Ha sido una de las voces de la comunidad científica que se ha pronunciado con mayor contundencia contra el aislamiento estricto que algunos países implementaron por el coronavirus.
“Los líderes pareciera que entraron en pánico incluso más que la población”, le dice a BBC Mundo Michael Levitt, ganador del Premio Nobel de Química en 2013.
“Estoy seguro de que el confinamiento pudo haber salvado vidas en el corto plazo, pero el daño económico costará vidas”, indica. “El confinamiento estricto es el que es peligroso“.
“Yo podría decir que un niño que es golpeado por su padre que está enojado por perder su trabajo es una pérdida terrible, es algo que puede afectar a una persona de por vida. Y eso quizás es una perdida mayor que la muerte de alguien de 85 años”.
A lo largo de la entrevista, el profesor de biología estructural de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, insiste en que no quiere ser irrespetuoso con las personas que han muerto por el coronavirus, lo cual es una “tragedia”, pero plantea cuán importante hubiese sido discutir y balancear más las medidas tomadas.
Con perspectiva del pasado
“No soy un epidemiólogo, pero me gustan los números”, aclara al comienzo de la entrevista que ofreció desde Israel.
Levitt nació en Sudáfrica y ganó el Premio Nobel de Química junto a Martin Karplus y Arieh Warshel por desarrollar los programas computacionales de gran alcance que se utilizan para entender y predecir complejos procesos químicos.
Cuando empezó a surgir información sobre el SARS-Cov-2, el doctor en biofísica decidió analizar el desarrollo de su predecesor: el SARS-Cov, que emergió en 2003 en China.
“Lo importante era empezar a entender cuán peligroso es (el nuevo coronavirus)”, señala evocando el mes de enero.
El investigador inició la recopilación de datos sobre los casos y las muertes que se estaban produciendo en la nación asiática, donde también se desencadenó el nuevo brote, y registró lo que encontraba.
Se dio cuenta de que, aunque el nuevo coronavirus avanzaba mucho más rápido que su antecesor, la tasa de letalidad parecía ser menor que la del SARS-Cov.
“Vi muy rápidamente, quizás en mi primer reporte del 2 de febrero, que de hecho el virus se estaba desacelerando“, explica.
Monitoreando a Sudamérica
Desde el 1 de febrero, Levitt revisa “todos los días” las cifras de casos de coronavirus.
“En mi corazón soy una persona muy global, creo que todo el planeta es un solo lugar. Por eso no estoy estudiando únicamente Reino Unido, Estados Unidos o Israel (Levitt posee esas tres nacionalidades), estoy estudiando lo que sucede en todas partes“.
Y es que, indica, es mucho lo que se puede aprender al comparar lo que pasa en diferentes países. Por eso, su manejo de las estadísticas sobre el coronavirus es impresionante.
“Todos los días, estoy viendo lugares como Chile, Perú, Brasil. Quizás dos veces al día. Sólo para ver (si hay) una señal de que (el avance del virus) se está desacelerando”.
Levitt ha utilizado modelos matemáticos y métodos informáticos para analizar las curvas de contagio en distintos países del mundo y, aunque advierte que no hay certeza absoluta, se ha observado que pasan entre “tres a cuatro semanas hasta que (el virus) empieza a desacelerarse”.
Así ha sucedido en varios lugares. Pareciera que es un patrón, pero no se aventura a dar nada por hecho, pues hay otras variables que intervienen como por ejemplo el tamaño de los países.
“La conclusión es que aún es muy pronto para saber (qué pasará en Sudamérica). Es difícil saberlo”.
Una medida medieval
Para el físico, “el daño ocasionado por el confinamiento será mucho mayor que cualquier daño del COVID-19 que se haya evitado” con la medida.
“Estoy seguro de que el confinamiento pudo haber salvado vidas en el corto plazo pero el daño económico costará vidas“, indica.
Y es que para el nobel es importante ver todas las distintas implicaciones de esa medida.
“Los confinamientos pueden ser efectivos, pero son una medida medieval”.
En esa época, explica el profesor, cuando llegaba una plaga, le decían a la población que no podía abandonar sus viviendas.
“Esta situación es como esa. Ellos no entendían lo suficiente sobre la enfermedad. Por lo tanto a la gente no se le permitía desplazarse. Con frecuencia no era lo correcto. Las investigaciones han mostrado que cuando se fuerza a la gente a quedarse junta probablemente causará una tasa más alta de infecciones”.
