Llevaba una falda plisada que caía pesada cubriéndole los pies, no entendía el sudor en las palmas de sus manos ni su ritmo cardiaco agitado si se trataba sólo de un café. Pero no era cualquier café, sino el primero.
Después de conocerse por un proyecto virtual en común, vinieron meses de interacciones en redes sociales habían coincidido en la misma ciudad. Natalia estaba de visita y no quería desaprovechar la oportunidad para verse por fin en vivo, quedaron de encontrarse cerca del hotel en el que se hospedaba.
La presencia de Regina no pasaba desapercibida, pelo largo, casi siempre trenzado, piernas largas, ojos grandes aceituna y un lunar rojo en la mejilla derecha que a contra luz daba la impresión de que se había sonrojado. Claro que, al conocerla era obvio que no era fácil que se ruborizara.
Cuatro cafés después seguían enroladas en una conversación que parecía apenas haber comenzado, pidieron la cuenta cuando se les aviso el cierre de caja. Caminaron juntas en dirección al hotel mientras seguían conversando. Entre los dedos de Natalia se enredó con cuidado la mano de Regina, siguieron caminando. Era la primera vez que Natalia se sentía atraída hacía una mujer, no entendía bien lo qué sucedía pero quería entender. Esa noche ninguna durmió, entre besos se quedaron dormidas una en brazos de la otra.
Los días siguientes fueron un idilio, trabajaban por las mañanas, por las tardes entre risas y lágrimas desnudaban sus miedos e inseguridades, descubrían las rutas que dibujaban sus cuerpos cálidos bajo las sábanas, enredados entre sí.
La semana pasó rápido, al despedirse, Natalia pensaba en estrategias para regresar. Dos meses después aún ninguna había funcionado. El trabajo de ambas era muy demandante y no coincidían sus calendarios. Nunca esperó que Regina llegara a tocar su puerta de sorpresa.
Al llegar la recibió un hombre despeinado sin camisa que después de un breve saludo y presentación la invitó a pasar, parecía reconocerla por lo que Natalia – que seguía dormida- le había contado, su nombre era Enrique. Se fueron directo a la cocina, era una casa mucho más grande de lo que Regina se había imaginado.
Mientras esperaban que estuviera listo el café comenzaron a conversar, él hablaba lento y claro, parecía alegre, tenía una sonrisa encantadora más por imperfecta y genuina que por blanca y grande, y lo mejor; parecía de verdad interesado en hablar con ella, era una de esas personas que te hacen sentir que todo lo que dices es muy importante por el simple hecho de que lo dices tú.
Era obvio que ambos seguían muy cansados, él por madrugar y ella por el viaje. La invitó a subir para instalarse, ella prefirió pasar a recostarse en el sofá de la sala y le pidió que no dijera nada, quería esperar a que Natalia despertara para sorprenderla. Él asintió con una sonrisa mientras desaparecía subiendo por las escaleras detrás del vapor de su taza de café.
Regina se recostó, sabía que no podría dormir más, se puso a revisar su celular, después su correo y ya que aniquiló todas sus notificaciones puso el teléfono a un lado y se dedicó a observar a su alrededor.
Nada en ese lugar indicaba que Natalia, su Natalia, viviera ahí, le parecía extraño, pero entendía que a veces las áreas comunes no representan la personalidad de todos los inquilinos, se puso de pie y empezó a explorar.
Unos cuantos pasos después llegó a lo que parecía ser la pared de las fotografías, ahí estaba; Natalia de niña con sus hermanas, recibiendo su diploma, Enrique abrazado de un gran danés en una cabaña, Natalia con Enrique y unos amigos en la playa, jugando golf, ambos con lo que parecían ser sus familias, juntos en navidad, esquiando en la nieve…y entonces, ahí, un poco más grande que el resto estaba una foto, en blanco y negro, Natalia lucía espectacular, llevaba un vestido blanco de encaje y mientras Enrique la tomaba de la cintura ella sonreía; radiante.
El lunar de Regina se disimulaba entre los ojos rojos y las lágrimas que rodaban por su rostro. No había que ser un detective para entender lo que sucedía ahí.
Quizá Natalia no sabía lo que quería, pero Regina, al menos sabía lo que no. Tomó sus cosas y en silencio cerró la puerta.