Aunque Trump abandonó el acuerdo nuclear con Irán e impuso las sanciones energéticas más altas de la historia, ese aislamiento pudo haber fortalecido a Teherán.
El yacimiento Pars del Sur es el tipo de hallazgo con que sueña la mayoría de los petroleros. Descubierto frente a la costa del golfo Pérsico, bajo la frontera marítima entre Irán y Qatar, este yacimiento está considerado el campo de gas natural más grande del mundo. Durante muchos años, las sanciones económicas estadounidenses impidieron que las compañías energéticas occidentales pudieran aprovecharlo, mas el tesoro se volvió accesible cuando Estados Unidos y otras potencias mundiales negociaron el tratado nuclear de 2015. Poco después, el gigante francés Total firmó un convenio para colaborar en el desarrollo de una sección clave del yacimiento, donde empezaron a trabajar el año pasado.
Pero entonces, Donald Trump resultó electo. Su gobierno se retiró del tratado y, a fines de noviembre, ordenó duras sanciones económicas. Otra vez.
Ante la amenaza de “sanciones secundarias” -multas que Washington impondría a las empresas extranjeras que hicieran negocios con Irán-, Total se retiró de Pars del Sur pensando, como muchos europeos, que el acceso al mercado estadounidense era más importante que cualquier acuerdo con Irán. No obstante, la salida de Total despejó el camino para China National Petroleum Corp., una paraestatal gigantesca con sede en Beijing. “Fue un regalo para China y una lesión auto-infligida para Occidente”, comentó un antiguo asesor de Total, no autorizado para hacer declaraciones públicas.
Al abandonar el acuerdo con Irán, Trump adoptó una política muy clara: acrecentar el sufrimiento económico del régimen para obligarlo a renegociar un tratado más satisfactorio. Los críticos del acuerdo original (varios de ellos, funcionarios clave de la presidencia Trump) argumentan que esa estrategia rindió frutos durante el mandato de Obama… hasta que Teherán recobró su fuerza. Pero ahora juran que eso no se repetirá.
La retirada de Total y la intervención china en Pars del Sur demuestran que no será fácil doblegar a Irán. Siguen deteriorándose las relaciones estadounidenses con Teherán, Beijing y Moscú, mientras que esos gobiernos se han unido para frustrar las sanciones de Washington, las cuales -en su opinión y pese a las negativas de Trump- fueron ideadas para cambiar al régimen iraní. El acercamiento económico de Irán, China y Rusia es la señal más reciente y evidente de que Estados Unidos se ha enzarzado en una Guerra Fría de facto con las tres naciones.
El mismo Mike Pompeo lo sugirió en el discurso que pronunciara a principios de mes en Bruselas. El secretario de Estado de Trump señaló que el objetivo de la política exterior de Estados Unidos es construir un “nuevo orden liberal”, el cual contempla “abandonar legalmente o renegociar tratados obsoletos o dañinos, así como acuerdos comerciales y demás convenios internacionales que no atiendan a nuestros intereses soberanos o los de nuestros aliados”. Los asesores de Trump afirman que el primer paso de la nueva política es el tratado con Irán.
Aun así, la Guerra Fría 2.0 es muy distinta del enfrentamiento entre Washington y la Unión Soviética. A diferencia de la debilitada economía estatal que desempeñó un papel fundamental en el colapso soviético, la economía de China es la segunda más grande del mundo, y el país tiene una capacidad industrial de clase mundial en áreas que abarcan desde tecnología y fabricación hasta petróleo y gas. Hoy día, infinidad de exportadores chinos medianos comercializan sus bienes en cada rincón de Irán, y las sanciones secundarias nada significan para ellos, pues no hacen negocios con Estados Unidos.
Por otra parte, Rusia pretende incrementar su inversión en Irán. Ha prometido 50 mil millones de dólares solo para el sector de crudo y gas, con fondos adicionales para que Teherán actualice su ruinoso tendido eléctrico y demás infraestructura. Y las compañías rusas tampoco “tienen qué perder”, asegura Igor Delanoe, analista del Observatorio franco-ruso, un comité moscovita de expertos.
Después de años de operar bajo las sanciones económicas occidentales, Irán ha aprendido a burlarlas. En noviembre, a escasas dos semanas de que entraran en vigor las nuevas sanciones de Trump, Iran Energy Exchange pactó dos acuerdos petroleros de gran escala, cada cual por más de 700,000 barriles de crudo. Además, la corporación ha desarrollado un sistema que mantiene el anonimato de los clientes que adquieren petróleo iraní. “Sus ventas han sido una victoria, [pues Irán] brinda un medio para que los burladores de sanciones eviten las restricciones de Estados Unidos”, afirma Saeed Ghasseminejad, asesor de Irán en la Fundación para la Defensa de la Democracia, grupo estadounidense de expertos que apoya sanciones más estrictas para Teherán.
La propia presidencia es parcialmente responsable de que el esquema de sanciones no sea tan eficaz como Trump desea. Según diversas fuentes, después de “un debate intenso”, Trump otorgó exenciones a ocho naciones, no todas aliadas de Estados Unidos. Entre ellas: Turquía (que, en octubre, cedió a las presiones de Trump liberando al pastor evangélico estadounidense, Andrew Brunson), Corea del Sur, Japón e India; todos ellos, grandes compradores de petróleo iraní. Tras una dura discusión, Trump también dio la exención a China, con la intención de que la medida mejorara la disposición de Beijing para pactar un acuerdo comercial más amplio.
Pompeo y el asesor de seguridad nacional, John Bolton, encabezan a los antagonistas de Irán en la presidencia, y ese grupo teme que la exención para que algunos bancos iraníes hagan transferencias electrónicas internacionales pueda exponer una debilidad adicional. Se supone que la exención solo aplica a las transacciones “humanitarias”, pero ya antes Irán ha aprovechado otras exenciones para lanzar estrategias masivas contra las sanciones.
No hay duda de que las nuevas penalizaciones han tenido cierto impacto: están disminuyendo las reservas iraníes de divisas extranjeras, y también su acceso al efectivo. Sin embargo, el rial está apreciándose respecto del dólar y, de hecho, el mercado de valores de Irán está al alza. Pese a las intenciones de la presidencia Trump, sus esfuerzos “no han bastado para cambiar el comportamiento del régimen iraní”, señala Ghasseminejad. Y, aunque no lo dicen en público, lo mismo opinan los opositores gubernamentales de Irán, quienes ya están estudiando otras sanciones y reforzando el cumplimiento de las vigentes.
En noviembre, Bolton declaró que la exención de las sanciones petroleras era “temporal” y que esperaba que aliados como Japón y Corea del Sur tomaran disposiciones para obtener crudo de otras fuentes. “Se dice fácil”, comenta un ejecutivo de una empresa comercial japonesa, señalando que ya existen contratos y que Japón no tiene claro a quién recurrir para sus suministros. Además, hace poco Rusia y Arabia Saudita pactaron un recorte en la producción, el cual podría elevar los precios del crudo.
Entre tanto, diplomáticos de Estados Unidos, Europa y Asia oriental afirman que China y Rusia seguirán invirtiendo en Irán. Sin importar lo que diga Estados Unidos.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek