Las preferencias de la población migrante moldearon ciudades como Tijuana y Mexicali. Pero estos municipios crecieron y sus habitantes hoy tienen nuevas necesidades.
Artículo de opinión
Con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio (TLC), un gran flujo migratorio tomó el norte de México a mediados de los 90.
Este movimiento trajo consigo a un tipo de consumidor que aspiraba a vivir como su contraparte extranjera.
Buscaban la vivienda unifamiliar y una movilidad automotriz, como métrica del éxito personal y de estatus social.
Los centros cívicos y económicos se ubicaron de manera concéntrica a la frontera y empujaron el crecimiento habitacional a las periferias.
En consecuencia, los municipios se transformaron, pero lo mismo sucedió con las necesidades de su población.
Actualmente podemos observar un aumento en el congestionamiento vial y miles de casas abandonadas en ciudades como Tijuana y Mexicali.
En Baja California existen 38 mil 475 viviendas en esta situación y un 90% se ubica en esos municipios, según la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (SEDATU).
Estos fenómenos urbanísticos reflejan las nuevas necesidades del mercado y una urgencia por establecer ciudades densas y articuladas, encaminadas hacia la verticalidad.
Recientemente, autoridades gubernamentales plantearon políticas públicas que buscan promover esta densificación y regeneración de las ciudades.
Por ejemplo, con el Programa de Mejoramiento Urbano (PMU) para rehabilitar equipamiento e infraestructura urbana, y el Desarrollo Orientado al Transporte Sustentable (DOTS) para promover la conectividad y habitabilidad de estas ciudades.
Estos acercamientos no solo vuelven habitables a las ciudades, si no que las vuelven atractivas para la inversión y el turismo.
Tradicionalmente, los destinos turísticos en México apelaban a un mercado americanizado, que se hacía más presente por temporadas vacacionales en locaciones con playa, como Ensenada o Rosarito.
Sin embargo, este flujo variaba el resto del año, haciendo poco habitables las locaciones y su actividad comercial itinerante.
Con la incorporación del millennial mexicano al mercado turístico, diversas ciudades en el país reformularon sus modelos para apelar al consumidor local, en lugar del extranjero.
Esto quiere decir que existe una necesidad de crear oferta que ayude a consolidar el mercado nacional respecto al destino turístico y comercial dentro del estado.
Esta oferta coloca a las ciudades fronterizas no como focos intermitentes de actividad económica, sino como polos de inversión para el desarrollo turístico, habitacional y comercial.
En ese sentido, Baja California atraviesa un momento de reestructuración urbana de alto impacto.
Su posición estratégica continuará siendo un eje rector en la vocación de sus espacios. La retención del consumidor local pinta a ser la evolución orgánica y necesaria de los distintos mercados en estas ciudades.
*Ignacio Contreras es arquitecto por el ITESM y Analista Consultor en la empresa de consultoría Inmobiliaria 4S Real Estate