de ambos gobiernos, la migración ha sido por décadas un asunto recurrente en la agenda bilateral. En algunas administraciones, como las de Bill Clinton, Barak Obama y, de manera particular, con Donald Trump, se intensificaron los discursos antiinmigrantes, los controles fronterizos, las deportaciones y un gran número de políticas restrictivas, en tanto que en otros momentos se han impulsado mecanismos de mayor diálogo y flexibilidad, además de distintos esfuerzos, aunque pocas veces exitosos, para impulsar negociaciones tendientes a lograr acuerdos migratorios y otras medidas a favor de los migrantes indocumentados.
Entre estos destacan el programa Bracero, implementado entre 1942 y 1964; la Ley de Reforma y Control de Inmigración (IRCA) de 1986, que permitió la regularización masiva de indocumentados y que benefició inicialmente a más de tres millones de personas quienes, a su vez, tuvieron la oportunidad de reunir a sus familias, lo que subió considerablemente el número de regularizados en la administración del republicano Ronald Reagan, además de otros esfuerzos, como el fallido intento de una reforma integral en las administración de Vicente Fox y su homólogo, George W. Bush.
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En fecha reciente, la visita de Kamala Harris viró los reflectores de manera particular al tema migratorio, o al menos así se hizo evidente en los discursos, declaraciones y posicionamientos. En la reunión que tuvo con el presidente López Obrador se hicieron anuncios a la prensa en referencia a los esfuerzos conjuntos para enfrentar el tema migratorio atendiendo y combatiendo las causas fundamentales que la motivan. En este marco, además, se firmó un acuerdo de entendimiento entre la Secretaría de Relaciones Exteriores por el lado mexicano y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional.
En esta visita también se habló del decidido compromiso de la administración Biden para combatir las causas estructurales de la migración en sus lugares de origen, para lo que se otorgarán préstamos para distintas obras de infraestructura, apoyos agrícolas, e incluso se habló de un paquete de 310 millones de dólares en ayuda humanitaria a Centroamérica y 130 millones de dólares para la reforma laboral mexicana. Medidas, todas, encaminadas a contener la migración hacia Estados Unidos procedente de no solo de México, sino de los países del Triángulo del Norte de Centroamérica integrado por Guatemala, Honduras y El Salvador.
Resulta interesante comparar estos montos anunciados frente al paquete de ayuda otorgado a Israel negociado desde la administración de Barack Obama vía la firma de un acuerdo con el cual se establece una ayuda, no préstamo, por 3,800 millones de dólares anuales solamente para el tema militar. Este acuerdo firmado en el 2016 fija un programa de asistencia hasta el año 2028 que sumará en total 38,000 millones de dólares.
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Hablar de 3,800 millones de dólares anuales para Israel solo en ayuda militar, frente a la ayuda para México y los países referidos del Triángulo del Norte, no hace sino evidenciar que definitivamente la migración es un tema presente en los discursos, en la narrativa continua para frenar la migración, mejorar las condiciones de vida en la región y combatir así las causas profundas que la generan; sin embargo, los números son contundentes. Israel es un país de 9 millones de personas en tanto que solo los tres países del Triángulo del Norte suman más de 32 millones, sin considerar los más de 120 millones habitantes de México.
Con todo y las buenas intenciones anunciadas por la administración de Joe Biden, y el compromiso de otorgar préstamos y otras ayudas, no hacen sino evidenciar que las prioridades para Estados Unidos no están al sur de su frontera. No obstante, se convierte en un imperativo la contención de los flujos migratorios procedentes de México y Centroamérica, tarea que deberá atender el vecino al sur del Río Bravo. N
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Luz Araceli González Uresti es profesora investigadora de la Escuela de Ciencias Sociales del Tec de Monterrey. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.