Mi abuela solía decir que todos sus nietos nacían con ojos o lengua de gato y yo no tengo los ojos verdes.
Cada viernes , al regresar del colegio , exactamente a las 3:40 , siempre puntual recibía un agridulce sabor a mole en la nariz que llegaba desde el zaguán, entonces me dirigía a la cocina, con un antojo acumulado de 7 días de probar de nuevo ese platillo que solo a las abuelas les queda perfecto, nunca esperaba para dar el primer cucharazo, me escabullía y a escondidas probaba un poquito desde la olla. Claro que ,
Por desesperada y no aguantarme me quemaba la boca, y eso hacía que la lengua se me durmiera y las cucharadas siguientes ya no me supieran de forma tan clara a chiles y chocolate.
Al crecer me convertí en amante del café y empecé a entender que las cosas tibias también se disfrutan, incluso más.
Descubrí que una buena plática hace que el líquido humeante se vaya enfriando hasta llegar a la temperatura deseada y que no por eso se deja de sentir placer al tomarlo. Al contrario.
También aprendí que puede ser igual en el amor; asi al caliente a veces duele o dura poco y después se enfría mientras que a veces cuando se parte de un punto medio, digamos tibio, de apoco se puede disfrutar.
Conocí a Eduardo en una de esas tazas que se hacen frías de tan buena que está la plática, justo después de terminar una relación larga e intensa, después de un amor a punto de ebullición que me había quemado todo el cuerpo hasta dejarme cicatrices.
Todo combinaba entre él y yo,
embonamos como el arroz blanco con mole de la abuela. El tiempo, nuestros gustos y hasta cosas que veía distantes de mi vida, las disfrutaba ahora que él las acercaba. Todo me gustaba cuando estaba con él, aunque los colores no fueran buenos, yo los veía con ojos de turista que por primera vez ha llegado a otro país.
Estaba a punto de comerme esta vibra a bocanadas grandes, y entonces recordé que cuando mi abuela decía algo era porque tenía razón, y ella bien sabía que yo tenía lengua de gato. Así que esta vez decidí dar tragos lentos a esos momentos.
Al final, la relación con Eduardo era como el comentario de mi abuela, atinado, esto podría esperar como un café humeante hasta llegar a la temperatura perfecta para disfrutarlo sin hacerme daño, tibio pero con sabor a cielo.
Pasó el tiempo y vi que esta decisión tibia me ha dado más calor del que he sentido antes, la pasión ha crecido con los años, y aunque no sé cuanto tiempo más le quede a esto, estoy segura de que hoy seguimos vibrando a buena temperatura, se que no me quemé la lengua porque entendí que el amor para mi es como el mole de mi abuela, agridulce y delicioso , requiere dedicación pero sobre todo paciencia.