Y es que alejar a la gente es una reacción muy natural, dice.
“Parece obvio, pero hay que ser muy cuidadosos y no creo que los epidemiólogos recomienden los confinamientos. Ellos no recomiendan cerrar las fronteras, porque su idea es que si la enfermedad se va a propagar, hay que dejarla”.
Estadísticas
De acuerdo con el doctor, en toda Europa, la cantidad de muertes por COVID-19 es similar a la que se produce en una temporada muy fuerte de gripe.
“Obviamente no hay muerte que sea buena, cada muerte es una tragedia terrible para la familia, pero 400 muertes por millón de personas es muy típico de lo que una mala temporada de gripe provoca“, señala.
“La gente que está muriendo de covid y de influenza son las mismas personas que morirían normalmente. En el caso del COVID-19, cerca de la mitad de las muertes son de personas mayores de 85 años, menos del 10% de las muertes son menores de 65 años”.
“Básicamente yo diría que todos sabemos que las personas mayores tendrán una probabilidad más alta de morir”.
“Mucho estrés”
El impacto de las medidas de cierre que varios países implementaron para blindarse frente al SARS-Cov-2 es algo que le preocupa al nobel.
“No sabemos cuánto daño ha causado el confinamiento a la economía mundialoa la sociedad. Sé que muchos países que están saliendo del confinamiento han visto un aumento grande en la tasa de suicidios y de violencia doméstica, quizás hay un incremento en los divorcios”, reflexiona.
“Ha habido mucho estrés. Los niños han sufrido mucho, es un trauma. No sabemos (los daños causados por el confinamiento) y, dado que conocemos aproximadamente cuántas vidas se han salvado, una cantidad pequeña, se ve con mucha claridad que el daño final del confinamiento sería más grande”.
Levitt plantea que hay gente que está diciendo, por ejemplo, que debido al confinamiento los pacientes que necesitan tratamiento para el cáncer no lo han recibido o que personas que necesitan ver al doctor por sus problemas de corazón no han ido a los médicos.
Tipos de confinamientos
Para el físico existen otras alternativas eficaces diferentes al aislamiento drástico: el distanciamiento social, la higiene, lavarse las manos contantemente, usar mascarillas.
“El confinamiento estricto es: cerrar las escuelas, frenar los trabajos, parar las tiendas, cerrar todo. El confinamiento estricto es el que es peligroso”.
El nobel reflexiona sobre el hecho de que en unos pocos países de Europa en donde se ha implementado un confinamiento más permisivo, el número de muertes no ha sido más alto (…) si se compara con un país con un confinamiento más estricto.
Por ejemplo, dice, en Suecia y en Reino Unido, las muertes por millón de habitantes son muy similares.
En el país nórdico, el confinamiento ha sido mucho “más suave” que en Reino Unido.
Adicionalmente, explica el profesor, no se ve que haya un cambio grande en el aumento de casos cuando el confinamiento se levanta, no se observa un salto en los casos.
“Ahora mismo, no lo sabemos y creo que mucha gente seguirá diciendo en los años venideros que el confinamiento fue importante pero (lo cierto es que) no lo sabemos”.
La experiencia de otros
La lectura que Levitt hace de lo que ha pasado en países como Suecia, Suiza, “quizás hasta cierto punto Alemania”, es que el confinamiento no significó “una gran diferencia”.
Sin embargo, aclara: “Creo que es difícil decir que el confinamiento no causa ninguna diferencia”.
Y profundiza: “Ciertamente algunos países tuvieron niveles muy bajos de infección como Austria, Israel o Australia, donde el número de infecciones no fue de unos cientos por millón (de habitantes), sino solo de unos 20 o poco más por millón. Esos países podrían estar expuestos a segundas olas”.
“Si ha habido un proceso de saturación en los países que han tenido unos cientos de muertos por millón de habitantes, es probable que sean más resilientes en el futuro. Pero no sabemos eso todavía“.
La forma en la que algunas autoridades han reaccionado frente al coronavirus es algo que cuestiona el profesor.
“Cuando la gripe viene en el invierno, nosotros no paramos todo, no implementamos un confinamiento por la gripe. Y si no nos confinamos por la gripe ¿por qué nos confinamos por el coronavirus?”, pregunta.
