Al no existir pruebas de su nocividad, los funcionarios y organismos reguladores de salud no han actuado durante 30 años. Sin embargo, las pruebas comienzan a acumularse.
Tiffany Frantz tuvo su primer teléfono celular cuando tenía 16 años. Le encantaba ese aparato plegable. Todas las mañanas, antes de salir de su casa, lo colocaba en la copa izquierda de su sostén. Cuando tenía 21 años, una noche, mientras veía la televisión con sus padres en la sala de su casa en Lancaster, Pennsylvania, sintió un bulto del tamaño de un guisante en el seno, justo detrás del teléfono. Las pruebas mostraron la existencia de cuatro tumores cancerosos. “¿Cómo pudo suceder?”, preguntó su madre.
El Dr. John West cree saberlo. En 2013, un cirujano especializado en cáncer de seno del Sur de California, Estados Unidos, y cinco médicos más escribieron en la revista Case Reports in Medicine acerca de los tumores de Frantz y de otras tres jóvenes. Todas ellas solían llevar su teléfono celular en el sostén. “Estoy absolutamente convencido —dice West a Newsweek— de que existe una relación entre el contacto con teléfonos celulares y el cáncer de mama en las jóvenes que los usan frecuentemente”.
Sin embargo, West no tiene ninguna prueba. Su evidencia es anecdótica, y si bien este tipo de pruebas pueden generar una hipótesis, no pueden probarla.
Durante años, los científicos han buscado una relación entre el cáncer y el uso del teléfono celular que se sostenga ante un examen científico riguroso, pero no lo han logrado. Por esa razón, cuando West presentó su teoría ante un grupo de cerca de 60 especialistas en cáncer de mama, estos desestimaron la relación, calificándola como una mera coincidencia. “Espero que algún día la gente diga: ‘Bueno, nos reímos de él, pero ahora se ha reivindicado’”, señala.
El hecho de que West no pueda probar que tiene razón no quiere decir que se equivoca. Después de que algunos estudios indicaron un aumento en el riesgo de sufrir cierto tipo de cáncer cerebral, en 2011, la Organización Mundial de la Salud (OMS) llegó a la conclusión de que los teléfonos celulares son “posiblemente carcinógenos” y recomendó “estar atentos ante una relación entre los móviles y el riesgo de cáncer”. Sin embargo, ya que no existen pruebas concluyentes de que esos aparatos produzcan daños, los organismos reguladores no han actuado.
Mientras tanto, el uso de los teléfonos celulares se ha ido a las nubes. En 1986, 681,000 estadounidenses tenían uno de esos aparatos. En 2016, había 396 millones de suscriptores a servicios de telefonía celular en Estados Unidos: más de un teléfono por cada adulto y niño. Los adolescentes, cuyos cuerpos y cerebros en desarrollo los ponen en un mayor riesgo, son quienes han adoptado esta tendencia con mayor entusiasmo. Según una encuesta realizada a principios de este año por el Pew Research Center, 95 por ciento de los adolescentes de entre 13 y 17 años afirman tener acceso a un teléfono celular inteligente, un aumento de 22 por ciento en comparación con 2012. Toda una generación ha crecido con los móviles, jugueteando con ellos de bebés, llevándolos a la escuela en los bolsillos de sus pantalones vaqueros, e incluso durmiendo con ellos bajo la almohada. En total, 5,000 millones de personas en todo el mundo usan actualmente un teléfono celular.
Es posible que en unas cuantas décadas sepamos con certeza si los teléfonos celulares causan cáncer o no. Mientras tanto, básicamente estamos realizando un experimento a gran escala y sin control alguno con nosotros mismos.
DÓNDE NO DEBES COLOCAR TU TELÉFONO CELULAR
Los científicos se han aferrado a un punto tranquilizador: de acuerdo con todo lo que sabemos sobre física y biología, los teléfonos celulares no deberían provocar cáncer. Las ondas de radio que emiten son “no ionizantes”, es decir, no perjudican nuestro ADN en la forma en que lo hace la luz ultravioleta del sol o los rayos X. Los teléfonos celulares emiten una radiación similar a los hornos de microondas, aunque en un nivel menor que la fuerza requerida para calentar un plato de pasta… o freír las neuronas. (En los primeros días de estos aparatos, la investigación se centró en la posibilidad de que la radiación emitida por los teléfonos celulares pudiera calentar los tejidos del cuerpo, y se establecieron regulaciones de seguridad para responder a esta preocupación.) Sin embargo, no existe ningún mecanismo conocido mediante el cual la radiación que emana de un teléfono celular pueda interactuar con las neuronas o con las células de los senos para provocar cáncer.
