Las izquierdas mexicanas se encuentran atrapadas en un callejón sin salida. Que el lopezobradorismo represente a la izquierda democrática es tan cuestionable como que los perredistas logren renovarse, reinventarse y reconstruirse sin la participación de la sociedad civil. El panorama se complica si consideramos al conjunto de grupúsculos que también se autodefinen de izquierda como el Partido del Trabajo o el Movimiento Ciudadano y otras agrupaciones que nunca han enarbolado proyecto, ideología o estrategia alguna que les permita reivindicarse de izquierdas. Más bien, si algo las define genéticamente es su acentuado oportunismo. ¿Entonces, que pasa con nuestras izquierdas? ¿Dónde se encuentran y hacia dónde se dirigen?
Considerando solamente a sus dos expresiones más representativas se observa, de un lado, que la clase política que actualmente gobierna México se define de izquierda pero en los hechos sus políticas son abiertamente conservadoras: reducir el tamaño del Estado por la vía de una depuración salvaje de su plantilla laboral, revivir las políticas públicas y sociales que han reiteradamente demostrado su fracaso en otros tiempos y latitudes —acusadas además de ineficientes y de propiciar clientelismo electoral—, cancelar bajo criterios políticos proyectos de infraestructura necesarios en la inevitable mundialización de las sociedades, así como el acentuado culto a la personalidad mediante el abuso mediático o el apoyo a sistemas dictatoriales de otros países, han sido siempre estrategias que identifican a las derechas.
La otra izquierda se postula como heredera de una larga tradición de luchas libertarias que nació con el Partido Comunista Mexicano, continuó con el Partido Socialista Unificado de México y el Partido Mexicano Socialista, para dar vida al Partido de la Revolución Democrática, que está cumpliendo tres décadas de existencia, pero que se encuentra afectado como nunca por una grave crisis política e ideológica.
Esta tendencia quiso desarrollar una crítica reformadora de la sociedad, buscando erráticamente superar las deficiencias de nuestro sistema representativo. Significó un esfuerzo de integración normativa de una sociedad pluralista a través del establecimiento de nuevos derechos ciudadanos. Promotor de una vocación laica y socialdemócrata que aún sobrevive con muchas dificultades intentando construir una alternativa política opuesta al fanatismo, al sectarismo y al mesianismo.
La izquierda siempre se presentó como abanderada de la Razón Ilustrada y en su nombre enfrentó a las fuerzas conservadoras acusándolas de ser defensoras de la superstición y de lo más atrasado de la sociedad.
La izquierda se ha convertido en una posibilidad real de cambio. Sin embargo, navega sin timón en medio de una tempestad donde todo cambia de significado: las fuerzas que enarbolaban la bandera de la transformación aparecen ancladas al inmovilismo y sus privilegios, mientras que las posiciones defensoras del statu quo se presentan como expresión de la innovación. Esta anomalía modificó el principio ordenador del espacio político representado por la antítesis derecha-izquierda.
Se pensaba en una geometría política que partiendo del centro estaba formada por una izquierda y una derecha que coyunturalmente expresaban su influencia en la toma de decisiones.
Hoy nuestro espacio político se encuentra ocupado por distintas fuerzas que se proclaman de izquierda. Es decir, por agrupaciones que persiguen los mismos objetivos pero con estrategias muy diferentes: una a la ofensiva, populista, clientelar, incómoda con la democracia y plebiscitaria; la otra a la defensiva, sin producción intelectual, tecnocrática, elitista y sin capacidad para ser un contrapeso en la actual coyuntura política.
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