Pekín ahora considera que la isla de Taiwán es una provincia renegada y ha jurado someterla al régimen comunista como parte de su política “Una sola China”.
Aquel día —a diferencia del año pasado, el año anterior y los 28 años precedentes—, el Parque Victoria de Hong Kong estaba vacío. Lo habitual es que, cada 4 de junio, el parque se encuentre a reventar de multitudes que conmemoran la masacre de 1989 en la Plaza Tiananmén, posiblemente la atrocidad más infame jamás perpetrada por el Partido Comunista de China desde la muerte de Mao Zedong, hace casi medio siglo.
Hong Kong y Macao —las dos regiones semiautónomas de China— son los únicos rincones del país autorizados a señalar el incidente que el partido ha tratado de borrar de la memoria nacional: la matanza de cientos, tal vez miles, de activistas prodemocracia a manos del Ejército nacional. Sin embargo, este año y por primera vez, las autoridades de Hong Kong negaron el permiso para el encuentro en el Parque Victoria, argumentando la crisis del coronavirus. Con todo, los activistas prodemocracia interpretaron la cancelación como un presagio del oscuro futuro que aguarda a Hong Kong conforme Pekín expanda su control ideológico sobre la antigua colonia británica, con absoluta indiferencia a las manifestaciones multitudinarias y a la condena internacional.
Los defensores de la democracia tienen previsto el fin de la (relativa) libertad de expresión y el libre comercio de Hong Kong, ya que, hace poco, los legisladores continentales aprobaron un proyecto de ley sobre seguridad nacional que criminalizará la disidencia en el volátil territorio.
Cuando la propuesta fue aprobada en Pekín, durante la reunión anual del Partido Comunista de China (PCCh), los títeres de la Asamblea Popular Nacional prorrumpieron en aplausos, mientras que los hongkoneses volvieron a las calles para proseguir con su lucha —perdida— contra la injerencia continental.
La situación de Hong Kong tendrá consecuencias de gran envergadura. Por lo pronto, los chinoescépticos han formado un frente común ante la inamovible y autoritaria marcha de Pekín hacia la condición de superpotencia, advirtiendo que Hong Kong está enfrentando lo que otras regiones —la próxima, Taiwán— terminarán por encarar en un futuro no muy lejano.
A resultas de los levantamientos antigubernamentales y la agitación prodemocrática, la ley de seguridad nacional (que habrá de implementarse antes de septiembre) está dirigida a suprimir esfuerzos de secesión, subversión, terrorismo y cualquier interferencia exterior en el territorio, y sus detractores aseguran que la medida echará por tierra el acuerdo “Una nación, dos sistemas” con el que Hong Kong ha disfrutado de más libertad política que la China continental.
“Lo que tendremos en Hong Kong será un esquema de ‘una nación, un sistema’”.
La Declaración Conjunta chino-británica —que rigió la restitución del territorio en 1997— estableció que el estilo de vida y el sistema capitalista de Hong Kong permanecerían sin cambios hasta 2047. Mas la ley de seguridad nacional recién aprobada reducirá drásticamente ese cronograma.
En entrevista con Newsweek, Nathan Law (26 años, presidente y cofundador de la organización prodemocrática Demosisto, y uno de los líderes de la “revolución de los paraguas” de 2014) afirmó que, “en esencia, la ley de seguridad nacional destruirá el acuerdo ‘Una nación, dos sistemas’”, pues representa el esfuerzo de Pekín para “aplastar la disidencia. Para nosotros, el efecto será la pérdida de libertades en Hong Kong”.
El activista concluye: “Lo que tendremos aquí será un esquema de ‘una nación, un sistema’”, en el que no habrá protecciones para las libertades de expresión, de asociación y de opinión”.
El Artículo 23 de la Ley Básica de Hong Kong (su Constitución de facto) establece que los legisladores locales deben adoptar leyes que prohíban la secesión, la sedición, la subversión y los actos de traición contra el PCCh. Fue por ello que, en 2003, el Consejo Legislativo del territorio (mejor conocido como LegCo, por sus siglas en inglés) trató de cumplir con el mandato, pero las protestas multitudinarias forzaron a los legisladores a abandonar el intento.
La controversia alcanzó incluso al jefe ejecutivo Tung Chee—hwa, quien se vio obligado a renunciar al cargo en 2005 bajo una andanada de críticas por el fracaso del proyecto de ley para la seguridad nacional, y la mala gestión de su gobierno durante la epidemia del SARS.
