Atarse las agujetas es un acto que se subestima con el tiempo, sin embargo, por más natural que se vuelva es una acción aprendida, ya sea con algo de asesoría o por el instinto de supervivencia para no caer de bruces al suelo.
Lo mismo sucede con la mayoría de nuestras actividades diarias, parece que el tiempo desplazará con la cotidianeidad aquello que alguna vez fue novedad ahora es un acto autónomo que aunque sigue siendo útil – en ocasiones imprescindible- no es esencial prestarle atención.
Ya sea por fortuna o por desgracia, en cada caso, esto mismo pasa en la relaciones interpersonales, más en las de pareja. Los pequeños detalles se van convirtiendo en una rutina en la cual caemos por error la mayoría de las personas, eso me pasó con Paulo. Llevábamos más de 8 años juntos, lo conocí cuando él tenía 29 y yo cumplía 20, la pasión con la que hablaba de las cosas simples fue lo que me atrapó, desde entonces vivíamos juntos, después de los primeros años de novedad, ajustes e intensidad nuestro fuego si bien no se apagó iba extinguiéndose. Los detalles cada vez más esporádicos y lo peor; la atención dispersa, hablábamos más a través de mensajes de texto que cuando estábamos juntos, ya no hacíamos tiempo para nosotros , todo era en compañía de un grupo de amigos, dejamos de construir intimidad.
Estaba trabajando en el área de edición de una revista local, y revisando los anuncios mientras hacíamos el corte me llamo la atención uno en particular, anunciaba terapia de pareja que podía transformar la vida y mejorar cualquier situación si había voluntad, casi que sólo faltaba que comparara su efectividad con la de un amarre de tan bien que sonaba. Guardé el teléfono y más tarde llamé. Ofrecían un plan de 8 semanas que garantizaban era un ‘game changer’ amobos debíamos tener voluntad de mejorar la relación, comprometernos a dos sesiones semanales y a dar seguimiento a las tareas en casa, ah y claro , pagar por adelantado.
Esa noche cuando Paolo llegó a casa dejé el teléfono en el mostrador, preparé tisanas y le solté un ‘tenemos que hablar’, le conté sobre esto y con los ojos abiertos me miró unos minutos, terminó su taza y con sus labios aún tibios me beso en la frente, hagámoslo me dijo.
Estas primeras 3 semanas han sido reveladoras, puede que profesionales en el tema estém o no de acuerdo con los métodos que se utilizan en este curso, pero para mi han sido esenciales. He comprendido que es normal, completamente normal que aquello nuevo y emocionante se convierta en rutina o que se comience a dar de sentado al otro. Lo que también comprendo es que de eso se trata también la estabilidad, de saber con confianza que la persona con la que compartes la vida no te va a fallar o abandonar porque no realizas actos extraordinarios para mantenerla a tu lado, por el contrario, hay que entender que cada quien tiene un ritmo de evolución distinto y que esto cambia las dinámicas, ahora sé que cuando me hace ciertas preguntas su intención es que charlemos no interrogarme, él entiende que, frente a mis abuelos no me siento cómodo siendo físicamente cariñoso pero que siempre le serviré el plato primero y me sentaré a su lado con la frente en alto, y así, como estos ejemplos han surgido varios.
A simple vista parecen problemas menores, más cuando se compran con lo que sucede en el mundo, pero eso no los hace menos importantes porque al final del día, al llegar a casa, ese es nuestro mundo, nosotros dos. No creo que todos necesitemos un curso o ir a terapia, lo que si creo que es nos haría bien recuperar las ganas de reconocer al otro en cada etapa, y pedirle también que lio haga. No dejar de preguntarse cosas, de enseñarse mutuamente, de caminar si, lado a lado pero no siempre de la mano para que sea más fácil construir.
Es curioso pero uno de los primeros ejercicios fue atarme las agujetas como si estuviera haciendo un tutorial, enseñándole a alguien sin idea alguna. Todo, hasta lo que hoy nos parece sencillo y obvio en algún momento fue novedad, y ¡ojo! no porque ya no lo sea , significa que deja de ser indispensable.