Los kurdos encabezaron el combate contra el grupo terrorista en Siria, la Casa Blanca contempla la retirada de su territorio, y los aliados de Estados Unidos encaran la amenaza letal de sus vecinos.
EMPEZABA EL MES DE FEBRERO, y el camino principal que cruzaba Hajin era un desastre de hormigón y varillas de metal. Los niños jugaban entre los escombros de estructuras arrasadas, rodeados de obuses que no habían detonado y surgían del suelo como margaritas.
Esa pequeña avanzada kurda del Valle del Éufrates, en el sur de Siria, se convirtió en uno de los últimos frentes en la guerra contra el agónico grupo militante Estado Islámico (ISIS). Respaldadas con municiones y aviones estadounidenses y franceses, las milicias kurdas lanzaron ataques incesantes contra los yihadistas, hasta que el autoproclamado califato quedó reducido a una franja de territorio. Y después, nada.
Pese a ello, conforme los civiles kurdos comenzaban a regresar de los campamentos para desplazados, imperaba la sensación de que la guerra no había terminado y que la paz distaba mucho de estar asegurada, porque el Estado Islámico no había caído. Se había transformado. En vez de un ejército de ocupación, empezaba a transformarse en una insurgencia apátrida que organizaba bombardeos suicidas, colocaba explosivos en los caminos e instalaba puntos de revisión para capturar civiles despistados y obligarlos a jurar lealtad.
Con todo, los kurdos estaban más preocupados por otro acontecimiento: la retirada estadounidense de Siria. En diciembre, el presidente Donald Trump declaró la derrota de ISIS y anunció su intención de retirar los cerca de 2,000 efectivos que, durante los últimos cuatro años, habían brindado entrenamiento, armas y apoyo a los kurdos que lideraban las Fuerzas Democráticas Sirias (en inglés, SDF). Esa sociedad no solo promovió la victoria militar, sino que dio una influencia política sin precedentes a los kurdos, una minoría históricamente marginada. Durante la sangrienta guerra civil de Siria, las SDF llegaron a controlar la cuarta parte del territorio nacional, y tomaron a su cargo la supervisión de la agricultura y los recursos energéticos.
Los líderes kurdos confiaban en que esa enaltecida condición —y la alianza con Estados Unidos— conduciría a un nuevo modelo de autogobierno en Siria, tal vez hasta la autonomía total de su pueblo. Pero ahora, con la inminente retirada estadounidense, esas ambiciones se han vuelto cenizas.
Los kurdos enfrentan amenazas existenciales en todos los frentes. Para Turquía, los kurdos —y las Unidades de Protección Popular (en kurdo, YPG), milicia afiliada con las SDF— son terroristas, por lo que respaldó una ofensiva de dos meses en la ciudad de Afrin para impedir que los kurdos se establecieran en el noroeste de Siria, cerca de la frontera turca. Por su parte, el presidente Bashar al Assad también está decidido a reducir el territorio kurdo, pues quiere recuperar los territorios que esa minoría asimilaba a la vez que expulsaba a ISIS de ciudad en ciudad. Pero la presencia de las fuerzas estadounidenses ha actuado como elemento disuasorio.
https://newsweekespanol.com/2019/03/fotos-ultimo-baluarte-estado-islamico/
En estos momentos, los kurdos enfrentan una disyuntiva muy simple: los estadounidenses se quedan para estabilizar la región, o se marchan dejando a los kurdos en la mira de sus vecinos. “No hay una tercera opción”, afirma el conductor Osama, quien pidió que no usara su apellido por temor a las represalias. “La Guerra de Siria es como la Tercera Guerra Mundial”.
La confusión política no es novedad para los kurdos. En buena medida, el Imperio Otomano los ignoró hasta que descubrieron petróleo en el norte de la moderna Irak, al oriente de la región siria de Rojava. Cuando terminó la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña tomó las riendas y dividió el territorio, despojando a los kurdos; y ese legado persiste en toda la región.
La tensión se ha acentuado más en Turquía, donde, desde la década de 1980, el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (en kurdo, PKK) ha lanzado una insurgencia por su autonomía. Igual que Turquía, desde hace tiempo que Estados Unidos y la Unión Europea consideran que PKK es una organización terrorista.
