Antes creía que contacto físico nunca había sido mi fuerte: los besos, apretones de cachetes y abrazos que recibía de niño fueron en mi mente por años los responsables de que las efusivas muestras físicas de afecto no se encontrarán entre mis favoritas.
Cada reunión familiar era una película de terror que vivía en cámara lenta, entre personas que veía sólo una o dos veces al año hasta extraños que sentían que sólo por el hecho de ser niños no nos merecíamos un espacio propio…los límites básicos de seguridad eran vulnerados mientras que mi madre me veía con mirada reprobatoria y un tanto amenazante si me quitaba o no respondía con un beso al despedirme de las tías, vecinas o cualquier otro invitado. En resumen; no había sana distancia.
Con el tiempo esto fue cambiando, di el estirón muy rápido así que con eso de la altura ya me safaba más fácil de ser el blanco de elogios vacíos y apapachos abrumadores, con la adultez aprendí a reconocer aquellos que agradezco y cada año disfruto más: la toma de mano suavecita de mis abuelos, el acomodo del pelo y piojito de mi mamá, los abrazos esporádicos que me da mi padre, a veces, cuando se le juntan los te quiero en la garganta y le gana el amor pero no encuentra palabras; esos contactos transformadores que convierten cualquier domingo en una ocasión especial son los que más me gustan.
Lo que si no cambió fue el tema en cuestiones generales, por ejemplo; disfruto mucho más acurrucarme con Natalia a ver películas y comer empanadas ( sus favoritas) que las relaciones sexuales o el toqueteo, puedo pasar toda la mañana del domingo leyendo junto a ella o escuchándola hacerlo en voz alta, es mi persona favorita, vamos de campamento, cocinamos juntos, podemos hablar madrugadas enteras tanto sobre aquello que nos da miedo como sobre lo que nos apasiona – que va ligado por lo general- , pero entre eso a tener encuentros como de película y terminar con sexo apasionado había un abismo gigante, a pesar de que la amo y nuestra intimidad es increíble, no siento ninguna atracción sexual por ella, ni por nadie.
Juntos intentamos luchar para crear puentes que nos ayudaran a cruzar ese abismo, pero en ese entonces era forzar la naturaleza de quiénes creíamos ser, ahora entiendo porque y Natalia también, aunque al inicio, como fue mi primer novia no sabía bien de qué se trataba o que estaba pasando y es que las opciones convencionales me empujaban a pensar que algo andaba mal o con ella o conmigo, hasta terminamos nuestra relación un par de años antes de que entendiéramos ambos de que se trataba y aceptáramos que era normal, al menos para nosotros.
Tenía 25 años cuando descubrí que existía toda una comunidad que era como yo, que lo que sentía no sólo era normal sino que tenía nombre, la primera vez que pude apalabrarlo fue liberador; hola, mi nombre es Jorge y soy asexual. Tuve que primero comprenderlo y conocerme desde esta nueva perspectiva antes de planteárselo a ella, o de hacerlo público –que no lo creía necesario, hasta ahora, hasta hoy- no estaba seguro si ella iba a entenderme o juzgarme, habían pasado casi dos años.
Resulta que no fue ninguna sorpresa para Natalia, tuvimos que llegar a acuerdos, por supuesto, pero seguíamos teniendo ganas de estar juntos; ser asexual puede ser complicado para muchos, pero a mí me ha tocado la suerte de encontrar a alguien que entiende que, hay muchas maneras de construir una relación, que prefiere una vida conmigo, con términos y condiciones… que una sin mí, y viceversa; no imagino querer naufragar con nadie más en este mar abierto que es la vida.
Nos ha ayudado mucho hablar el tema, reunirnos con personas que al igual de nosotros tienen relaciones poco convencionales, buscar alternativas para que ambos estemos cómodos y satisfechos personalmente, enfocarnos en los proyectos en común y tanto entender como empatar nuestras formas de amar. Lo más importante ha sido eso; no dejar que se convirtiera en un elefante blanco en la habitación, no siempre es fácil, pero hasta hoy, cada día ha valido la pena.