Un paradisiaco hotel se ubica justo en medio del infierno sobre la tierra: el control estatal de China sobre el Tíbet.
Después de su estancia en Lhasa, la ancestral capital del Tíbet, en un lujoso hotel de cinco estrellas una persona anónima dejó el siguiente comentario a modo de reseña: “El Hotel Intercontinental es increíblemente lujoso, pero escalofriantemente silencioso”. El huésped del hotel, el cual tiene presencia global y que fue inaugurado en el centro cultural e histórico del Tíbet por una compañía inglesa en 2014, quizás haya percibido, pero no podría haber sabido, la estremecedora realidad: que el edificio vecino es el más infame centro de detención en Lhasa y tiene la reputación de ser el lugar donde se torturan brutalmente a monjas, monjes y laicos tibetanos. Es concebible que los turistas incluso puedan atisbar a los prisioneros desde las ventanas de sus habitaciones del Hotel Intercontinental Paradise de Lhasa, cuyos edificios tipo pirámide emulan cúspides nevadas.
El contraste de un edificio para prisioneros, creado por el Estado chino, coronado con torres de vigilancia y con alambre de púas, frente a un lujoso hotel de marca, es una vívida ilustración del desarrollo sin precedentes que se da en el Tíbet de hoy, con la coexistencia del turismo en masa chino y con una seguridad de Estado que involucra una total vigilancia y monitoreo electrónico. Mientras los turistas chinos son libres de ir y venir a la meseta tibetana, usualmente escoltados por grupos de guías entrenados, los tibetanos están “encerrados” y enfrentan una opresión sin parangón.
El sitio oficial de internet del Hotel Intercontinental de Lhasa —abierto a operaciones desde el año 2014, y el cual es uno de varias cadenas globales de hoteles en la ciudad, incluyendo el Starwood St. Regis y el “Four Points” by Sheraton— expone: “Intercontinental Lhasa Paradise no solo ofrece tranquilidad, lujo y cocina de clase mundial, sino también cálidas sonrisas que hacen del viajar a Lhasa un escape necesario”.
Gutsa, el Centro de Detención del Buró de Seguridad Pública, está junto al hotel donde los turistas reciben las amables sonrisas; es el lugar donde los tibetanos son encarcelados por participar en protestas pacíficas; o por involucrarse en celebraciones tales como el cumpleaños del dalái lama; además de ser detenidos, son interrogados y torturados. Los reportes de antiguos presos del centro relatan golpizas, ataques con perros azuzados y el uso de choques eléctricos en prisioneros que se encuentran desnudos y colgados en el techo.
Una monja tibetana detenida en Gutsa, por el motivo de celebrar un premio que había recibido el dalái lama, rememora: “Una tortura especialmente dolorosa consistía en poner un cable en un dedo de cada mano, mientras me encontraba sentada en una silla; y conectaban los cables a un aparato eléctrico. Cuando la manija del aparato iba completando un círculo completo, yo sentía cómo cada una de las partes de mi cuerpo estaba siendo atravesada por una poderosa corriente eléctrica. La intensidad de la corriente me arrojaba a través de la habitación; lo cual invariablemente me dejaba inconsciente. Sin embargo, los que me interrogaban intentaban reanimarme con cachetadas y arrojándome baldes de agua helada. Muy seguido, los cables se reventaban y tenían que reconectarlos. Las personas sometidas a este método de tortura muy seguido eran llevadas directamente al hospital”.
El que alguna vez fue el centro del budismo tibetano, una ciudad objeto de peregrinajes y el núcleo cosmopolita de la civilización tibetana y de su lenguaje y cultura, Lhasa al día de hoy ha sufrido una dramática remodelación, como un eje urbano de hipervigilancia y seguridad estatal. Imágenes de Lhasa obtenidas recientemente vía satélite muestran que Gutsa y otras prisiones clave han sido modernizadas y ampliadas; tal y como la violencia y la opresión se han intensificado en el Tíbet, después de la ola de protestas pacíficas que inundó a la cordillera en 2008.
