El gran reto, dice el dramaturgo argentino Manuel González Gil, es respetar la estética de la obra, pues esta es icónica y está en el subconsciente del público
Hace 47 años Los Drugos asaltaron las pantallas cinematográficas, impactaron a los espectadores con su filosofía de ultraviolencia, y un grupo de fanáticos se lanzó a las calles británicas para recrear sus fechorías. Stanley Kubrick no imaginó que el cuarteto de delincuentes que protagonizó su “naranja mecánica”, basada en la novela homónima de Anthony Burgess, lograría tal impacto. Cuentan que el realizador abogó porque la cinta fuera retirada de las salas tras recibir amenazas de muerte y que se convirtió en una obra clandestina en Inglaterra durante los siguientes siete años.
Corría 1971, la cinta se estrenó en Estados Unidos con clasificación X, y los jóvenes la recibieron con morbosa curiosidad mientras que en otras latitudes como Brasil y Argentina la prohibieron. El dramaturgo argentino Manuel González Gil recuerda: “Para mi generación fue muy fuerte, estábamos en plena dictadura y la prohibieron, debíamos cruzar a Montevideo para entrar en el cine”.
La historia gira en torno a Alex (Malcom McDowell), líder de una banda de maleantes y quien es sometido a un tratamiento psiquiátrico experimental, llamado Ludovico, para erradicar sus instintos violentos. Como resultado, el protagonista pasa de ser victimario a víctima de una sociedad que se ensaña en cobrarle venganza.
La propuesta de Kubrick robó los reflectores por la crudeza de la anécdota y por la iconografía atemporal en la que combina la influencia pop de los años 70 con una mirada futurista amenizada con la música de Beethoven y los acordes de Singin’ in the rain. El discurso, grotesco y altamente sexualizado, contrasta con el esteticismo del lenguaje audiovisual que generó elementos y figuras emblemáticas como el propio traje de Los Drugos. Con este telón de fondo, el director González Gil, responsable de montajes como Made in México y Extraños en un tren, comparte con Newsweek México los detalles de su propuesta escénica, que arranca el 6 de abril y a la que describe como una ópera teatral.
—¿Cómo se lee La naranja mecánica a 60 años de haber sido escrita?
—Tanto Burgess como Kubrick soñaron este material para un futuro. Hoy la violencia se ha recrudecido de una manera que ninguno pudo soñar. Los gobiernos se siguen planteando la inseguridad y violencia como temas fundamentales de las campañas políticas. La intromisión en la libertad de los seres humanos se sigue debatiendo.
—La esencia de la película era que, para erradicar la violencia, se debía recurrir absurdamente a Ludovico, un tratamiento excesivamente violento…
—Es la paradoja del bien que dice que para proponer hacer el bien hay que hacer un mal, lo cual nos lleva a un debate muy significativo entre la ciencia, la ética y la política; esa es la bisagra filosófica de la historia: ¿cuán ético es obligar a una persona a hacer cualquier cosa y en particular a ser buena? Es un llamado de alerta a la injerencia que el gobierno puede tener en la libertad individual de los ciudadanos.
—El reto más importante del montaje es lidiar con el precedente de Kubrick, ¿cómo conceptualizó el diseño de arte?
—Partí de la novela y de la obra de Burgess, la película la tenemos tatuada en la piel, tengo escenas y situaciones emblemáticas que están dedicadas a ella, como el bombín del protagonista o el vestuario. Debo respetar la estética porque es icónica y está en el subconsciente de la gente.
—La música es casi un personaje más de la cinta, ¿cómo la seleccionó?
—Es importantísima, es desencadenante de la dramaturgia, de las escenas, de las actuaciones, impregna toda la obra, es climática, incidental y protagonista. La conceptualicé con mi amigo Martín Bianchi, con quien colaboro desde hace 40 años. Cuando empezamos a trabajarla, desde la tercera escena descubrimos que se trataba de una ópera sin canciones.
—Vivimos el momento más violento en la historia del país, ¿le implicó un reto diferente este montaje al que estrenó en Argentina el pasado mes de enero?
—Me recuerda lo que pasó cuando hice Made in Lanus, se trataba de una conflictiva posible de los argentinos que querían salir a buscar suerte fuera del país y la meta era Estados Unidos. Esa realidad para Argentina era una opción, pero para México es un espejismo. Siento que por eso Made in México lleva seis años en cartelera, porque toca una llaga abierta. Nosotros tuvimos 30,000 desaparecidos durante la dictadura, actualmente en México suman 40,000, creo que la violencia aquí va a calar mucho más profundo.
—Los feminicidios y la violencia de género hacen que duela ver la escena de la violación…
—Para mí esa escena es maravillosa, porque Alex está leyendo un pasaje de la novela de La naranja mecánica que subraya la importancia de defender la libertad individual. Alex dice: “Eso, seamos libres”. Y acto seguido golpean al escritor y violan a su mujer. El escritor escribe una cosa, el asesino interpreta y ejecuta otra. El escritor da su vida para que esa libertad sea llevada a la sociedad a pesar del costo que implica. El asesino lo entiendo como una libertad a su favor, ese es el dilema social. En el caso de la violencia de género necesitamos cambiar la pauta cultural en la que el hombre cree que la mujer es de su propiedad y por eso la mata. ¡Estamos locos! También hay responsabilidad en las madres que generan este tipo de educación.
—Las nuevas generaciones están muy desesperanzadas, ¿qué opciones les queda frente a la realidad que estamos viviendo?
—Encontrar su vocación, descubrir para qué están aquí y respetar esa voz interior. Si La naranja mecánica tiene un mensaje es el respeto a la libertad. Tengo tres hijos, ya no les doy consejos, lo único que quiero es que quieran, que se mantengan inquietos y peleen por sus sueños.
LA VOZ DE LOS PROTAGONISTAS
Florencia Blov, quien interpreta a la mujer violada, la madre de Alex y una señora asesinada, y Leo Deluglio, encargado de dar vida a Alex, compartieron sus experiencias sobre esta puesta en escena anacrónica, montada principalmente sobre andamios y módulos móviles ideados en colores cobrizos y metálicos, como si se tratara de una gran bodega mutante que, al mismo tiempo, puede convertirse en calle, casa, auto, confesionario o laboratorio. Las funciones serán de jueves a domingo en el Teatro Sogem Wilberto Cantón.
—¿Qué dificultad te implicó el montaje musical, Florencia?
—Más allá de las voces hay coros, tengo la posibilidad de interpretar la Cuarta Sinfonía de Beethoven “reversionada”, no es purista, ni elitista, es Beethoven en su mejor versión.
—¿Cómo te impactó la violencia de género que vivimos para la creación de tu personaje?
—Es una situación muy preocupante, los feminicidios suceden cada minuto, la obra no solo habla de la ultraviolencia, sino de lo mal que estamos como sociedad, de la violencia que debemos erradicar para que las portadas de los diarios no tengan mujeres afectadas, violadas o muertas. Justo ahora que la mujer está en un momento de ascenso y empoderamiento tenemos que seguir alzando la voz porque necesitamos un cambio paradigmático.
—Leo, ¿qué te significó interpretar al icono (Alex) del icono (Kubrick)?
—Es un personaje que sé que, cuando esté viejito, podré contarle a mis hijos y nietos que alguna vez lo interpreté, porque estoy seguro de que La naranja mecánica seguirá siendo extremadamente actual y de culto. No todos los días puedes interpretar a uno de los grandes villanos del cine, uno que todos ubican, es el sueño de todo actor ponerse en la piel de esa exigencia.
—¿Qué le aportó a tu personaje el contexto de violencia en el que vivimos?
—Es un tema delicado y me ha sumado mucho compromiso a la hora de subir al escenario porque hay gente que va a venir a vernos y puede estar pasando por experiencias personales delicadas. El montaje es violento para que la gente entienda al texto y a los personajes. No esperamos que sea agradable porque no puedes hablar de violaciones, feminicidios, actos de violencia, violencia de género a medias tintas, pero hay que hacerlo con respeto y sinceridad.