Hoy día —al amparo de la pandemia del COVID-19—, el PCCh está pasando por alto a los representantes locales. Alvin Yeung, miembro del LegCo y líder del Partido Cívico prodemocrático, dijo a Newsweek que la aprobación de Pekín para el proyecto legislativo es el “principio del fin” de la libertad en Hong Kong.
El 29 de mayo, en un comunicado dirigido a la ciudadanía, Carrie Lam, jefa ejecutiva de Hong Kong, declaró que el territorio “se ha convertido en un agujero enorme para la seguridad nacional, lo cual pone en riesgo la prosperidad y la estabilidad de nuestra ciudad”.
Al responder a una petición de comentarios sobre las inquietudes en cuanto a la propuesta de seguridad nacional, el despacho de Lam señaló a Newsweek la sugerencia que hizo la dirigente el pasado 2 de junio, en cuanto a que la “muy legítima” legislación recién promulgada está dirigida a “proteger la seguridad nacional y, de esa manera, proteger Hong Kong”.
La embajada china en Washington, D. C. no respondió a las peticiones de comentarios de Newsweek. Después de que la Asamblea Popular Nacional aprobara la propuesta, el primer ministro chino, Li Keqiang, aseguró que el proyecto de ley fue redactado pensando en la “prosperidad y estabilidad de Hong Kong a largo plazo”.
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No obstante, en un comentario obtenido en el interior del edificio de LegCo (atacado y saqueado durante las manifestaciones del año pasado), Yeung insistió en que la legislación “privará a Hong Kong de su bien más preciado: la libertad”.
A decir de Yeung, la minoría prodemocrática de LegCo está indefensa: “En lo que respecta a imponer esta ley, nadie puede negarse a Pekín. En pocas palabras, LegCo no desempeña papel alguno en el asunto”.
No queda claro cuál será la respuesta de la presidencia de Trump, dado que el estadounidense tiene una relación complicada y muy contradictoria con el presidente y líder del PCCh, Xi Jinping. Trump ha dicho que su postura ante Pekín es muy dura y ha recurrido a la retórica y a los aranceles para demostrarlo. Más aún: ha culpado a los chinos por la pandemia del COVID-19, siendo que, poco antes, felicitó al régimen de Xi por la manera como manejó la situación e incluso se pronunció como el orgulloso “amigo” del dirigente chino.
Cuando iniciaron las protestas en Hong Kong, Trump celebró la respuesta de Xi describiéndola como “relativamente no violenta” y asegurando que su homólogo había actuado de manera “muy responsable”. Pero, unos meses después, el estadounidense anunció que su gobierno estaba a favor de los activistas hongkoneses y hasta firmó una legislación en defensa de los derechos humanos de quienes marchan contra el PCCh.
Hong Kong ha prosperado como centro financiero global gracias a la “condición especial” que Estados Unidos le ha conferido desde hace mucho tiempo, la cual ha permitido que las empresas estadounidenses se establezcan en el territorio para hacer negocios con la China continental. Sin embargo, si Washington revocara la condición especial de Hong Kong en respuesta a las acciones de Pekín, peligrarían tanto la vitalidad económica de la isla como los 38,000 millones de dólares anuales que representa el comercio entre Hong Kong y Estados Unidos.
La presión estadounidense de nada ha servido para disuadir al gobierno chino de afianzar su control en el territorio. De hecho, Jacques deLisle, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Pensilvania, y experto en derecho y política chinos, asegura que la nueva legislación no es más que “una versión extrema de algo que hemos visto, una y otra vez, a lo largo de más de dos décadas”.
“Es una situación cualitativamente más grave de lo que ha sido la prolongada tendencia a la erosión de la autonomía de Hong Kong, por no hablar de la identidad que le distingue del territorio continental”, explicó deLisle. Bien sea como evidencia de la creciente confianza de Xi, o del temor de que los disturbios hongkoneses se conviertan en una amenaza para el PCCh, la nueva ley de seguridad nacional “es una noticia pésima para la filosofía de ‘Una nación, dos sistemas’, y también para los valores democráticos y liberales de Hong Kong”, concluyó el experto.
Por supuesto, también es una pésima noticia para los diplomáticos, líderes empresariales y demás actores que se han esforzado durante décadas para incluir a China en la familia de naciones. La legislación “ha puesto fin al mito de que China está cambiando”, advirtió Samuel Chu, director administrativo de Hong Kong Democracy Council, organización localizada en Estados Unidos. “Indica el final de esa pretensión”.
“PODRÍA SER NUESTRA ÚLTIMA BATALLA”
En junio de 2019, tras aprobarse la legislación de seguridad nacional, Hong Kong fue escenario de nuevos enfrentamientos entre policías antidisturbios y manifestantes, los cuales dejaron las calles de la ciudad cubiertas con nubes de humo y gas lacrimógeno. Aun cuando la pandemia interrumpió temporalmente las protestas, los activistas volvieron a organizar marchas multitudinarias a fines de mayo de este año, a las que las fuerzas de la ley respondieron con violencia y arrestos masivos.
Tanto el gobierno insular como Pekín han rechazado casi todas las exigencias de los revoltosos, y en un esfuerzo para deslegitimar los reclamos y validar las acciones judiciales ante los observadores nacionales e internacionales, las autoridades califican a los manifestantes de “terroristas” que actúan bajo la dirección de agentes extranjeros.
Algunos activistas antigubernamentales han recurrido a la violencia para responder a la brutalidad policiaca, y si bien representan una pequeña minoría entre los millones de ciudadanos que protestan pacíficamente, los extremistas esgrimen la legislación de seguridad nacional como prueba de que la violencia se ha convertido en su única opción. “No podemos descartar nada, sobre todo porque el pueblo hongkonés ha llegado al límite”, advierte Yeung.
Law opina que la estricta vigilancia policial podría reducir las cifras de manifestantes, pero terminará por radicalizar a los que sigan marchando.
Law —quien ha pasado algunas temporadas en prisión— agrega que algunos activistas han optado por huir a Estados Unidos, Europa o Taiwán para evitar la persecución, lo que plantea la posibilidad de que el movimiento contra el PCCh deba emigrar al extranjero para sobrevivir, como ocurrió tras las protestas en la Plaza Tiananmén.
No obstante, las protestas en el extranjero no tendrán el mismo efecto que las manifestaciones en territorio nacional. Dado que el sistema de censura de Pekín controla todo cuanto la ciudadanía puede ver y oír, los activistas de Hong Kong quizá lleguen a los titulares internacionales, mas sus compatriotas no podrán verlos.
“Somos la primera generación de activistas por la democracia que están compareciendo ante las cortes”, prosigue Law. Pese a ello, “me quedaré en Hong Kong”, promete.
Cofundadora de Demosisto, Agnes Chow (23 años) se destacó durante la revolución de los paraguas, y también se contó entre los detenidos del año pasado. Por ello, una vez implementada la legislación de seguridad nacional, terminará figurando (junto con Law) en la lista de objetivos clave del PCCh.
“Los hongkoneses están desesperados”, asegura Chow, presagiando que muchos de sus conciudadanos harán lo posible para abandonar el territorio… como demuestra el hecho de que, al día siguiente de anunciarse la ley de seguridad nacional, las búsquedas en Google de “emigrar” y “Taiwán” aumentaron de manera muy significativa en el territorio.
Chow no contempla abandonar la isla. Y aun si quisiera hacerlo, el arresto del año pasado resultó en una prohibición para viajar. “No es fácil luchar contra un régimen tan fuerte y poderoso como este”, reconoció. “Aun así, quiero quedarme aquí y hacer algo… Podría ser nuestra última batalla”.
El movimiento prodemocrático nació descentralizado. La razón: los manifestantes adoptaron la filosofía “Sé como el agua” que Bruce Lee acuñara en su papel de Li Tsung, el maestro de artes marciales de la serie televisiva Longstreet, muy popular en la década de 1970.
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“No tengas forma ni cuerpo, como el agua. Si pones agua en una taza, se volverá la taza. Si la pones en una tetera, se volverá la tetera. El agua puede fluir o arrastrarse, gotear o golpear. Sé como el agua, amigo mío”.
Gracias a dicha estrategia, los grupos autónomos son muy móviles y adaptables, pues se comunican mediante aplicaciones seguras, como Telegram, para tomar decisiones de colaboración masiva que les permiten responder a las acciones policiacas de una manera rápida e imprevisible.
Debido a ello, las autoridades no han podido sofocar los disturbios arrestando a líderes específicos, y semejante flexibilidad podría incluso contribuir a que el movimiento se libre de la represión del gobierno continental que, según Chu, será “inmediata y certera”.
La relativa libertad de que goza Hong Kong ha dado origen a una sociedad civil muy activa, con libertad de expresión y un poder judicial independiente que fomenta un ambiente comercial dinámico que empresas e inversores están deseosos de aprovechar. La legislación de seguridad nacional podría socavar esas libertades y, por consiguiente, el valor de Hong Kong. Cosa que, por supuesto, también ocasionará daños a China.
