TAL COMO SE LO PROPUSO meses antes de entrar en la carrera de ciencias políticas, en la Universidad Iberoamericana, Xavier Velasco conservaba la sincera intención de hacerse presidente de la república. Se imaginaba hablando frente a multitudes y, unas horas más tarde, escribiendo otra de sus novelas.
Años más tarde, esta anécdota formaría parte de la trama que despliega en su más reciente obra, El último en morir (Random House, 2020). Basada en dos planos diferentes, el personaje se ubica en la época de 2019-2020 mientras se pregunta qué es la escritura y rememora su vida durante los años 1986-1994 y reflexiona sobre lo qua ahora hace.
“Mi vida no tiene mayor interés después de la adolescencia”, habría pensado firmemente el escritor Xavier Velasco. Empero, después de esa etapa fue cuando surgió la ruta de cómo se convirtió en novelista y ahí había una historia, explica en entrevista con Newsweek México.
El más reciente libro de Xavier Velasco trata de la vida de un joven de 22 años que quiere ser novelista, pero no sabe por dónde empezar.
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La novela tiene como elementos principales el romance, la cárcel, las drogas, la alta velocidad y el trabajo de tiempo completo de ser escritor y no morir en el intento: “Somos aventureros y nos toca morder toneladas de polvo”, afirma el autor.
—¿En la época de tu juventud qué significado adquirió para ti la escritura y cómo ha evolucionado?
—Era un conjunto de supersticiones como “ahí viene la inspiración”, “no estoy inspirado, no puedo escribir”. Recuerdo que, un día, a una chica con la que yo pensaba casarme, le dije que mi problema era que para mí la escritura era Dios y yo era sacerdote, con esas limitaciones te puedo querer.
“Evidentemente me mandó al diablo, como tenía que haberlo hecho. Lo que hago desde que escribí Diablo guardián es una lucha por profesionalizarme, ser, como escritor, lo que puede ser un plomero que no se pregunta si tiene o no inspiración para arreglar una fuga de agua. Veo la escritura como una profesión a la que amo más. Y poco a poco he ido disciplinándome”.
—¿Cuál es el impulso creador para un novelista como tú?
—Hace seis años llegó a mi vida mi esposa, que es mi gran impulso civilizatorio. El hecho de estar con una mujer a la que amo hace que ella sea un poco mi espejo. Cuando me reflejo ante sus ojos pienso que no puedo arruinar las cosas y debo hacer las cosas bien.
“Hoy soy un hombre que se la pasa día tras día peleando por hacer las cosas un poco mejor. Me falta mucho por escribir y aprender. Por eso me trato a mí mismo siempre como un aprendiz”.
—¿Al momento de escribir sobre tu vida te has censurado?
—Es curioso, cuando me llegan esos momentos es como cuando quieres comprar un suéter y piensas que no deberías hacerlo. Al día siguiente vas y claro que lo compras porque no pudiste dormir pensando que te lo iban a ganar.
“A veces pienso en qué tal situación no la voy agregar porque el amigo no me va volver a hablar. Al día siguiente pienso: ‘Pues que se aguante. Ni modo’.
“Mi madre me dio una gran lección literaria sin pretenderlo. Me dijo: ‘Si tú metes en tu libro a alguno de tus amigos y dices cosas que no le gustan te lo va perdonar. Lo que no te va perdonar es que lo excluyas, que lo condenes a la nada’.
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“Al final no tengo esa clase de miedos o titubeos. Cuento lo que siento que pertenece a la historia. Si tiene que ver con mi vida y me gustaría ponerlo, pero no encaja en la historia, no entra, y si no me gusta mucho la idea, pero encaja con la historia, me aguanto, entra. Soy un siervo de la historia. Trato de delatarme lo más posible a mí mismo y lo menos posible a otros”.
—¿En esta etapa de tu vida sigues identificándote con los personajes juveniles de tus obras?
—Yo desde que me casé tengo la esperanza de que mi esposa me haga madurar. Soy muy escuincle. No tengo una mentalidad de adolescente, soy un escuincle. Soy berrinchudo, soy caprichoso y demasiado entusiasta, me gusta reír todo el tiempo y hacer reír a quien pueda.
“Yo escribí de rock durante 20 años. Una de las cosas que tiene el rock que es terrible es que te afilia al mundo juvenil. Cuando gané el premio Alfaguara pensé con gran satisfacción: a la misma edad sé es muy viejo para ser rockero y muy joven para ser escritor.
“Me convertí un poco en rockero viejo y escritor joven. Ahora que estoy ganando años no sé qué va pasar, pero me gusta meterme en problemas, me gusta la velocidad, me gustan las motos. No sé si soy chavorruco o rucochavo. No es algo en lo que piense o me preocupe.
“A mi esposa siempre le recuerdo: ni modo, mi amor: soy un fastidio para el espíritu. Soy muy ruidoso, no dejo dormir. Tengo mucha energía. Mi mánager me dice que me caí en una marmita de cocaína y me quedé así.
“Me da mucha satisfacción que a mis presentaciones llegue gente joven, pero cuando llega un señor o señora de 75 años, me hacen el día. Porque no estoy esperando llegar a lectores con esa edad —a lo mejor vendería más.
