Ciertos bichos viscosos o pululantes suelen generar reacciones viscerales de asco. ¿Pero acaso un gusano merece menos protección que un panda de ojos tristones? La imagen de los animales no es neutral en el interés que generan.
El tamaño, su rareza, su parecido con el ser humano, una forma extraña, su inteligencia, el comportamiento o el peligro en el que se encuentran son algunos de los múltiples factores que influyen en la reacción de un ser humano ante un animal.
“Pero uno de los más importantes es si es lindo. Características físicas como los ojos grandes o los rasgos dulces despiertan nuestros instintos parentales porque nos recuerdan a un bebé humano”, explica Hal Herzog, profesor de psicología en la universidad estadounidense West Carolina.
Este especialista en relaciones entre el hombre y los animales pone como ejemplo la comparación entre un panda, con su máscara negra alrededor de los ojos, y otra especie asiática que corre aún más peligro, la salamandra china gigante. “Esta parece una gran bolsa de 65 kilos de baba marrón con unos pequeños ojos penetrantes”.
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Las lombrices, sin ojos ni piernas, “parecen más una vida extraterrestre primitiva que un animal con el que pueda identificarse un humano”, añade.
Sin embargo, son fundamentales para la vida del suelo, aunque al igual que gusanos, ratas y serpientes suelan inspirar asco. Un sentimiento “transmitido probablemente social o culturalmente en el seno de las familias”, señala Graham Davey especialista en fobias de la Universidad de Sussex.
Algunos se parecen “a cosas primarias repugnantes como los mocos o la materia fecal” y otros están vinculados con la trasmisión –real o imaginada– de enfermedades.
Hay muchos más riesgos de padecer una enfermedad que de que te atrape un animal salvaje, lo que explica que no se sienta rechazo por los leones o los osos, unos grandes predadores, pero también mamíferos cubiertos de pelo que muchos usan como peluches.
De manera general, la gente tiene menos tendencia a preocuparse de aquello que puede “plantearles un problema”, señala Jean-François Silvain, presidente de la Fundación Francesa para la Investigación sobre Biodiversidad.
Así “una cucaracha tiene una esperanza de vida muy corta si no está escondida en el fondo de un armario”, comenta el entomólogo. Celebra no obstante la “toma de conciencia” impulsada por los recientes estudios que muestran una caída sin precedentes de las poblaciones de insectos en el mundo, especies fundamentales para los ecosistemas y las economías.
“Chorreando baba”
Pero la imagen de un animal también puede verse influida por la cultura popular, sobre todo por el cine.
Mientras que “Liberen a Willy” creó una ola de simpatía por la protección de las orcas, “Aracnofobia” no ayudó a las arañas, ni “Mandíbulas” (“Tiburón” en España) a los escualos.
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Pero según Graham Davey, “Alien” hizo aún más daño. Es verdad que no era un animal. Pero “ver las fauces de un extraterreste chorreando baba en una película” hace que la gente sea “más sensible a las cosas desagradables”.
Y el gran público no es el único que se ve afectado: un estudio de Scientific Reports mostró en 2017 una correlación entre las preferencias sociales y las especies más estudiadas por los científicos.
“Quizás porque es más fácil obtener dinero” para estos trabajos, apunta uno de los autores, Frédéric Legendre, investigador en el Museo Nacional de Historia Natural de Francia.
También es más fácil recaudar fondos, asegura Christo Fabricius, de la oenegé WWF, que usa desde hace medio siglo un panda para su logo. “Los reptiles, por ejemplo, no venden mucho”, comenta.
Aunque a algunos pueda molestarles que el dinero y la atención se centre en los pandas y otros carismáticos mamíferos, favorecerlos no es absurdo.
“Cuando se protege a las especies emblemáticas, se protege su hábitat y, por tanto, los organismos que se encuentran en ellos y se benefician”, destaca Frédéric Legendre.
Pero ser un elefante o un tigre tampoco es una garantía de supervivencia.
Según un estudio publicado en abril en PLOS Biology, la presencia “virtual” masiva de estas carismáticas especies en nuestras pantallas, en los libros infantiles, en las camisetas o las cajas de cereales hacen creer a la población que están igualmente extendidos en la naturaleza.
Pero la mayoría están en peligro. Y cuanto más raras son “más aumenta su valor para la medicina tradicional, para la caza de trofeos y por tanto son más cazadas, como ocurre con el rinoceronte”, comenta el autor principal, Franck Courchamp, del CNRS.
Así que ya sean feos o bellos, conocidos o no, para evitar que ningún bicho quede de lado solo hay una solución, según los científicos: protegerlos a todos.