Hong Kong brinda oportunidades económicas, educativas y de ocio que los chinos continentales no encuentran en sus provincias de origen. Por ejemplo, más de 27,000 niños cruzan la frontera diariamente para asistir a las escuelas insulares, donde la educación se parece más al sistema británico que al chino.
De cada cinco turistas, cuatro provienen del continente, y los consumidores se desplazan a Hong Kong para adquirir artículos suntuarios internacionales (como relojes y ropa de moda), además de bienes cotidianos como leche para bebés, la cual siempre se ha considerado más segura que las marcas ofrecidas en el continente (esa formulación láctea es tan popular que las autoridades de Hong Kong han debido limitar la cantidad que pueden comprar los visitantes).
A pesar de los disturbios del año pasado, los inversores continentales depositaron, en menos de un semestre, casi 20,000 millones de dólares en el mercado de valores de Hong Kong. Con todo, en los últimos meses, los compradores chinos han estado abandonando el mercado inmobiliario regional a resultas de la desaceleración económica nacional, la pandemia del coronavirus, las tensiones con Estados Unidos y, ahora, la amenaza de una creciente inestabilidad en el territorio.
Aun cuando la identidad distintiva de Hong Kong resulta muy atractiva a la China continental, Pekín tiene mucho más interés en la conformidad, puntualiza Yeung. “Ya no atesoran esta hermosa ciudad internacional”, lamenta.
“Hizo falta más de un siglo y medio para construir esta reputación. Y, por supuesto, la libertad es el fundamento de todo. Si tratas de eliminar cualquier aspecto de esa preciada libertad, la comunidad internacional dejará de confiar en la singularidad de Hong Kong y, entonces, Hong Kong dejará de existir”.
El territorio ha perdido mucho peso en la economía nacional desde 1997 —año en que Gran Bretaña entregó el control a China—, de modo que Pekín puede asimilar la pérdida con menos dificultad. Antes de la restitución, la riqueza hongkonesa representaba hasta 18 por ciento de la economía continental, pero ahora esa cifra es de apenas 3 por ciento. Con todo, Hong Kong sigue siendo uno de los centros financieros más importantes del planeta, cosa que “no puede replicarse fácilmente”, asegura Tim Summers, analista de Chatham House, grupo de expertos con sede en Hong Kong.
“Es indiscutible que el territorio es sumamente valioso para China, y creo que los dirigentes lo saben”, prosiguió.
Aunque la ley de seguridad nacional podría ahuyentar a capitalistas y empresas que han invertido en Hong Kong confiando en la promesa de “Una nación, dos sistemas”, Michael Spencer —economista en jefe de Deutsche Bank Asia—Pacífico— no ha visto indicios de alguna señal preocupante. Hasta ahora. En entrevista con Newsweek, el financiero dijo que, a pesar de un año muy tumultuoso, “son pocos los que han llegado a la conclusión de que la situación política es tan grave que deben salir de Hong Kong; y tampoco he visto instituciones que hayan emigrado”.
“No me parece que exista una amenaza inmediata”, prosiguió Spencer. Pero si “empiezan a imponer limitaciones para hablar abiertamente sobre las compañías o sobre la economía, los inversores buscarán la manera de disponer de esa información en otra parte”.
“El futuro de Hong Kong como centro financiero internacional depende de que la información de sus mercados fluya libremente, porque solo así evitará que los negocios se muden a otros lugares”, concluyó Spencer.
Una caída en la inversión extranjera se traduciría en menos capital para el territorio y en menos perspectivas para sus habitantes. Y también ocasionaría que Hong Kong perdiera relevancia en el comercio mundial y ante la comunidad internacional; lo que, a su vez, reduciría las probabilidades de que otras naciones sigan abogando a su favor.
HOY, HONG KONG. MAÑANA, ¿TAIWÁN?
Para Pekín, un mundo ideal sería aquel donde el PCCh vuelva a encauzar la política hongkonesa al tiempo que permite el florecimiento económico de la ciudad. Sin embargo, si no toma medidas, el partido corre el riesgo de que la oposición arraigue o de que el movimiento prodemocrático se convierta en un arma que Estados Unidos empuñará en lo que muchos empiezan a describir como una nueva Guerra Fría.
Trump ha declarado que Estados Unidos ya no considera que Hong Kong sea un territorio autónomo, postura que allana el terreno para restringir el comercio e incluso, imponer sanciones. Pese a ello, el estadounidense no ha detallado algún cambio en sus políticas ni ha presentado un cronograma para implementarlas.
