A SABIENDAS de que no faltan consejos o reflexiones propias en medio de la pandemia para sacar lo mejor de nosotros durante la dura prueba que significa ser testigo del sufrimiento por el confinamiento, la enfermedad, el quiebre económico, el cambio de paradigmas sociales, el colapso inaudito del país y del mundo entero ante la vulnerabilidad de los servicios de salud, se impone como nunca el prisma de la condición humana que, ante el cúmulo de incertidumbre, fluctúa entre la revaloración de la vida y las emociones universales como el amor, la libertad, la solidaridad, pero también entre el miedo, la zozobra y la clara demostración de que la realidad nos golpea en la cara: somos finitos y tan solo pensarlo, duele.
Y aunque se trata de una certeza obvia, el entorno social y mental con el que atravesamos la pandemia resulta inédito e insospechado en tiempos modernos y pone a prueba la esperanza acerca de lo que traerá el porvenir.
Es en el arte como acto de expresión y resistencia donde el hombre ha encontrado el más amplio de los consuelos y, como ha ocurrido a lo largo de la historia, son las manifestaciones artísticas con las que entiende su tiempo y sus distintas formas para relacionarse con él.
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Desde el nacimiento del lenguaje, los códices prehispánicos o los testimonios del Medievo, el Renacimiento, Impresionismo, Futurismo y otras expresiones que surgirán desde la contemporaneidad, el hombre persiste en la tarea de contar sus historias y trasmitir el reflejo de lo que ve, siente y experimenta.
EL ARTE COMO ACTO LIBERADOR
Edvard Munch, autor de la obra El grito, en la que pintó la silueta de un hombre con la boca abierta en una expresión desesperada, reflejó la angustia que él mismo padeció por la epidemia de la gripe española en 1918. Otra obra que refleja el impacto de la peste fue la de Domenico Gargiulo, en la que se observan personas muertas en medio del caos y la desolación.
En nuestro tiempo, mientras el mundo sigue desconcertado ante su propia realidad en la que aún se perfecciona la vacuna para combatir el COVID-19 y en tanto observamos la evolución de la ciencia, los cambios geopolíticos, las relaciones humanas que no dejan de sorprender en nuestro entorno inmediato y desde la amplitud de la mirada universal, podemos cambiar nuestros momentos íntimos de angustia a otros de contemplación para sorprendernos ante la grandeza humana a través de la danza, la música, la pintura, la escritura o escultura y, quizá, dentro de poco tiempo, desde otro tipo de expresión que resulte de este extraordinario trance de la historia.
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El pasaje de lo recordado en esta pandemia quedará grabado no solo en la memoria, sino en las expresiones culturales con las que la humanidad dará cuenta de lo que actualmente vive. La historia no es caprichosa cuando del arte se trata: es fiel a su tiempo, a los pensamientos más profundos del artista que esculpe lo que concibe y recrea como el ser ávido, curioso, apasionado e infatigable que es.
Habrá una proclividad artística para expresar la importancia de vivir el presente, revisar el pasado con mayor énfasis o el arte tendrá una inercia futurista, no lo sabemos; lo que sí, es que no es la hora del reloj la que marca el reflejo del tiempo, sino la amalgama de nuestra interpretación del mundo con las expresiones artísticas que de ella surgen.
El arte es un acto resiliente, liberador y donde el tiempo pierde su naturaleza inasible. N
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Adriana García es escritora y periodista. Sus ensayos y novelas se han publicado en México y Estados Unidos. Ha dirigido diversas oficinas de comunicación y es asesora en comunicación política de organizaciones públicas y privadas. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.