El presidente estadounidense ha asumido una sólida posición para obtener un buen acuerdo comercial con China. Ahora debe aprovecharla.
Supuestamente, China tenía la fuerza política y el peso económico suficiente para ganar una guerra comercial con Estados Unidos. Sin embargo, el desafío del presidente estadounidense Donald Trump a esta creencia generalizada revela una sorprendente vulnerabilidad en la economía y en la política de China.
El crecimiento económico de China ha dependido de la voluntad de los líderes mundiales de ignorar (y, cuando es necesario, explicar), sus aspectos más desagradables, principalmente, el robo de la propiedad intelectual, los subsidios estatales a los negocios y las barreras a los competidores extranjeros. Trump no ha mostrado esa disposición. Ha convertido a los aranceles para combatir los abusos comerciales de China en un elemento central de su discurso político dirigido a los votantes de clase media, apostando a que los líderes políticos de China y la economía de ese país son más vulnerables a la presión de lo que pronostican los expertos. Y hay cada vez más pruebas de que tiene razón.
La ventaja clave de China en una guerra comercial nunca sería de tipo económico, debido a que ese país no realiza suficientes importaciones de Estados Unidos para estar a la par en una guerra de aranceles. Sin embargo, se suponía que esto no debía importar. Aun si China no podía ganar una batalla de aranceles, el presidente Xi Jinping tendría una ventaja política debido a que no tiene que explicar a los votantes por qué inició una guerra comercial económicamente dolorosa.
En otras palabras, se suponía que la democracia sería la mayor debilidad de Estados Unidos en una guerra comercial. Pero esta historia no ha resultado así.
Ahora que la economía de China da muestras de sentir la presión de los aranceles impuestos por Estados Unidos y que la economía de este último país está en auge, Xi se encuentra en una posición sorprendentemente débil. Resulta ser que las críticas que se expresan a viva voz en una democracia no están ausentes en un régimen comunista, sino que se manifiestan de forma distinta. Como ha informado el diario The New York Times, han surgido voces disidentes en lugares sorprendentes, desde los estudiosos de Derecho en las universidades chinas hasta los investigadores del Banco Central de China. Y donde las voces son sofocadas, el dinero habla. La cada vez más débil moneda china, cuyo valor ha caído de manera importante desde que escalaron las tensiones comerciales en abril, podría marcar el inicio de una mayor fuga de capitales de China.
Es casi seguro que ese capital llegue hasta Estados Unidos, donde los recortes fiscales, las crecientes tasas de interés, un crecimiento económico más fuerte y un alivio regulatorio han creado un refugio atractivo y seguro para los inversionistas. Mientras que la insatisfacción en China, debido a la estrategia económica de Xi, ha logrado evadir a los censores y salir al espacio público, los titulares de los periódicos de Estados Unidos están llenos de señales de optimismo con respecto a la economía. El mercado de valores ha retomado su marcha hacia números récord y la confianza de las pequeñas empresas ronda los niveles más altos de la historia.
“[Trump] tuvo razón al apostar que las reformas económicas a favor del crecimiento pondrían a Estados Unidos en una sólida posición para negociar con China. Ha logrado la oportunidad que quería, ahora, necesita cerrar el acuerdo.
La buena noticia es que mucho de lo que Estados Unidos desea obtener de China en el ámbito comercial es también lo que ese país necesita fortalecer: derechos de propiedad más seguros, menor participación del Estado y más apertura a la inversión extranjera. Ese es el tipo de políticas que atraería inversión a China y abriría los mercados extranjeros a las empresas chinas, que son cada vez más innovadoras. Xi cometería un gran error si se aferra a su postura y rehúsa jugar según las reglas del comercio internacional justo y libre, debido a que son las reglas que acelerarían el crecimiento de China como una potencia económica.
De igual manera, Trump debe buscar un acuerdo en el que China se comprometa a establecer reformas claras y verificables que protejan mejor la propiedad intelectual, que den a las empresas estadounidenses un mayor acceso para vender productos y servicios en China, y que retire las barreras arancelarias y los subsidios estatales a los negocios de ambas partes. Ningún país está mejor posicionado que Estados Unidos para desempeñar una función dominante en el enorme mercado de consumo de China. Si el presidente puede abrir ese país a un comercio más libre y justo; será una enorme ayuda para las empresas y los trabajadores de Estados Unidos.
A fin de cuentas, una guerra comercial prolongada que se caracterice por una elevación de los aranceles no ayudará ni a Estados Unidos ni a China. Los aranceles chinos golpean a electorados clave de Estados Unidos, desde los granjeros que necesitan llegar a mercados extranjeros, hasta los fabricantes que requieren suministros y materias primas de otros países. Una economía robusta ayuda a aliviar una parte de ese dolor, pero no durará por siempre. Y las dificultades económicas de China son un arma de dos filos. Ahora mismo, generan una oportunidad de negociación. Pero si esos problemas empeoran, podrían arrastrar consigo también a la economía estadounidense.
La disposición de Trump a desafiar al statu quo en cuestiones comerciales ha propiciado una sorprendente oportunidad para un comercio más libre y más justo con China. Está en una sólida postura para obtener un acuerdo que proteja los derechos de propiedad, mejore el acceso a los consumidores y expanda las oportunidades para las empresas y los trabajadores de ambas partes. Este es el momento de lograrlo.
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El profesor Brian Brenberg es presidente del programa de negocios y finanzas y vicepresidente ejecutivo del King’s College de Manhattan.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek