La crisis muestra qué empresas son solo filantrópicas y cuáles realmente viven la responsabilidad social dentro y fuera de ellas.
Ha sido sin duda un año, por decir lo menos, excepcional. En todos los aspectos hemos enfrentado cambios que no estaban siquiera en el imaginario, pero desde la perspectiva de la responsabilidad social, hay muchas enseñanzas que deben permanecer en lo que será nuestro nuevo mundo y que empiezan por el individuo y, después, por permear esos cambios en las organizaciones que lo conforman.
IntegraRSE ha dedicado este tiempo a analizar esos cambios para poder asegurarnos de que, en la nueva realidad, cualquiera que esta sea, las empresas tengan herramientas suficientes que les permitan no solo continuar con sus labores desde una perspectiva responsable, sino verdaderamente ser agentes de impacto social y ambiental positivo en la comunidad. Queremos compartir con ustedes algunas de estas reflexiones que hicimos a lo largo de webinars semanales con varias empresas y una encuesta realizada al inicio de esta crisis para entender los cambios que ocurrían.
El primer gran cambio es el teletrabajo que, aun en la empresa más tradicional, llegó para quedarse. Pero no sin una serie importante de consideraciones que tendremos que tomar en cuenta si será una forma de trabajo constante en las empresas. Según nuestra encuesta, más del 85 por ciento de los encuestados se consideraban preparados tecnológica y personalmente para realizar home office y conocen sus objetivos para ello. Es decir, estaban listos para hacer este cambio. No obstante, la mitad de ellos revelaron también estar dedicando más tiempo al trabajo y a las juntas. La tecnología debe ser una herramienta y no un grillete moderno para que los colaboradores dediquen más tiempo a sus labores.
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Labores cuyo costo de oportunidad se ha hecho más evidente: el dinero que se recibe por el trabajo no solamente refleja el valor de lo que el colaborador hace o sabe, sino de lo que deja de hacer. La pandemia —y el confinamiento consecuente— logró que el 64 por ciento de los encuestados dedicara más tiempo a su familia. Para bien o para mal, el 60 por ciento de ellos mencionaron que ha cambiado mucho la convivencia familiar y, justamente por eso, creemos que las empresas responsables tendrán que ver al colaborador no solamente como un trabajador, sino como un miembro activo de una familia: como padre, como hijo, como hermano. Entender que el aspecto personal está íntimamente ligado al desempeño del colaborador, sobre todo si estará trabajando desde su casa.
Esta convivencia también ha puesto en evidencia la arraigada desigualdad en las labores domésticas que existe en las familias mexicanas. En nuestra breve encuesta, el 64 por ciento mencionó haber aumentado el tiempo que dedicaba al hogar, todas ellas mujeres. Pero la experiencia muestra algo similar, no solamente son más las mujeres que —desde antes de la pandemia— tienen un doble turno al tener que también realizar labores del hogar posterior a sus horarios de trabajo, las mujeres madres han además asumido ahora el rol de maestras. Una empresa responsable en este nuevo mundo tiene que entender que existe un desequilibrio y aliviarlo, no penalizarlo. Ser flexible con la agenda de las reuniones, los horarios “en línea” y respetar espacios de descanso para todos sus colaboradores, pero, sobre todo, las mujeres con hijos. Por ejemplo, dándoles dos horas de comida en vez de 40 minutos porque muy probablemente tengan ahora que preparar sus alimentos (y de la familia), y eso implica más tiempo de preparación y de limpieza posterior y tiempos de descanso para asegurar un equilibrio con las labores familiares y domésticas.
Una de las grandes esperanzas es que todos salgamos de esta pandemia como mejores ciudadanos. Primero porque ahora entendemos lo que siempre olvidábamos: que la vulnerabilidad no está “en otros”, lejanos a nuestro círculo, pueden necesitar ayuda nuestros padres, nuestros hijos, y de un día a otro. Desapareció la visión de ayudar solo cuando el otro lo necesita para ayudar antes que lo necesite: quedándose en casa. Todos contribuíamos —en la medida de lo posible— al bienestar social al no exponernos, y este sentido de comunidad que hemos vivido en desastres naturales se internalizó de alguna forma, pues no era “salgamos a ayudar, aunque no sepamos”, sino realmente hagamos lo que sí sabemos hacer: quedarnos en casa, trabajar y contribuir a quienes pueden salir a ayudar.
Hemos cambiado como ciudadanos y esperamos que ese cambio sea permanente: nos hemos dado cuenta del valor del dinero recibido, pero también del valor de dónde lo gastamos. Recobró importancia el comercio local y cómo nuestra compra ayudaba a su sobrevivencia, sobre todo visibilizó la vulnerabilidad de la economía informal y su dependencia en la venta diaria. Entre los encuestados, al menos el 25 por ciento mencionó estar ayudando a través de compras a pymes cercanas.
Hemos cambiado como consumidores. Comenzamos a ver las fallas que tiene nuestro sistema económico, basado en la extracción del valor de la naturaleza y en la destrucción de esta y se hizo evidente que, sin esta visión destructiva, existen peces, aves, flores que en el día a día no apreciamos, pues las ahuyentamos y hasta exterminamos con nuestras actividades. Es momento de hablar de una economía regenerativa en donde pongamos la naturaleza y nuestras necesidades en un mismo nivel de importancia y no solo extraigamos recursos, sino que también busquemos la forma de regenerarlos y cuidarlos: a través de huertos urbanos, de reúso de productos, eliminación de empaques, disminución de contaminantes por transporte, etcétera.
Nunca ha bastado con compensar, ahora más que nunca lo notamos, decir que “uso productos llenos de plástico, pero los reciclo después” no es una visión responsable de nuestro consumo. Lo que es realmente responsable es ver nuestras compras no como un intercambio de dinero por producto/servicio, sino de una redistribución económica dentro de toda una cadena productiva. No solamente recibo mi producto, sino todo lo que viene con él (sus plásticos envolventes, el cartón y etiquetas, el CO2 de su transporte…) y también lo que gracias a él se genera: pago de sueldos —justos o no—, pago a proveedores, uso —o abuso— de recursos naturales, empleo en lugares rurales, etcétera.
¿Y las empresas han cambiado? Creemos que sí: en primer lugar, la crisis empezó por mostrar qué empresas eran solamente filantrópicas y cuáles realmente viven la responsabilidad social dentro y fuera de ellas. Mostró que varias pymes priorizaron a su colaborador y su permanencia más que algunas empresas grandes. Para nosotros esta oportunidad fue el mejor escenario para entender que la responsabilidad social no es lo que pasa de la puerta hacia afuera, sino hacia adentro. No es solo dar donativos y voluntariado, sino realmente preocuparse por los grupos de interés y responder a sus necesidades.
Esperamos que las empresas cambien su relación con los individuos que las conforman (desde colaboradores hasta proveedores) y los entiendan más como personas que como recursos, que auténticamente se preocupen por su bienestar y tengan relaciones más transparentes y colaborativas en serio, no solo de nombre. Que las empresas empiecen a generar proyectos de negocios con una visión regenerativa tanto del tejido social como de los recursos naturales, proyectos sólidos y redituables en los que se pueda invertir: ya sea comprando o atrayendo capital. Vemos ya una tendencia a privilegiar productos ecológicos o con causa, los inversionistas ya están también realizando auditorias de temas socioambientales.
Hagamos que esta tendencia sea ya una normalidad al salir de la crisis y busquemos cambiar realmente el paradigma económico en el que hemos vivido hasta ahora: responsables o no, es momento de ser consumidores conscientes. Si cambia el individuo, necesaria e innegablemente cambiará el sistema económico que se genera. Ahora más que nunca, ¡seamos el cambio que queremos para el nuevo mundo!
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Odile Cortés es directora de operaciones de IntegraRSE, consultoría especializada en responsabilidad social.