Cualquier medida punitiva contra China podría lastimar a los hongkoneses, de suerte que Washington tendrá que hacer gala de prudencia (virtud que el mandatario estadounidense desconoce por completo). “Hong Kong sufrirá proporcionalmente más que la China continental”, sentenció Summers. De hecho, cualquier sanción comercial contra Hong Kong podría ocasionar que el territorio estreche nexos con Pekín y dependa más del continente.
A todas luces, los negocios estadounidenses pagarán las consecuencias. Esta semana, la Cámara de Comercio de Estados Unidos en Hong Kong publicó una encuesta en la que más del 80 por ciento de las 180 compañías estadounidenses establecidas en la isla se manifestó “muy” o “moderadamente” preocupada por la ley de seguridad nacional. Aun así, el 70 por ciento declaró que todavía no contempla la posibilidad de abandonar el territorio.
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Hong Kong es apenas un aspecto de la deteriorada relación de China con Occidente. La represión de la minoría musulmana de Sinkiang, los choques con Taiwán, las tensiones en el Mar de la China Meridional y la pandemia del coronavirus han mermado la posición de Pekín.
Al parecer, Washington ha llegado a un consenso bipartidista en cuanto a que es necesario resolver el “problema de China”, por lo que el exvicepresidente Joe Biden ha estado haciendo campaña resaltando su reputación de dureza frente al régimen comunista, en tanto que Trump apuesta al chinoescepticismo para lograr la reelección.
A decir de Chu, director administrativo de Hong Kong Democracy Council, los activistas se sienten envalentonados con las crecientes críticas internacionales dirigidas contra Pekín. Tras describir la situación en Washington como “temporada para cazar chinos”, el también fundador de la organización prosiguió: “No creemos que, por si sola, Hong Kong sea lo que produzca un cambio en China. Usamos el territorio —y siempre hemos tenido el compromiso de usarlo— para ejercer presión en Pekín, poner en evidencia al PCCh y, en lo posible, obligarlos a rendir cuentas”.
Para la comunidad internacional, otro problema apremiante es el de Taiwán, la isla democrática que yace a 129 kilómetros del litoral chino, al otro lado del estrecho de Taiwán. Tras haber sido el último reducto a las fuerzas nacionalistas que el PCCh derrotó en la guerra civil, Taiwán se ha mantenido ajena al control del partido durante hace más de siete décadas. Pekín considera que la isla es una provincia renegada y ha jurado someterla al régimen comunista como parte de su política “Una sola China”.
Por su parte, Taiwán —que cuenta con el apoyo militar de Estados Unidos, si bien Washington no la reconoce oficialmente como Estado— se resiste al proyecto chino de “Una nación, dos sistemas”, ya que ha visto la manera como Pekín ha sojuzgado otras regiones separatistas (en particular, Tíbet y Sinkiang). Y, ahora, está haciendo lo mismo con Hong Kong.
En enero, después que Pekín sufriera un fuerte revés con la reelección de Tsai Ing-wen (presidenta taiwanesa y lideresa del Partido Progresista Democrático), Stanley Kao, importante diplomático taiwanés ante Estados Unidos, dijo a Newsweek que la experiencia de Hong Kong era prueba de que el principio de “Una nación, dos sistemas” era “un error, un fracaso rotundo y una mentira absoluta”.
China ha reiterado su palabra de zanjar la disputa; hasta con las armas, si es necesario. Tanta es su determinación que, la semana pasada, el general Li Zuocheng —jefe del Estado Mayor Conjunto de China— proclamó que el Ejército “adoptaría las medidas necesarias para aplastar cualquier complot o acción separatista” por parte de Taiwán, “aun cuando se pierda toda posibilidad de una reunificación pacífica”.
Si bien la Oficina Económica y Cultural de Taipéi en Nueva York —parte de la representación taiwanesa en Estados Unidos— se ha negado a comentar sobre la imposición de la legislación de seguridad nacional en Hong Kong, un portavoz señaló que, en mayo, la presidenta lanzó un tuit asegurando que el gobierno y el pueblo de Taiwán “están unidos en su apoyo para Hong Kong y los valores democráticos universales”.
La batalla por la ley de seguridad nacional —y, por extensión, por la incursión de Pekín en Hong Kong— parece perdida ya.
“El optimismo no me ciega, y reconozco que el futuro luce muy sombrío”, dijo Law. “Pero si no tenemos, aunque sea, una esperanza mínima, no podremos seguir resistiendo”.
Los activistas hongkoneses organizaron eventos limitados para recordar la tragedia de la Plaza Tiananmén y reforzar su resolución. Puede que el Parque Victoria se encuentre vacío, mas el movimiento no se ha extinguido.
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Publicado en cooperación con Newsweek7Published in cooperation with Newsweek