El sonido de las palmeras bailando sin voluntad gracias al viento me arrullaba por las tardes húmedas al llegar temprano a casa, bueno, al sitio al que yo llamaba casa aunque consistiera en cuarto con un baño y una cocineta improvisada, y es que entonces no creía necesitar más, mejor dicho; no necesitábamos más.
Perla y yo decidimos mudarnos juntos a la playa a los pocos meses de graduarnos de la universidad, casarnos era una meta en común a mediano
plazo, una vez que ahorráramos suficiente y es que ninguno quería renunciar a una gran fiesta ni tampoco decepcionar a nuestras familias, en especial a la suya que era muy católica, mientras que en la mía la religión jamás había sido importante. Mis padres más bien de izquierda pasaban horas discutiendo sobre sus visiones teóricas del mundo, ambos profesores universitarios afirmaban seguir en la lucha – aunque fuera desde su trinchera, aseguraban- contra las convenciones sociales y lo impuesto.
Al inicio no le dimos importancia a estas diferencias, nuestra juventud nos permitía darnos permiso a ignorar que veníamos de mundos casi opuestos, desde que nos fuimos juntos prometimos sin decir nada aprovechar esas horas que estábamos juntos y solos; en nuestro propio microcosmos.
Cada que podíamos hacer espacio entre los varios trabajos mal pagados que conseguimos en aquella costa del pacifico nos íbamos a la playa, pensaba entonces – hoy estoy seguro – que había nacido para esos momentos de silencio sentado junto a ella presenciando la inmensidad del océano sin tener que decir o hacer nada.
Casi un después todo cambió, recibimos terribles noticias; le habían detectado una enfermedad en los pulmones a su padre, que ya era mayor y según aseguraban los doctores, le quedaban apenas y con suerte algunos meses de vida, eso sí elegía permanecer hospitalizado y bajo monitoreo. No había forma de que un hombre acostumbrado a un estilo de vida activo y en el campo aguantara más de 48 horas en cama, así que decidió que era momento de poner todo en orden antes de que llegara el día, eso incluía ir a visitarnos…debo confesar que cuando anunciaron su visita me sentí acorralado como un ratón en una esquina. A pesar de que los había visto en varias ocasiones no teníamos una relación muy cercana, ah y otro detalle importante era que no sabían que estábamos viviendo los dos juntos, Perla les había dicho que compartía la casa con una amiga mientras que yo rentaba en un lugar cercano y las visitaba seguido, obviamente no tardaron más que unos minutos en darse cuenta que aquello había sido una vil mentira y que llevábamos viviendo ‘en pecado’ todo ese tiempo.
Fue entonces cuando aquello que habíamos estado minimizando o ignorando se convirtió en algo peor que un elefante blanco en la habitación; en un padre decidido a todo con tal de que no deshonrara ni a su hija, ni a Dios; vaya que si a Perla no le molestaba mi falta de creencias, a su familia sí, y peor aún, estábamos luchando contra una cuenta regresiva sobre la que no teníamos certeza. A los cuantos días fui por primera vez a una iglesia, buscábamos algo así como un ‘combo exprés’ para convertirme a su fe, bautizarme, hacer la primera comunión, confirmación para poder desposar a su hija. Accedí aunque en ese momento me importaba poco en que creyera quién, lo hacía por complacerlo a él y para que Perla estuviera en paz, contenta y sin nada de qué avergonzarse. Por desgracia, descubrí pronto que era más real aquello de que uno hace planes y Dios se ríe de ellos, un mes antes de mi confirmación su condición empeoró y tuvimos que llevarlo a internar al hospital. Perla y su madre no podían dormir ni comer, a pesar de que teníamos el antecedente anterior fue repentino y dudo que ni una esposa ni unahija estén nunca listas para eso de cualquier manera.
En la capilla del hospital pasaban las horas, yo iba a llevarles noticias y café, al décimo día decidí hincarme junto a Perla, hacerle real compañía y entonces, en ese silencio que estábamos sentí de nuevo, a pesar de todo, la paz misma que cuando veíamos juntos la inmensidad del mar, y sin necesidad de nada tomé su mano y descubrí que aún sin nombres de por medio o ceremonias religiosas ya sabía orar, ya lo había estado haciendo sin saberlo con ella, de su mano.
Así pasaron otros 4 días que parecieron una eternidad hasta que sus pulmones no pudieron más y le tuvimos que decir adiós. Esperamos seis meses para hacer nuestra pequeña ceremonia, sólo su familia y la mía, prometí amarla y respetarla frente a Dios y lo hice con todo el corazón , como su padre hubiera querido y cómo desde entonces he decidido hacerlo yo.
No se aun si sea cierto aquello de que la fe mueve montañas lo que si puedo asegurar es que después de todo lo que hemos vivido juntos me es imposible no creer en qué hay algo más grande que nosotros, y que se manifiesta no sólo cuando necesitas algo sino Justo en el momento opuesto, en esos instantes en los que sientes que no necesitas nada más.