Una parte de ella seguía creyendo en todas esas historias de película romántica en las que viajar y recomenzar una vida en un lugar completamente diferente parecen la solución perfecta después del cierre de un ciclo, específicamente cuando se trata de un duelo, ya sea por muerte del ser querido, un rompimiento o divorcio.
Beto y Tania habían terminado hacía un mes, pero apenas llevaban dos semanas sin compartir el mismo techo. Después de varios años viviendo juntos se habían acumulado por igual tanto los planes sin cumplir como las peleas no tenidas, mientras que el contacto físico era cada vez menor. Parecían más que novios; roomies o hermanos y en eso no había encanto para Beto, así que decidió ser el primero en irse.
Tania no sabía qué hacer con tanto espacio, casi todo lo que tenían le pertenecía a Beto desde mucho antes de conocerse, y se lo había llevado consigo. Así que ella ocupaba sus noches llenando cada rincón con los recuerdos de las expectativas de fantasía en las que basaba su relación, obvio lo extrañaba más entonces. Extrañaba lo que potencialmente creía en su imaginario haber podido construir sino fuera porque él se había ido, reconfortante manera para culpar al otro y poder llorar a gusto, a todo pulmón, sin preocuparse por la auto compasión o la culpa.
No podía quedarse en el departamento más tiempo. No sólo por cuestiones del corazón y la nostalgia, sino porque económicamente tendría que hacer milagros para sobrevivir, sabía bien que no podría después de un par de meses, así que empacó dos maletas, publico en sitios de segunda mano todo aquello que no podía llevar consigo y se fue a “recomenzar” a las costas del pacífico mexicano.
Suena a la misma vieja historia, con la diferencia de que no lo es, por suerte y para no decepcionarnos, porque como casi siempre la realidad supera la ficción. Tania hacía traducciones así que básicamente podía vivir en cualquier lugar con acceso a electricidad y señal de internet, con esta ventaja y la motivación del calor, la playa y los bikinis para ponerse de nuevo en forma decidió rentar un cuarto en una casa convertida en bungalow sólo para estancias largas.
Por las mañanas temprano salía a correr, bueno, o a intentar correr; normalmente antes de los 3 km se cansaba tanto que terminaba por caminar de regreso en vez de seguir el trote por la playa. Después de un par de semanas los avances eran obvios, ya recorría en distancia al menos el doble y hasta se había hecho de algunas amigas – entre locales y foráneas- . Se unió al equipo local de volley ball y comenzó a notar cambios en su humor, cara, ropa y actitud. Era la primera vez en veintinueve años que hacía ejercicio y lo disfrutaba. La primera vez que estaba soltera desde que cumplió 18, el mismo día que conoció a Beto.
Aún a veces le llenaba el recuerdo la garganta de nudos y se le humedecían los ojos ante una canción, un olor o un sabor conocido. Incluso a veces se le salía hablar de él como si estuvieran juntos, como si a pesar de la distancia hubiese algo irrompible entre los dos, y es que después de tanta historia, de cruzar juntos y de la mano varios abismos; la vida se sentía ligera de precipicios. No era Beto el problema, nunca lo había sido; quizá él tenía razón en querer algo más que una casa compartida. Haber crecido juntos había tenido sus ventajas, pero por desgracia, cada uno había elegido distintos caminos.
Por las tardes Tania iba a la playa, se sentaba a hacer traducciones, escuchar el mar o leer algún libro. A veces se topaba con algún vecino y charlaba brevemente pero por lo general estaba sola. Le gustaba, era refrescante ser capaz de pasarla bien sin necesitar a nadie pero al mismo tiempo sintiéndose unida al todo. Al jinete que vendía paseos a los turistas, a su caballo que relinchaba de emoción al sentir el agua bajo sus patas, al señor del puesto del mango, los ostiones retorciéndose en sus conchas por el limón, las hojas de las palmeras cuando sopla el viento… Tania ya no extrañaba a Beto, ni a la versión de sí misma que quería estar con él. No sólo se había mudado de ciudad y de apartamento, había cambiado de piel y se vistió la sonrisa de sol y playa. Tania se está enamorando otra vez, de sí misma y del proceso de volverse una mejor versión que la Tania de ayer, una que ni siquiera ella sabía que podría llegar a ser. Aún disfruta de las películas románticas, ya no llora con ellas, le dan risa y esperanza, porqué ella sabe ahora que la vida real no es de finales felices o infelices ni de cuentos de nunca acabar, ella ahora sabe que la vida real es y será lo que ella quiere que sea.
Descubrió que la cura para todo mal es el agua salada; ya sea en sudor, lágrimas o agua de mar.