Sin embargo, el nivel de exposición de un usuario típico de teléfono celular preocupa a los funcionarios de salud. Los transmisores de telefonía celular deben ser lo suficientemente potentes para llegar a un teléfono que se encuentre a una distancia de hasta 35 km, lo que significa que la intensidad de la señal a muy corta distancia es alta. El hecho de mantener un teléfono celular cerca del oído aumenta 10,000 veces la intensidad de la radiación si se compara con sostenerlo a unos 20 cm de distancia. La mayoría de nosotros somos como Frantz: presionamos nuestros teléfonos contra nuestros oídos, cerca de nuestro tejido cerebral. Todos los días, durante cuatro horas, los traemos en nuestros cinturones y bolsillos, cerca de nuestros órganos reproductores y digestivos.
Los estudios en los que se ha encontrado una relación entre el cáncer y el uso de teléfonos celulares no son concluyentes, lo cual se debe, al menos en parte, a los desafíos que implica la realización de esos estudios. El cáncer tiende a desarrollarse lentamente, y los teléfonos celulares se han usado apenas durante una generación. Es posible que los efectos no se hayan mostrado aún. Para llegar a una conclusión definitiva, los científicos deben estudiar a una población amplia e identificar a los teléfonos celulares como una causa de cáncer, lo cual es extremadamente difícil.
La industria de las telecomunicaciones de Estados Unidos no ha puesto los datos sobre el uso de los teléfonos celulares a disposición de los investigadores, lo cual sería útil para realizar estudios de población. Un vocero de CTIA, un grupo de la industria de telefonía inalámbrica, declinó responder preguntas específicas, pero dio una declaración general: “Las pruebas científicas no muestran ningún riesgo conocido para la salud humana debido a la energía [de radiofrecuencia] emitida por los teléfonos celulares”. El vocero también mencionó las estadísticas sobre tumores cerebrales en Estados Unidos, las cuales muestran que “desde la introducción de los teléfonos celulares a mediados de la década de 1980, el índice de tumores cerebrales en Estados Unidos ha disminuido”. Esto es verdad, pero esa tendencia oculta los aumentos en el índice de tumores en áreas cercanas donde las personas sostienen sus teléfonos celulares para hablar, es decir, los lóbulos frontal y temporal, así como el cerebelo. En un estudio realizado en 2012 y publicado en la revista World Neurosurgery se muestran aumentos en un tipo de cáncer particularmente mortífero en esas áreas entre 1992 y 2006 en California, a pesar de una disminución de los casos de cáncer en otras partes del cerebro. En una de las partes, los casos de cáncer aumentaron casi 12 por ciento al año.
En un estudio realizado en Francia en 2014, y publicado por la revista Occupational and Environmental Medicine, se estudiaron a 447 personas que habían desarrollado tumores cerebrales, benignos y malignos, y se les comparó con un grupo de control. En términos generales, en el estudio no se encontró ninguna relación entre los tumores cerebrales y los teléfonos celulares. Lo que sí se encontró fue que los usuarios consuetudinarios, es decir, aquellos que habían usado los teléfonos durante 896 horas o más en toda su vida, tenían mayores probabilidades de desarrollar tumores. Sin embargo, solo 37 personas entraban en esta categoría, lo cual constituye una muestra demasiado pequeña para establecer una relación. Y al igual que muchos estudios sobre la relación entre una enfermedad y una conducta, en esta investigación francesa se utilizaron encuestas en las que a los sujetos de prueba se les pidió que recordaran cuánto tiempo utilizaban su teléfono, un dato que podría ser poco confiable.
Un grupo de toxicólogos utilizó un enfoque distinto. En lugar de darse a la tarea de determinar si los teléfonos celulares causan cáncer, abordaron una pregunta mucho más simple: ¿es posible que una radiación semejante a la que producen los teléfonos celulares pueda producir un tumor canceroso?
