Por más extraño que parezca, la historia nos indica que en los albores de su producción, casi un tercio de todos los automóviles que circulaban por las calles estadounidenses basaba su desplazamiento en la electricidad. Esta tendencia fue interrumpida en 1908 con la fabricación en masa del famoso Ford Modelo T y la subsecuente popularidad de los motores impulsados por combustibles fósiles.
Si el binomio gasolina-automóvil fue como un matrimonio estable y exitoso durante más de un siglo, ¿por qué ahora la presencia de los vehículos eléctricos (EVs, por sus siglas en inglés) amenaza con romper este romance?
En nuestra experiencia, la fluctuación constante en los precios de los productos derivados del petróleo ha llevado a los gobiernos de todo el mundo a mirar con buenos ojos una migración hacia los EVs; aunado a ello, se observa cada vez un mayor interés en cuidar el medio ambiente, tanto por parte de consumidores como de corporativos y gobiernos.
China, considerado como el líder global en la venta de este tipo de vehículos (ya que es responsable de la mitad de los 1.1 millones de unidades vendidas en 2017), ofrece subsidios a los compradores de EVs y, al mismo tiempo, obliga a las compañías automotrices a acumular créditos con cada una de esas ventas que luego pueden transferirse o intercambiarse.
Por su parte, India ha establecido la meta de que la adquisición de EVs represente el 30 por ciento de todas las ventas de sus vehículos nuevos para el año 2030, como un modo de aminorar la gran dependencia que posee ante el crudo importado.
En Europa, muchos países han creado impuestos adicionales para los automóviles diésel (incluso algunas ciudades ya prohíben su circulación). Como resultado, la proporción de vehículos a gasolina en la Unión Europea ha decrecido, representando para el 2017 tan solo el 45 por ciento del total de automóviles en activo.
La fiebre de los EVs aún no se establece del todo en Estados Unidos, principalmente porque el precio de la gasolina es significativamente más bajo que en otros mercados del mundo. Además, aunque la tecnología de los vehículos eléctricos mejora rápidamente, aún existe entre los conductores norteamericanos la percepción de su limitado rango de manejo y el prolongado tiempo de carga: ciertamente, recargar un EV toma mucho más tiempo que una parada habitual en una gasolinera.
Sin embargo, en un mundo donde la conciencia ecológica, las políticas gubernamentales de apoyo y los estándares de emisiones cada vez más estrictos están a la orden del día, la venta de automóviles eléctricos e híbridos se incrementa a pasos agigantados. La International Energy Agency estima que este mercado tendrá un crecimiento anual de 33 por ciento, lo que significa que para el año 2030 estarán circulando por las calles de todo el planeta casi 125 millones de EVs.
En otras palabras, ya se encuentra listo el escenario para una transformación que cambiará a nuestro mundo tal y como lo conocemos ahora. Pero aún faltan muchos obstáculos por sortear: los precios elevados por unidad y la falta de infraestructuras para cargas eléctricas son solo algunos de ellos, en lo concerniente a la percepción de los consumidores. En realidad, una electrificación a nivel global puede afectar a toda la cadena de valor automotriz.
Es conveniente, e incluso necesario, que los fabricantes de automóviles empiecen a considerar alianzas estratégicas que les permitan tener acceso a las últimas innovaciones en este rubro. Por su parte, los proveedores de componentes tradicionales deben modificar sus estrategias para que puedan ser incluidos en el nuevo panorama y aprovechar este cambio a largo plazo.
Después de todo, los EV son más que una realidad. Son, de hecho, el futuro del automóvil.
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La autora es Managing Director de SAP en Consultoría, Deloitte México.