No obstante, las alianzas empezaron a borrarse cuando estalló la Primavera Árabe y se desató la guerra civil de Siria. Muy pronto, todos los bandos formaron un frente común contra ISIS, organización que aprovechó los disturbios y se apoderó de grandes extensiones de Irak y Siria, donde fundó un Estado independiente del tamaño de Gran Bretaña. YPG lideró el esfuerzo regional contra el Estado Islámico y, en 2014, Washington aprobó el proyecto de armar al grupo y apoyar su campaña militar con ataques aéreos. Poco después envió soldados con la función de brindar asesoramiento.
Con todo, la presencia estadounidense en Siria siempre ha sido opaca, tanto así que sus efectivos no lucen los distintivos militares de sus compañías (los comandantes estadounidenses rechazaron peticiones de entrevista). Esas fuerzas no fueron allá por mandato de Estados Unidos, y el Congreso jamás autorizó la ocupación. Aun así, los estadounidenses construyeron bases en el norte kurdo.
Para Washington, permanecer en Siria sería tan malo como una retirada. No solo están en juego las vidas de los soldados, sino que semejante compromiso se traduciría en desembolsos multimillonarios para un conflicto que no tiene un final previsible. Además, existe el peligro de que la situación cambie, como ocurrió en Afganistán, donde, durante casi 20 años, los militares estadounidenses han asesorado una misión de pacificación que, hasta hace muy poco, ha conducido a la promesa de conversaciones de paz. Por otra parte, la presencia militar estadounidense en un país que no la patrocina equivale a una política exterior muy parecida a la colonización.
Todo esto ha inflamado el deseo de “salir”, según la expresión de Trump. La decisión repentina de diciembre, cuando el presidente anunció su intención de una retirada inmediata, sorprendió a los kurdos tanto como a la Casa Blanca, ocasionando la renuncia del secretario de Defensa, James Mattis, así como la del enviado especial ante la coalición internacional que combate a ISIS. La respuesta internacional orilló a Trump a modificar su postura y, en febrero, ofreció un arreglo: una fuerza de “pacificación” con 400 soldados. La mitad de ellos contrarrestaría a Irán —que apoya al bando de Assad en la guerra civil—, y los demás respaldarían a los kurdos en una “zona de seguridad” de la frontera turca con Siria.
https://newsweekespanol.com/2019/03/altos-del-golan-tierra-disputan-siria-israel/
Algunos expertos opinan que la presencia de Estados Unidos es crítica, tanto para la coalición que dirigen los kurdos (la cual se ha incrementado a unos 60,000 efectivos gracias a los fondos estadounidenses) como para la estrategia antiterrorista de Washington.
En 2018, fuerzas turcas invadieron el territorio kurdo en el noroeste de Siria, e ISIS reapareció justo cuando las SDF repelían la agresión. Para entonces, incluso con el apoyo aéreo de Estados Unidos, la milicia se había dispersado demasiado.
“Si Estados Unidos desapareciera mañana, repentinamente, colapsaría la coalición de las Fuerzas Democráticas Sirias”, asegura Max Markusen, director asociado del Proyecto de Amenazas Transnacionales, en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington, D. C. “Lo primero que ocurriría sería una invasión turca”.
Otra amenaza es Hay’at Tahrir al-Sham, una filial de Al Qaeda que se ha expandido para abarcar hasta 5 por ciento del noroeste de Siria frente al territorio kurdo. Esas pequeñas áreas de insurgencia —semejantes a las de Afganistán, y a las de los afiliados de ISIS en África y Filipinas— podrían dar origen a nuevos conflictos. El otoño pasado, Jennifer Cafarella, directora de investigaciones y analista de Siria en la organización no lucrativa Instituto para el Estudio de la Guerra, describió el riesgo.
“La experiencia de la guerra siria será tan formativa para Al Qaeda como la yihad afgana”, presagió. “Siria es el próximo Afganistán”.
Por lo pronto, los kurdos están explorando todas sus opciones. En diciembre, sus representantes recurrieron a Assad con la esperanza de formar una alianza, la cual podría socavar y hasta anunciar el fin de la lucha por la autonomía kurda. De igual manera, han vuelto la mirada hacia Estados Unidos, país que ha enviado señales contradictorias en las últimas semanas.
A fines de marzo, The Wall Street Journal informó que los líderes militares estadounidenses estaban haciendo planes para mantener hasta mil soldados en Siria; esto, a resultas de prolongadas negociaciones y desacuerdos entre los líderes estadounidenses, europeos, turcos y kurdos en cuanto a la operación de una “zona de seguridad” en Siria. Sin embargo, pocas horas después de la publicación, el general Joseph Dunford, presidente del Estado Mayor Conjunto, afirmó que el informe era “fácticamente inexacto”.
https://newsweekespanol.com/2019/02/putin-rusia-quiebra-venezuela/
En su comunicado, Dunford precisó: “Seguimos implementando la indicación del presidente para reducir nuestras fuerzas a una presencia residual”.
La opinión pública respecto de Estados Unidos es ambigua. Algunas personas, como el agricultor de Hajin, Abdullah Salim (30 años), se sienten envalentonados por la protección que ofrecen las fuerzas kurdas, no obstante la ayuda de Estados Unidos. “Si ISIS regresa o si vienen los invasores turcos, las tribus del área los expulsarán”, asegura. “Y lo mismo haremos si nos ataca el régimen de Assad”.
En cambio, otros imaginan una existencia más frágil dependiente de las fuerzas estadounidenses. Durante la guerra civil, Warshin Sheko (27 años), comerciante de electrodomésticos en Manbij, huyó de Siria y vivió cuatro años en Turquía, pero volvió a casa en febrero pasado. Su ciudad se encuentra justo en la encrucijada del territorio del régimen, en el sur, y las zonas que controla Turquía, al oeste y al norte. Manbij también es la puerta de entrada a la región independiente de Rojava, donde se ha establecido la mayoría de los kurdos.
“Nuestros primos nos llamaban y decían que la situación era buena y estable. Aseguraban que nadie nos haría daño”, informa, mientras se calienta las manos en una estufa de gas de su negocio. “Pero cuando dijeron que los estadounidenses se marchaban, me entristecí mucho. He dicho a mis primos que ya veremos qué sucede. Por ahora, la situación es buena porque los estadounidenses están aquí. El área es estable, y mucha gente tiene buenos empleos”.
Khamis Mohammed (42 años), otro comerciante de Manbij, insiste en que los estadounidenses deben permanecer en Siria para proteger a los kurdos. “Turquía no podrá hacer nada mientras Estados Unidos esté aquí”, asegura.
En cambio, ISIS podría actuar. En marzo, mientras se libraban las últimas batallas territoriales, los líderes militares estadounidenses advirtieron que el grupo se transformaría cuando perdiera su último reducto en Siria.
“Lo que estamos presenciando no es la rendición de ISIS como organización, sino una acción deliberada para proteger a sus familias y preservar su capacidad”, explicó el general Joseph Votel, jefe del Comando Central, en una audiencia con los legisladores estadounidenses. “La población que ISIS está evacuando de los vestigios del califato es pertinaz, y se mantiene intacta y radicalizada”.
Pocos días antes de mi viaje a Siria, cuatro estadounidenses —dos soldados, un civil del Departamento de Defensa y un contratista— murieron en un ataque suicida frente a un restaurante de Manbij que frecuentaban los occidentales. El 16 de enero, otros 16 civiles perecieron en un ataque que ISIS se adjudicó, aun cuando el grupo no había estado presente en la ciudad desde hacía más de cuatro años.
En apenas una semana, limpiaron y reabrieron el restaurante. Abu Omar (de 30 años) presenció la escena desde un negocio vecino. “La bomba fue un acto terrorista, y perjudicó a los civiles y al medio ambiente más que a los estadounidenses, quienes han venido a defendernos y a luchar por nosotros”, comenta Omar. “Queremos una vida decente, donde las personas puedan vivir con dignidad. Queremos una vida tranquila, sin terroristas que maten a nuestros hijos”.
—
Kenneth R. Rosen recibió los premios Clarion, y Bayeux Calvados-Normandía para corresponsales de guerra y, debido a su trabajo en Irak, fue finalista por el Premio Livingston para reportajes internacionales.
—
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek