El discurso de Trump ante Naciones Unidas hizo reír a los representantes mundiales, pero las implicaciones para los derechos humanos son mortalmente serias.
La segunda visita del presidente estadounidense Donald Trump a Naciones Unidas en septiembre comenzó con una risa a sus costillas, y terminó con llanto, al menos en mi experiencia.
Trump inició su discurso ante los líderes mundiales de la misma manera en que inician muchos de sus mítines: elogiando a su gobierno por lograr “más que casi cualquier otro gobierno en la historia de [Estados Unidos]”. La evidente absurdidad de este pavoneo hizo que los representantes ante Naciones Unidas, que normalmente se comportan con seriedad, rieran con incredulidad.
Tras haber comenzado con una nota de humor involuntario, el presidente utilizó el resto de su discurso para atacar muchas de las normas e instituciones que Estados Unidos ayudó a establecer para garantizar la paz y la seguridad internacional después de la Segunda Guerra Mundial. Enfrentando una visión simplista de la soberanía nacional contra lo que denominó “globalismo”, Trump anunció orgullosamente que Estados Unidos ya no se dedicaría a liderar a las naciones para hallar soluciones a los problemas más difíciles del mundo.
Trump dijo a los líderes que el respeto de la soberanía significa que “Estados Unidos no les dirá a usted es como vivir, cómo trabajar o como rendir culto”. También significa que Estados Unidos, por lo que resta de su gobierno, no participará en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas ni en la Corte Penal Internacional. Casi se pudo escuchar un suspiro de alivio del tirano sirio Bashar al-Assad y de los oficiales birmanos responsables del asesinato y violación en masa de la población Rohingya. No importa que ninguna de esas entidades amenace los intereses de Estados Unidos, ni que en muchos casos, funcionen para beneficio de ese país. Por ahora, instituciones como el Consejo de Derechos Humanos reflejará la voluntad de Beijing y Riad.
La revisión de Trump de los puntos delicados del mundo invariablemente violó su dogma de la soberanía. Llenó de elogios a Arabia Saudí y a los Emiratos Árabes Unidos por sus acciones en Yemen, pasando por alto que, con el apoyo de Estados Unidos, la campaña de bombardeo emprendida por esos gobiernos ha contribuido a lo que Naciones Unidas denomina la peor crisis humanitaria del mundo. Y, quizás de manera nada sorprendente, sus afirmaciones omitieron casi cualquier referencia a Rusia, a pesar de los bien documentados esfuerzos de ese país para alterar el resultado de la elección presidencial de Estados Unidos en 2016.

Incluso al elegir a los países dignos de alabanzas, Trump señaló valores contrarios a los ideales estadounidenses. Su celebración de la decisión de Jordania de alojar a más de un millón de refugiados sirios parecía diseñada para desviar la atención de la política históricamente poco caritativa de su gobierno de prohibir la entrada a Estados Unidos a las personas que huyen de la guerra. Su elogio de las reformas realizadas por el joven príncipe heredero de Arabia Saudí omitieron las severas medidas represivas contra los activistas de derechos humanos en lo que sigue siendo una monarquía democrática absoluta. Su señalamiento de Polonia e Israel como democracias prósperas dejó perplejas a muchas personas, dadas las recientes luchas de sus países con la gobernanza democrática.
Mientras Trump y otros líderes internacionales discutían, varios activistas se reunían en los pasillos de Naciones Unidas, esperando llamar la atención hacia el sufrimiento de los marginados. Human Rights First, la organización que ayudo a dirigir, contribuyó a armar un panel centrado en los casi 60,000 hombres, mujeres y niños que, según se cree, están detenidos en Egipto como prisioneros políticos. En el evento se reunieron dos estadounidenses de origen egipcio que alguna vez sufrieron abusos en prisiones egipcias con las familias de dos hombres que actualmente están detenidos en ese país. Liuba Yepes, esposa del estadounidense Khaled Hassan, contuvo el llanto mientras describía la brutal tortura a la que fue sometido su esposo.
Un día antes, Trump se reunió con el presidente egipcio Abdel Fattah el-Sissi, cuyo gobierno ha estado marcado por abusos a los derechos humanos. En el relato oficial de la reunión no se observaron indicios de que Trump hubiera mencionado el caso de Hassan ni ningún otro tema en relación con el registro de derechos humanos de Egipto. El mes pasado, el Secretario de Estado de Estados Unidos Mike Pompeo dio marcha atrás a la decisión tomada por su predecesor Rex Tillerson de limitar la ayuda militar que Estados Unidos le proporciona a Egipto hasta que el gobierno de ese país realice avances en el área de derechos humanos. Bañada en llanto, Yepes expresó su frustración de que Estados Unidos parece haber abandonado lo que alguna vez lo hacía un país grande y bueno.
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Rob Berschinski es vicepresidente de alto nivel de política en Human Rights First y antiguo viceasistente del Secretario de Estado.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation whit Newsweek