Es la víspera del 1 de diciembre. Se cumple un año de que la administración lopezobradorista tomó la presidencia de la nación y parece lejano aquel día en que el pueblo de México se vació en las calles para aclamar a la encarnación de la esperanza.
Si hacemos memoria, en su tercera oportunidad Andrés Manuel era el único candidato viable. El PAN en dos oportunidades se había mostrado igual de corrupto que su antecesor, el PRI. De manera que el pueblo dio al Revolucionario Institucional una segunda oportunidad, suponiendo que la pérdida del poder en el año 2000 era lección aprendida y veríamos el retorno de un PRI con valores morales y experiencia en el arte de gobernar, pero “perrito que come huevo… aunque le quemen el hocico”. Con los priistas regresaron los viejos vicios, corregidos y aumentados. El sexenio de Peña Nieto se marcó por una corrupción rampante, exhibida por los organismos no gubernamentales que la sociedad mexicana consolidó en 18 años de democracia.
Así las cosas, la única alternativa era AMLO. El presidente había hecho dos campañas presidenciales y las lecciones que estas dejaron fueron bien aprendidas. De modo que, en la tercera, fue cuidadoso y no repitió los errores anteriores. Atento a la tendencia política y los deseos de cambio elaboró un discurso que convenció a tirios y troyanos; cumplidos los tiempos y con las tendencias electorales inclinándose a su favor, se sentó a dialogar con el presidente en turno, Peña Nieto, sabedor de que el acceso a la presidencia, en México, se negocia con el presidente saliente. Las tendencias lo marcaban con una preferencia de más del 40 por ciento; el presidente ganó la elección con un 58 por ciento del voto popular, y su partido alcanzó la mayoría en las dos cámaras.
El presidente, así, llegó con carro completo y una capacidad de maniobra política que hace 30 años no se veía. Prometió una cuarta transformación. En ella el país lograría acabar con la corrupción, recuperar la seguridad y, por supuesto, el fin del neoliberalismo.
Hoy, a un año de su ejercicio, hay claroscuros que dejan ver a la 4T más como un proyecto de poder que como un proyecto de nación, y la consecuencia de esto puede ser muy seria. Su discurso ha polarizado a la sociedad y una parte de esta lo critica acremente.
¿CÓMO ESTAMOS?
Reflexionemos, sin apasionamientos, los claroscuros de este mandato.
Hay que reconocerle desde el punto de vista económico una disciplina fiscal férrea. La deuda pública se mantiene en el 46 por ciento del PIB y las reservas en dólares, gracias a una balanza comercial positiva, han crecido. Esto mantiene una estabilidad cambiaria con la moneda que más debe de preocuparnos, pues nuestra deuda externa se cotiza en ella: el dólar estadounidense.
Sin embargo, la economía adolece de un problema muy importante: El crecimiento. Este es mucho menor al prometido por el presidente y al supuesto por los especialistas. La promesa de AMLO fue: un crecimiento del 4 por ciento para 2019; la suposición del mercado, un 2 por ciento. Hoy se anticipa un crecimiento de 0.1 por ciento, es decir, una décima de punto porcentual, que al tomar en cuenta el crecimiento de la población económicamente activa, de 1.4 por ciento anual, vaticina tormentas.
La administración anterior había contemplado detonar el crecimiento con dos proyectos de gran envergadura: el aeropuerto de Texcoco y la reforma energética. Sin embargo, el proyecto antineoliberal de AMLO canceló aeropuerto y reforma; con ello, más una imprudente declaración de Ricardo Monreal sobre el control de las comisiones bancarias, se sembró la desconfianza.
El discurso oficial, en vez de recuperarla, aumentó la brecha, y cuando el gobierno se encaminó a retomar las instituciones destinadas a establecer los controles y balances de su administración, lo único que logró fue aumentar la desconfianza. El resultado es que hemos perdido un 10 por ciento de la inversión extranjera.
Nuestra balanza de pagos es positiva, pero esto no es motivo para echar las campanas al vuelo, pues el resultado se da en función de que las importaciones de bienes y servicios se frenen más rápido que las exportaciones. Estas últimas han recibido el beneficio de la guerra comercial con China, en donde Estados Unidos ha sustituido casi todo lo que ha dejado de comprar en el gigante asiático con productos mexicanos; sin embargo, el valor total de las exportaciones se ha reducido. Es decir, que no obstante la situación favorable que se nos presenta, las exportaciones del país se están contrayendo.