Algunos tibetanos no sobreviven al encarcelamiento. Ngawang Jamphel, un monje y uno de los eruditos de más alto rango de su monasterio, quien enseñó budismo a la gente local, visitaba Lhasa cuando “desapareció”, el 23 de noviembre de 2013. El monasterio al que pertenecía fue cateado por la policía; y algunos monjes estaban bajo sospecha de ser leales al líder religioso, el dalái lama, y de resistir al mandato chino. Un mes después, Ngawang Jamphel, quien se encontraba sano y en excelente condición física, estaba muerto, aparentemente golpeado hasta morir, durante su tiempo de custodia.
Tenzin Choedak, quien tenía la edad de 33 años, trabajaba para una ONG. Murió el 19 de marzo de 2014, cuando cumplía apenas el sexto año de su condena de 15 años de prisión, después de una severa sesión de tortura dentro de la prisión de Qunshui, localizada a las afueras de Lhasa. Tenzin jamás se recuperó por completo de las heridas que sufrió mientras se encontraba en custodia policial, después de su arresto bajo sospecha de haber participado en las manifestaciones de marzo del 2008, las cuales protestaban en contra del mandato chino en Lhasa. Un testigo tibetano que vio que lo llevaban al hospital, justo antes de su muerte, relata que lo llevaban fuertemente esposado de pies y manos y que su apariencia física era irreconocible; y que además se encontraba vomitando sangre y había sufrido una lesión cerebral.
Al mismo tiempo que el gobierno chino usa la mercadotecnia para posicionar al Tíbet como un Shambala ubicado en las nubes, tanto a turistas chinos e internacionales, ha desarrollado un temible sistema de coerción y opresión sin precedentes que integra vigilancia de alta tecnología y métodos policiales, que han incrementado la labor a ras de suelo para controlar cada aspecto de la vida de los tibetanos y de todas sus relaciones. En Lhasa y más allá existen enormes proyectos de infraestructura, los cuales incluyen la construcción de carreteras que puedan ser usadas como pistas para aviones militares.
El gobierno chino busca esconder la existencia de las extensas instalaciones presidiarias en las ciudades, en una iniciativa para aumentar el atractivo de los turistas al Tíbet.
China también quiere esconder la evidencia de la destrucción del tejido del antiguo Tíbet. En un acto de mofa hacía el espíritu de la restauración y conservación, unos cuantos edificios sobrevivientes de las purgas comunistas están siendo demolidos y “reconstruidos” como simulaciones —caracterizados por China como “réplicas originales”—, lo cual es emblemático de la comercialización de la cultura tibetana.
Tal y como a los oficiales de la ONU y a gobiernos extranjeros se les prohíbe el acceso al Tíbet para investigar las condiciones de los prisioneros políticos, incluso las organizaciones de preservación de patrimonio cultural, como la Unesco se les impide la entrada para evaluar el estado de preservación de los baluartes.
Una iniciativa de ley recién presentada ante el Congreso de Estados Unidos, la cual ha sido aprobada por la Casa de Representantes, el Acta de Acceso Recíproco al Tíbet, busca desafiar la impunidad de China y así permitir el acceso de las delegaciones. El concepto de reciprocidad está siendo citada por gobiernos internacionales como una herramienta para contrarrestar las operaciones de influencia unilaterales de China y buscar su cooperación y cumplimiento de estándares internacionales y obligaciones mutuas de largo plazo.
El Acta de Acceso Recíproco al Tíbet promovería la libertad de movimiento y un Tíbet abierto y accesible para los estadounidenses y para los mismos tibetanos. Le negaría la entrada a Estados Unidos a oficiales chinos que impiden que diplomáticos, periodistas y ciudadanos estadounidenses ingresen en el Tíbet; y busca resaltar las violaciones a los derechos humanos contra el pueblo tibetano; y también intenta enfrentar las injustas relaciones que tiene China con Estados Unidos y otros países democráticos.
Aquellos que se preocupan por mantener la opresión en el Tíbet están expectantes ante la aprobación del Acta, ya que provee un modelo para otros gobiernos para desafiar a China y para buscar justicia para el Tíbet. El hotel Intercontinental también debería tomar nota; y no simplemente mirar al otro lado ante lo que ocurre en su patio trasero, en Lhasa.
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El autor es presidente de la Campaña Internacional por Tíbet