ROEDORES BAJO RADIACIÓN
En un sótano de concreto ubicado en Chicago, investigadores del Programa Nacional de Toxicología (NTP, por sus siglas en inglés), que forma parte del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, expusieron a más de 3,000 ratas y ratones al mismo tipo de radiación de radiofrecuencia que emiten los teléfonos celulares. El estudio, que tuvo un costo de 25 millones de dólares, fue diseñado para poner a prueba la plausibilidad de que la radiación emitida por los teléfonos celulares pueda inducir la formación de tumores en animales para descubrir si existe algún mecanismo mediante el cual las ondas de radio, supuestamente inofensivas, pueden interactuar con las células.
Los científicos decidieron exponer a los roedores a la radiación durante más tiempo del que un usuario típico usaría un teléfono celular. Aplicaron a los roedores descargas de 10 minutos de radiación, seguidas de 10 minutos de descanso, durante nueve horas al día. Los roedores también recibieron el tipo de radiación de mayor intensidad que recibirían la mayoría de los usuarios de teléfonos celulares. La dosis menor correspondía aproximadamente a la cantidad máxima que recibiría un usuario de teléfono celular: 1.5 watts por kilogramo. La cantidad máxima permitida por la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por sus siglas en inglés) para los usuarios de teléfonos celulares es de 1.6 watts por kilogramo, la cual ocurre únicamente cuando un teléfono tiene dificultades para establecer una conexión con una torre de telefonía. “Los niveles de energía de las emisiones durante una llamada típica son mucho más bajos que este nivel máximo permitido”, declaró John Bucher, científico de alto nivel del NTP, en una conferencia de prensa realizada a principios de este año.
Los investigadores también expusieron a los animales a dosis mucho más altas. Las ratas recibieron hasta 6 watts por kilogramo, mientras que los ratones obtuvieron hasta 10 watts por kilogramo. Para empeorarles las cosas a los roedores, la radiación se les administró en todo el cuerpo, exponiendo todos sus órganos: el cerebro, el corazón, el hígado, el tracto digestivo, a altos niveles de radiación. La radiación aplicada a los roedores fue tan poderosa que sus temperaturas corporales tuvieron que ser vigiladas mediante microchips implantados bajo la piel para asegurarse de que no se calentaran como rosetas de maíz en un horno de microondas. Aun en los niveles más altos, las temperaturas nunca aumentaron más de 1 grado Celsius, por lo que los científicos pudieron descartar el calentamiento como causa de cualquier daño derivado de las ondas de radio.
La radiación tuvo un efecto importante. Tras bombardear a los roedores con ondas de radio durante dos años, de 2014 a 2016, los científicos evaluaron su salud y compararon a los grupos que recibieron una exposición a ondas de radio con grupos de control que no habían recibido tal exposición. Las ratas macho expuestas a la radiación desarrollaron 6 por ciento más tumores que las del grupo de control que no recibieron ninguna radiación. (Por razones que no están claras, las ratas hembra no mostraron dicho efecto). Además, el índice con el que las ratas desarrollaron tumores aumentó según la intensidad de la exposición. Las ratas que recibieron 1.5 watts por kilowatt hora desarrollaron cuatro tumores, pero las que recibieron 6 watts por kilowatt hora desarrollaron 11. El hecho de que la ocurrencia de tumores aumentara con la dosis sugiere que la radiación es un factor importante.
Bucher advierte que los resultados no pueden extrapolarse a los seres humanos que usan teléfonos celulares. Sin embargo, muestran que algo ocurre en las células animales cuando son bombardeadas durante un largo tiempo con ondas de radio de alta intensidad. En el estudio, dice Bucher a Newsweek, “se estableció que podrían existir efectos de la radiación de radiofrecuencia que podrían ser relevantes para ciertos riesgos de salud en los seres humanos”.
Uno de los giros más desconcertantes y potencialmente preocupantes de estos resultados tiene que ver con el tipo de células afectadas. Los tumores aparecieron en las células de Schwann, que rodean a las células nerviosas. Las células de Schwann que desarrollaron tumores en el estudio de las ratas se ubicaron en el corazón de esos roedores. Sin embargo, las células de Schwann están en todo el cuerpo: en la cabeza, en los senos, en los órganos reproductores, en muchas áreas que suelen estar fuertemente expuestas a la radiación de los teléfonos celulares.
Este descubrimiento fue especialmente preocupante debido a que en estudios epidemiológicos anteriores se ha mostrado que las personas que usan un teléfono celular con mucha frecuencia tienen mayores probabilidades de desarrollar tumores cerebrales raros en ese mismo tipo de células. En marzo pasado, investigadores italianos publicaron en la revista Environmental Research otro estudio en el que obtuvieron resultados sorprendentemente parecidos. Científicos del Instituto Ramazzini también bombardearon a 2,448 ratas con radiaciones de radiofrecuencia durante 19 horas al día durante toda su vida. Al igual que las ratas del sótano de Chicago, las ratas macho italianas que fueron expuestas a la mayor cantidad de radiación de radiofrecuencia presentaron una probabilidad significativamente más alta de desarrollar tumores en las células de Schwann del corazón.
Un panel de académicos y expertos de la industria farmacéutica revisaron los hallazgos del estudio del NTP y llegaron a la conclusión, en marzo pasado, de que, en el caso de las ratas macho, el estudio mostró “pruebas claras de actividad carcinogénica”. El Dr. De-Kun Li, científico investigador de alto nivel de la División de Investigación de Kaiser Permanente en Oakland, California, describió los hallazgos preliminares del NTP como “sorprendentemente importantes”. Y el Dr. Otis Brawley, director médico de la Sociedad Estadounidense del Cáncer, las calificó como “un punto de inflexión”.
Los resultados del programa, publicados de manera preliminar a principios de este año, desataron una oleada de llamados de defensores de la salud pública para que la OMS actualice su clasificación de la radiación emitida por los teléfonos celulares de “posiblemente” a “probablemente” carcinogénica. Sin embargo, como declaró Brawley a Newsweek, “esto aún nos deja con algunas grandes interrogantes”. Por ejemplo, ¿por qué las ratas macho tuvieron mayores probabilidades de desarrollar tumores que las hembras? ¿Y por qué las ratas expuestas a la radiación de radiofrecuencia generalmente vivieron más que las ratas no expuestas? Y lo más importante, si la radiación emitida por los teléfonos celulares provoca cáncer, ¿cómo lo hace?
“Estos estudios debieron haberse realizado antes de que más de 90 por ciento de los estadounidenses, incluidos los niños, comenzaran a usar tecnologías y dispositivos basados en la radiofrecuencia un día sí y el otro también”, señala Olga Naidenko, asesora científica de alto nivel del Environmental Working Group, una organización sin fines de lucro de Washington, D. C.
QUÉ SIGUE
Desde el punto de vista de las regulaciones, aún es muy pronto para saber cuáles son los pasos que debemos dar para proteger al público, señala Bucher. Él piensa ahora que existe un mecanismo por el que la radiación emitida por los teléfonos celulares puede provocar cáncer. Sin embargo, en tanto no identifique el mecanismo, no puede ofrecer ningún consejo sobre cómo diseñar y construir los teléfonos para evitar el problema. Actualmente, trabaja con otros estudios que espera que le den pistas el próximo año.
El Dr. Gabriel Zada, neurocirujano y catedrático de la Facultad Keck de Medicina de la Universidad del Sur de California, desarrolla actualmente experimentos piloto para probar los posibles mecanismos por los que las emisiones de los teléfonos celulares podrían convertir a las células normales pero susceptibles en cancerosas. En uno de ellos, instaló un teléfono inteligente dentro de una caja hermética a la radiación. Junto al teléfono, hay una botella de vidrio que contiene células extraídas de un tumor cerebral humano. Este conjunto forma parte de una serie de ellos que Zada planea construir para controlar el efecto de las emisiones de radiofrecuencia en distintos tipos de células.
Mientras Zada y Bucher trabajan en la siguiente fase del estudio, en relación con los efectos de la radiación de los teléfonos celulares sobre la salud, los defensores de la salud pública siguen esperando los resultados y las recomendaciones finales del estudio del NTP. Estas se publicarán el próximo otoño, casi dos décadas después de que la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) encargara la investigación.
En un informe ante el Congreso realizado en 2012, la Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno de Estados Unidos pidió reevaluar los requerimientos de exposición y prueba de los teléfonos móviles, de manera que reflejaran el uso actual, las investigaciones más recientes y las recomendaciones internacionales de seguridad. El informe hizo que la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por siglas en inglés) pidiera formalmente información sobre la necesidad de reexaminar los niveles de exposición, establecidos por última vez en 1996, mucho tiempo antes de que Apple introdujera el iPhone. En 2016, el organismo había recolectado cerca de 900 comentarios sobre la cuestión, pero hasta ahora no ha emprendido ninguna acción.
Las regulaciones de seguridad actuales relacionadas con el uso de los teléfonos celulares se basan en una premisa que actualmente puede considerarse falsa: que la radiación emitida por esos aparatos solo puede provocar daños al calentar el tejido. Sin embargo, la FDA no tiene ningún plan para hacer que sus regulaciones sean más estrictas. El organismo “confía en que los límites actuales de seguridad para la radiación producida por los teléfonos celulares siga siendo aceptable para proteger la salud pública”, señala el Dr. Jeffrey Shuren, director del Centro de Dispositivos y Salud Radiológica de la FDA, en una declaración emitida después de la publicación de los resultados del NTP. “No hemos encontrado pruebas suficientes de que existan efectos adversos para la salud de los seres humanos, provocados por la exposición a los límites actuales de energía de radiofrecuencia o por debajo de ellos”.
Muchos otros países tienen reglas de seguridad más estrictas que Estados Unidos. Desde que la OMS emitió su advertencia en 2011, al menos ocho países, entre ellos, Francia, Alemania, Suiza, India e Israel, han emitido lineamientos con la intención de disminuir la exposición de los consumidores a la radiación. Bélgica, Francia e Israel prohibieron la venta de teléfonos celulares diseñados para niños, y otros países han prohibido los anuncios de esos productos dirigidos al público infantil.
La Academia Estadounidense de Pediatría instó en 2013 a la FCC y a la FDA a que reevaluaran los estándares de los teléfonos celulares y productos inalámbricos. “Los niños no son adultos pequeños y reciben un impacto desproporcionado de todos los factores ambientales a los que se exponen, incluida la radiación emitida por los teléfonos celulares”, escribió el Dr. Thomas McInerny, que en ese entonces presidía la Academia. Ahora, el grupo insta a los padres a limitar el uso de los teléfonos celulares de sus hijos pequeños y adolescentes, y advierte: “Los fabricantes de teléfonos celulares no pueden garantizar que la cantidad de radiación que ustedes absorben se encontrará en un nivel seguro”.
Dado que no existen estándares ni regulaciones revisados, llamé a Brawley a su teléfono celular para ver si tenía algún consejo. “Usa un audífono”, señaló. Lo dijo sosteniendo su teléfono celular contra su oído.
LAS CIFRAS DEL MAL
En los últimos 15 años, el cáncer se ha vuelto un poco menos mortífero debido, en buena medida, a que hay menos fumadores, al diagnóstico temprano y a mejoras importantes en el tratamiento. No obstante, los problemas —y sus costos— aún son abrumadores.
1,700
Cálculo de muertes diarias por cáncer. Los cánceres de pulmón, próstata, mama y colorrectal representan alrededor de 45 por ciento del total. La tasa de mortalidad actual en Estados Unidos es de 164 por cada 100,000 habitantes al año.
1 en 3
Probabilidad de que un individuo desarrolle un cáncer invasivo en algún momento de su vida.
61
Porcentaje de mamografías anuales que produjeron resultados falsos positivos en mujeres de 40 años, a lo largo de 10 años de detección. El seguimiento de una mamografía con resultado falso positivo puede costar 527 dólares.
475,000 dólares
Costo del anticanceroso más caro hasta el momento: Kymriah, producido por Novartis. Hace que el sistema inmunológico destruya células cancerosas en la sangre y se considera un gran adelanto, pues salva las vidas de pacientes con leucemia mortal.
181 – 155
Tasa de mortalidad por cáncer entre las mujeres negras, comparada con 155 por 100,000 entre las blancas.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek