DE TIEMPO Y CIRCUNSTANCIAS
ESTAMOS a pocos días de que Donald Trump deje la presidencia de Estados Unidos. Desde el 6 de enero, criticar a Trump ha sido políticamente rentable para los miembros del Partido Republicano, aquellos que durante cuatro años se plegaron a sus caprichos y rabietas y aguantaron humillaciones y desplantes vejatorios. Ningún presidente había tratado así a sus subalternos.
El experimento del populismo, en la ficción de la democracia más perfecta del mundo, ha fracasado. Ese populismo que parecía limitado a Latinoamérica de pronto se abrió paso en el coloso del norte y la Europa unida; pero el fenómeno tiene mucho tiempo gestándose en la Unión Americana. Para entenderlo hagamos un poco de historia.
En 1929, en Estados Unidos se desató la mayor crisis económica de su historia. Para salir de ella, el presidente Franklin D. Roosevelt orquestó una serie de reformas orientadas a equilibrar la economía conocidas como el “New Deal”. Las reformas se fueron afinando para obtener los objetivos y se logró un encaje socioeconómico virtuoso.
Cuando esta infraestructura se encontró con la Segunda Guerra Mundial el conflicto catapultó su economía, sin destruir su infraestructura productiva.
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Así, Estados Unidos se convirtió en el país más poderoso del mundo, y su clase media creció, garantizando a las generaciones sucesivas mejores niveles de vida que las de sus padres. Esto fue una constante hasta la década de los años 80, en la que la economía norteamericana, aunque siguió creciendo, dejó de impulsar la mejoría de las clases media y baja. La riqueza se concentró en un grupo cada vez más pequeño.
A partir de la década de 1980, la constante fue más trabajo y menos paga para los sectores menos favorecidos. Las generaciones que siguieron a los baby boomers vieron contraerse su nivel de vida y la frustración sentó sus reales. Estados Unidos descuidó su contrato social y dejó desamparado a los que no lograron niveles educativos superiores.
Donald Trump, un reality showman, encontró el venero de un gran sector de población clamando por un cambio en el contrato social.
Lo que siguió para él fue aplicar la receta del populismo. El pueblo lo idolatraba gracias a su programa de televisión. Identificó los posibles enemigos del pueblo y comenzó por atacar a la élite política denunciándolos como ambiciosos y traidores. Luego culpó a los migrantes por aumentar la competencia, y con esto, reducir los salarios de los estadounidenses; le puso nombre a los usurpadores: “The Mexicans” (Los Mexicanos). Cuando sus seguidores corearon el nombre de los rivales, Trump extendió la repulsa a musulmanes y chinos. Orientó sus ataques al Tratado de Libre Comercio que, según él, había sacado a las compañías de Estados Unidos para ponerlas en México y en Canadá.
LA VERDAD ESTORBABA
La economía estadounidense funcionaba de maravilla. Se había abatido el desempleo, lo que descalificaba el discurso de Trump; pero la verdad era irrelevante, es más, estorbaba; en su lugar se creó una realidad alternativa que no era más que un costal de embustes. Lo sustancial era responsabilizar a alguien de las décadas de frustración que arrastraban las clases bajas. La estrategia funcionó y, una vez encaminada, la multitud entregada lo llevó a la cumbre. Trump obtuvo la presidencia del país mas poderoso del mundo.
Ya con el poder en las manos, los límites dejaron de existir para Donald. El populismo requiere que el líder tenga un libre manejo del gobierno, desfigurando así leyes y reglamentos. En una democracia constitucional, un presidente populista tiene un dilema, pues llegó al mando con un discurso antagónico al gobierno, y al adueñarse de las instituciones no debe continuar criticándolas, pues equivale a aniquilarlas. Trump siguió agrediendo. Atacó a la prensa, a su fiscal general, al FBI y a los políticos que no se plegaban a sus deseos. Se atropelló la ley desde la presidencia, pero el engaño populista funcionó.
Trump propuso cambios a la ley de impuestos reduciendo la recaudación de las grandes empresas. Esto suponía atraer inversionistas y, con ello, aumentar la demanda de trabajo. Su plan resultó y la economía estadounidense atrajo inversión que se tradujo en dinero para los bolsillos de la gente. Los seguidores trumpianos estaban de plácemes.
Luego llegó la pandemia y, con esta, la enorme falta de preparación en la administración publica y en la política de Trump se evidenció. Su proyecto comenzó a derrumbarse. El enfoque equivocado de la pandemia incrementó contagios, adelantó muertes, y tiró la economía.
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En su segundo intento, para salir electo como presidente, las encuestas le eran adversas. Trump repitió el argumento: si gano, gané, si pierdo es fraude. Llenó la Suprema Corte de jueces republicanos para, en caso de perder, revertir la elección con un fallo judicial.
Las instituciones y las fuerzas fácticas de Estados Unidos vieron su democracia en riesgo y cerraron filas.
El 20 de noviembre de 2020, Trump perdió la elección tanto por el voto popular como en el Colegio Electoral; y comenzó a batallar en contra de la democracia estadounidense, estrellándose en jueces e instituciones.
Al final, en un discurso inflamatorio, dijo: “Nunca concederemos, nunca cederemos, nunca nos rendiremos”, y arengó a la multitud para ir al Congreso a impedir que se certificara la victoria de su oponente. Miles de sus seguidores, convencidos del fraude electoral, interrumpieron la ceremonia y vandalizaron al congreso. Ultrajaron una de las instituciones sagradas de la democracia estadounidense. Esa fue la gota que derramó el vaso e hizo rentable execrar al mandatario saliente.
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De golpe y porrazo el sistema se volteó contra Trump, quien pareció recular para después volver al ataque. Esta vez con el sistema en contra. Twitter, su plataforma fundamental, lo silenció. Facebook, otro tanto, y el Congreso le solicitó al vicepresidente, Mike Pence, que destituyera al presidente. El vicepresidente, con vista política, decidió contradecir a su jefe y certificar la victoria de Biden, pasando a la historia como bastión de la ley, dejando la destitución presidencial al Congreso, y evitando que la historia lo etiquetase como traidor.
La protesta de Biden como presidente de Estados Unidos anuncia tormenta. Lo más sensato es posponer la destitución de Trump hasta después del relevo en el poder; pero no cabe duda de que la Cámara de Representantes y el Senado destituirán a Trump, cancelando así sus aspiraciones a otra elección presidencial.
La lección, sin embargo, está en la mesa. El populismo tiene como objetivo destruir las democracias representativas, convirtiendo las elecciones en meras ceremonias para ensalzar al líder. A menos de seis meses de la elección más importante en nuestro país, este populismo amenaza nuestra democracia.
Para nosotros, como mexicanos, es fundamental preservarla.
VAGÓN DE CABÚS
El presidente AMLO está haciendo campaña desde la mañanera. Es lo que mejor sabe hacer, pero es lo que la ley electoral prohíbe que haga. El INE le ha pedido primero que suspenda las mañaneras durante las campañas electorales, y luego pidió que, al menos, evite hablar de partidos políticos y candidatos. El mandatario, naturalmente, ha protestado.
Acudirá a todos los instrumentos a su alcance para hacer campaña desde la mañanera. Para comenzar, ha identificado a Lorenzo Córdova como enemigo.
Debemos defender al Consejero Presidente del INE y a la institución. N
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Salvador Casanova es historiador y físico. Su vida profesional abarca la docencia, los medios de comunicación y la televisión cultural. Es autor del libro La maravillosa historia del tiempo y sus circunstancias. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.