El pánico
En esa reacción, dice el científico, hubo un factor que tuvo una influencia.
“Normalmente la gente entra en pánico cuando se desata un guerra o se propaga una enfermedad, pero normalmente los líderes tratan de decirles que hay que pasar por esa situación“.
“Si piensas en la Segunda Guerra Mundial, (el primer ministro británico Winston) Churchill estaba tratando con mucho empeño de evitar que la gente entrara en pánico. Y habían muchas buenas razones para sentirlo”.
En su opinión, en el contexto del coronavirus, los medios de comunicación estaban muy determinados a “contar las muertes todo el tiempo, en lugar de simplemente asumir que había muertes”.
“Y por la razón que sea en esta ocasión los líderes pareciera que entraron en pánico incluso más que la población”.
“Por ejemplo” -dice- “con frecuencia le pregunto a la gente: ‘¿saben cuántas personas mueren en el mundo normalmente?’ La mayoría no sabe”.
En un día promedio mueren 150.000 personas en todo el planeta, explica. “Y esas personas en su mayoría no mueren por una guerra o por hambre, mueren por vejez, y ese es un número grande”.
Levitt cree que los medios de comunicación pudieron haber explicado mejor lo que estaba pasando al público: “Que la mitad de la gente que está muriendo tiene más de 85 años”.
“Y, repito, nadie quiere ser irrespetuoso con las personas que han muerto”.
“Quizás no deberíamos glorificar la muerte de nadie”
El científico me dice que su madre tiene 105 años “y quiero que viva por mucho tiempo”.
“Yo tengo 73 años y tengo una probabilidad más alta de morir que mi nieto. Y eso es muy bueno porque quiero que mi nieto viva”.
“Nosotros, las personas mayores, tenemos una probabilidad más alta de morir que los jóvenes, esa es la naturaleza de las cosas. Eso no fue explicado”.
El nobel cuenta que la mayor parte de la pandemia la ha pasado en Israel.
“Aquí, los noticieros informaban que alguien había muerto y hablaban sobre los nietos, los hijos, y yo pensaba que no era justo, porque cada día en Israel tenemos 120 muertes naturales y quizás tuvimos cinco muertes diarias por coronavirus”, dice.
“¿Por qué glorificamos las muertes por coronavirus y no glorificamos las muertes de todos los demás? Quizás no deberíamos glorificar la muerte de nadie”, reflexiona.
Pero, destaca, que eso sucedió en muchas partes del mundo.
“La intención fue contar los números, los números grandes”, indica.
“La otra cuestión (…) es que la gente que estaba muriendo por coronavirus también tenía problemas de corazón, cáncer, muchos otros problemas. Quizás tenían neumonía y todavía los contaban como que estaban muriendo de coronavirus”.
“Tal vez el 10% murió por coronavirus en medio de muchas otras condiciones”.
“Sensación de poder”
El físico cree que varios países vieron las medidas que estaban tomando China y otros países, que implementaron confinamientos estrictos, como un referente.
Pero, recuerda, no todos los países lo hicieron: Corea del Sur, Hong Kong y Singapur pusieron en práctica el distanciamiento social y el uso de mascarillas y desinfectantes, entre otras medidas.
“Fueron confinamientos suaves, como el de Japón”.
Cualquier virus, explica el doctor, nos genera frustración y ante la pregunta sobre ¿qué podemos hacer?, la respuesta probablemente es que “quizás no puedas hacer nada”.
“Sólo tener esperanza de que (la situación) estará bien: lavarte las manos, mantenerte saludable, no preocuparte porque cuando lo haces es malo para el sistema inmune”.
“Pero la gente sintió que al confinarse estaba haciendo algo, frenando el virus, estábamos deteniendo a la gente de que irresponsablemente infectara a otras personas”.
“Se les dio la sensación de poder, lo cual quizás es algo bueno, no lo sé”.
Las lecciones
Una de las lecciones que Levitt cree que la pandemia está dejando es que “la gente está cada vez más dándose cuenta de que (el confinamiento estricto) no era tan buena idea”.
“Pero nadie puede culpar a nadie, porque ya está hecho”, dice.
“No puedes culpar a los epidemiólogos, no puedes culpar a los científicos, los líderes son los responsables de esto y espero que aprendamos la lección para el futuro, debería haber más discusión y más ideas en una etapa más temprana”.