En cuanto a la seguridad, las muertes violentas de este año han superado los récords de todos los tiempos. En el renglón de crimen organizado, la captura y liberación del Chapito mostró a un secretario de seguridad plegado a las demandas de un cártel. Esto trajo como resultado que otros grupos, ante la debilidad del Estado, reclamaran terreno y en ese tenor se dio el asesinato de las mujeres y los niños de la familia Le Barón, un grupo de mormones estadounidenses que habían establecido una colonia en México. La masacre nos trajo un desprestigio mayor en la opinión internacional y la amenaza de que los estadounidenses considerasen como grupos terroristas a los cárteles. Si esto se afianza, los yanquis, con permiso del gobierno o sin él, entrarán con grupos armados en el territorio nacional para controlar a los cárteles.
Ya para no dejar, Claudia Pavlovich, la gobernadora de Sonora por el PRI, al ver que el gobierno federal no garantizaba resultados, solicitó el apoyo del FBI en su estado. Así, antes de pedirlo, los yanquis ya tienen el permiso para entrar como una fuerza policiaca al territorio nacional.
¿Y LA SOBERANÍA?
Hablar de soberanía es complicado cuando se tiene una dependencia casi completa del comercio exterior con el vecino; sin embargo, creo que se han perdido los límites esenciales del decoro en ese aspecto.
En cuanto a la corrupción también hay claroscuros. Es muy positivo que el discurso oficial reconozca zonas de corrupción que la sociedad ha criticado de sobra, pero que eran ignoradas por el gobierno.
La batalla que en este terreno está librando López Obrador debe reconocerse.
Sin embargo, cancelar los mecanismos de control que eran las licitaciones en adquisiciones de gran envergadura, convirtiendo en un acto discrecional la decisión de compra, abre el terreno a una corrupción salvaje.
La percepción que así se genera es que se combate la antigua corrupción para instalar una nueva.
¿Y la educación? El retroceso en los mecanismos para superar los niveles de calidad educativa es gravísimo.
Al encarar a AMLO con las cifras, él dice tener otros datos, evadiendo así la realidad y el análisis de los problemas.
Hace un año, en el Zócalo vi a un presidente que con humildad decía: “Tengo una ambición legítima: ser un buen presidente de México”.
Yo creo que fue sincero.
Pero si no enfrenta la realidad difícilmente podrá conducir a la nación a buen puerto. Los presidentes, por el hecho de serlo, no son infalibles y sus agendas deben ajustarse a la realidad. Una realidad que es dinámica y cambia constantemente. Aquí me viene a la memoria una frase de Felipe González Márquez, el presidente socialista de España, se la oí en una entrevista televisada. Dijo algo así: En política siempre vas a meter la pata… lo importante es qué tan rápido la puedas sacar.
Hoy, a casi un año, es hora de atender la realidad, apretar en los aciertos y enmendar los errores del 2019.
López Obrador ha sido descrito como el animal político más grande de los últimos tiempos. El control que ha implementado lo confirma; pero política, sin economía sana, acaba en política del desastre.
VAGÓN DE CABÚS
Sandro Cohen, escritor y poeta cuya amistad aprecio, comentó sobre nuestra entrega anterior, “La Revolución Mexicana que no lo fue”, que la Revolución trajo consigo el proyecto educativo de México. Es necesario apuntar que el gobierno porfirista dio continuidad al proyecto juarista, que contemplaba la educación de los niños como la única forma de proyectar el futuro del país. Así, en 1888 creó la Ley de Instrucción Obligatoria; en 1905, la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, con Justo Sierra a la cabeza; y en 1910, en el Centenario de la Independencia, se creó la Universidad Nacional de México.
La Revolución interrumpió el proyecto educativo del país, el cual se retomó con la creación, en 1921, de la Secretaría de Educación Pública al frente de la cual quedó José Vasconcelos Calderón.
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El autor es historiador y físico. Su vida profesional abarca la docencia, los medios de comunicación y la televisión cultural. Es autor del libro La maravillosa historia del tiempo y sus circunstancias.