“Uno hace el libro como lo puede hacer. No lo puedo hacer ni más joven, ni más viejo, ni más ágil ni más apaciguado. Soy un siervo de la historia”.
—¿Qué opinas de la juventud del siglo XXI?
—La juventud siempre es la juventud y su papel principal es escandalizar a la gente mayor. “Ay, esos jóvenes, ya no sabemos qué hacer con ellos. Están muy mal”. No es cierto. Yo llevo toda la vida escuchando que los jóvenes están muy mal y no es verdad.
“Mientras los más grandes tengamos razones para criticarlos están bien porque están revolucionando el mundo”.
—De cuando el joven Xavier encontró confortable cama en el cofre de un automóvil…
—Xavier Velasco tiene una extensa cantidad de anécdotas de vida que van desde el día en que se quedó dormido en un camellón frente a la Iberoamericana, tras una noche de fiesta, hasta el día que llevó su primer artículo a una revista y se quedó dormido encima del cofre de su carro frente al periódico Uno Más Uno.
“Me tomaron fotos y salí en el periódico con una leyenda que decía algo como: este joven encontró confortable cama en el cofre de un automóvil.
—¿Cuál es tu método o estrategia para escribir tus obras?
—Aproximadamente a la 10:30 de la mañana llego a mi jardín, me siento con un cuaderno y una pluma. si tengo mucha suerte sé cómo empezar, pero no suele ser así. Pasan entre dos o tres horas de espera para poder entrar en la historia. Trato de hacer cualquier clase de truco para lograrlo.
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“Pongo música, a veces la que tiene que ver con el libro y otras para concentrarme. Escucho mucho a Johann Sebastian Bach, Conciertos de Brandemburgo, todo eso me lo administro mucho. También escucho a Ludovico Einaudi, pero ya una vez que estoy contando la historia y siento que los personajes escuchan determinada canción o grupo, me la paso escuchándolos, pero a veces me paro y me echo un bailecito y me vuelvo a sentar porque estoy en la onda loca de la historia y me dejo llevar.
“Soy el cheerleader de mi propia historia. Gozo mucho cuando me está yendo bien, cuando no llego a la cocina desencajado y mi esposa sabe que no pude escribir nada. Ya al rato se me quita porque tampoco me echa a perder el día.
“Pero la música es importante. A veces, cuando estoy demasiado concentrado, llega a pasar que el disco se repite diez veces, pero no me doy cuenta. Uso audífonos para no molestar al prójimo y para que los vecinos no me avienten su reguetón que no me deja concentrarme”.
—¿Como escritor has vendido tu alma al diablo?
—No creo haber vendido mi alma al diablo. Hay un tanto de miedo que también tienen que ver con la muerte del narrador. ¿Qué pasa si me corrompo? ¿Qué pasa si de pronto se me ve con una mafia de escritores? Creyendo que ya lo tengo todo y esperando que vengan a mí los homenajes.
“Esas ansias de convertirse en vaca sagrada es otra forma de matar al narrador, es decir, me pregunto en qué momento voy a ver como normales cosas que me escandalizaban y termino traicionándome a mí mismo.
“Eso tiene que ver con la pelea de los últimos 15 o 20 años. Te la ponen fácil, te piden que hagas declaraciones sobre una serie de cosas que no sabes, que presentes un libro que no te gusta, que vayas a mesas redondas sobre temas que desconoces. Creo que he resistido todo eso con éxito. Sigo siendo lo que se me pega la gana y sigue importándome un pepino lo que digan los demás colegas o no”.
—¿El narrador es el último el morir?
—Sí. En la historia un tipo muy joven se propone hacer justo lo que le dicen que no haga, es decir, lo necesario para morirse de hambre… ser un escritor.
“Aunque no es que uno se vaya a morir de hambre, es que uno se va a volver un muerto de hambre, que no es lo mismo. Es un desafío a ti mismo, pero también a mí me gusta desconfiar de los imposibles, me gusta hacer cosas que se supone que no se pueden hacer o no se deben hacer.
“El narrador tiene que vivir, no puedo dejar que se muera. Esa es la razón por la que no he probado drogas más fuertes, por la que dejé el paracaidismo, por la que decidí no aprender a volar y comprarme un ultraligero”.
—¿Y tus gigantes de los Pirineos?
—Tengo cinco de la raza gigante de los Pirineos. Gerónimo y Cassandra son los papás de tres perritos. Ellos dan calma, alegría, estabilidad. Gerónimo es el coautor porque siempre está acompañándome mientras escribo.
“Soy incapaz de transmitir lo que ellos me provocan, la cantidad de alegría y amor que me dan. Siempre está uno en deuda porque no hay manera de pagar todo lo que te dan”.
—¿Cómo cierras esta etapa de tu vida?
—Cuando hice Esto que ves dejé mi infancia, cuando escribí La edad de la punzada dejé mi adolescencia, y ahora creo haber dejado en El último en morir toda mi alma y, sobre todo, miro hacia atrás y no me puedo creer que esta historia haya sido real.
“Me parece poco verosímil, pero sucedió, y cuando algo poco verosímil te sucede y eres escritor, tienes que contarlo”.