De hecho, dice que le sorprende que haya habido tan poca reflexión y debate.
“En la ciencia la discusión es muy importante: ‘Entiendo lo que dices pero está mal por esa y esta otra razón. O quizás estás en lo correcto, vamos a discutirlo'”.
¿Por cuánto tiempo?
Al preguntarle si los confinamientos cambiaron el curso de la pandemia, Levitt pone un ejemplo:
“Imagínate que en Londres, tras detectarse el primer caso, no se le permite a nadie viajar a Mánchester”.
Al hacer eso, el virus no llegará a Mánchester tan rápidamente. Las probabilidades de conseguir eso son altas. Se puede frenar su propagación a otros lugares, se puede desacelerar su transmisión, explica el especialista.
Pero una vez que el virus llegó a Londres, es muy difícil impedir que infecte a la población de esa ciudad.
“Desacelerar el esparcimiento es una buena idea porque te da tiempo a tomar medidas para proteger el sistema sanitario“.
Sin embargo, surge un dilema: “Si tomas un determinado lugar y lo aíslas ¿por cuánto tiempo lo harás? El simple hecho de cerrar el mundo tiene un precio económico grande incluso si eres una isla pequeña”.
“Hoy en día es muy difícil cerrar un país”.
Un ciclo
Levitt explica que cada cierto tiempo surge una epidemia de gripe que se detiene en el invierno.
“Se para por sí sola porque, esencialmente, la mayoría de las personas que van a morir, generalmente la gente mayor, lo hacen”.
“Lo mismo es probable que pase con el covid”, explica el experto en biología computacional.
“El COVID-19 se agotará a sí mismo y probablemente en el proceso le dará al resto de las personas algo de inmunidad, pero eso no lo sabemos todavía“, advierte.
Y es que aún hay muchas incógnitas sobre la forma en que se ha desarrollado la pandemia:
“No sabemos por qué las tasas de muerte en Inglaterra, Italia y todos los países donde se ha acabado ahora es tan similar”, dice.
“Se podría pensar que en Bélgica se confinaron muy bien, pero no tan bien en Francia, pero el resultado final es el mismo. Esa es la razón por la que pienso que el confinamiento quizás no fue efectivo en prevenir la propagación”.
De hecho, afirma: “No creo que el confinamiento realmente afecte el resultado final en la mayoría de los lugares”.
Y es que se trata de una enfermedad altamente infecciosa: “Para que el confinamiento sea muy efectivo, hay que hacerlo muy temprano. (Así) puede tener un efecto”.
Cuestión de balance
Pero Levitt confiesa: “Es complicado”.
“Pienso que si se hace un balance, el confinamiento es una medida tan severa que es algo que sólo deberías usar para enfermedades mucho más peligrosas”.
Y explica que si el COVID-19 estuviese matando al mismo ritmo a veinteañeros, “sería una enfermedad mucho más peligrosa, porque la gente de 20 años no muere naturalmente”.
“En cambio, está matando a gente que estaba enferma, a personas mayores o personas con altas probabilidades de morir naturalmente”, señala.
El nobel cuenta que en una oportunidad habló con la prensa en Israel sobre el concepto de años de vida perdidos:
“Si mueres a la edad cero, perdiste toda tu vida. Si mueres a la edad de 80, perdiste una pequeña cantidad de vida”, explica.
“Y la gente quedó en shock porque hablé de esa manera”, dice.
“Me dijeron que no tenía respeto, y lo que les traté de decir es que sí tengo respeto porque las dificultades económicas recaen en los jóvenes. Ellos necesitan construir el futuro”, apunta.
“Me parece que al hablar tanto sobre la glorificación de la muerte le damos mucha atención a las personas mayores y no suficiente a los jóvenes”.
“Yo podría decir que un niño que es golpeado por su padre que está enojado por perder su trabajo es una pérdida terrible, es algo que puede afectar a una persona de por vida”.
“Eo quizás es una perdida mayor que la muerte de alguien de 85 años. Hay que hacer esos balances. Una cosa lleva a la otra“, dice.
Y cree que ese balance no se hizo.
“Me sorprende porque estoy seguro de que los gobiernos toman estas decisiones todo el tiempo cuando quieren hacer alguna mejora, determinan cuál será el costo-beneficio”.
“Pero eso no se hizo”, concluye.
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