Cuando cumplió seis años pidió un deseo muy especial en la vela de su pastel: quería ser una niña porque el cuerpo con el que nació, es de niño.
“Creía que mágicamente alguien iba a llegar y le iba a dar todo lo que necesitaba para ser una niña”, dice Andrea, su madre. El deseo también generó asombro, curiosidad y muchas dudas en Ernesto, el padre.
“No nos preguntamos ¿la vamos a apoyar o no?, sino ¿cómo?”, cuenta ella.
Pero la joven pareja pronto encontraría en Tijuana un enorme vacío de información sobre la infancia transgénero.
Alicia (nombre ficticio como el de sus padres, para proteger su identidad) tiene ahora siete años de edad, y ellos la acompañan paso a paso y a su propio ritmo en la transición que inició hace poco más de un año.
Entienden que no deben apresurarla ni detenerla, porque ella irá encontrando el momento adecuado para seguir afianzando su identidad de género.
En una definición sencilla, una persona transgénero no se identifica con el género que nació, sino con el opuesto. La transición implica entonces conciliar esto con modificaciones sociales como la ropa, y en algunos casos físicas.
Pero si hoy la realidad trans en adultos es apenas un poco más conocida, que no siempre respetada y entendida, en niños y niñas los cambios físicos y hormonales de la pubertad hacen el camino más difícil sobre todo para ellas.
Familias como la de Alicia pueden parecer una novedad para muchas personas, pero la niñez trans fue identificada desde hace algunas décadas, y no en los mejores términos.
En 1980 fue incluida en el ‘Trastorno de identidad de género’ asociado con adultos. Después de una larga lucha de activistas, en junio de este año la Organización Mundial de la Salud (OMS), eliminó ese trastorno de la lista de enfermedades mentales.
Pero luce imposible negar que esa diversidad siempre ha estado aquí. Hay referencias desde la mitología griega y en la historia reciente hay casos excepcionales como el de Miss España 2018, Ángela Ponce, o el de la actriz chilena Daniela Vargas, que participó en la gala de los premios Oscar este año.
Sin ir lejos, en Oaxaca existen ‘muxes’, mujeres trans que no enfrentan rechazo y tienen un rol bien definido en sus comunidades zapotecas.
La psicóloga especializada en sexología infantil, Daniela Rodríguez, sostiene que no se trata de un deseo espontáneo de cambio.
Dice que la intención es notoria cuando los infantes muestran rechazo por actividades consideradas propias de su género, su ropa y a veces por sus órganos sexuales.
“Un niño, una niña, no se levanta un día y dice: ‘voy a ser niño’ o ‘voy a ser niña’. Siempre lo han sido, simplemente nos comparten quién son”, menciona.
Por eso frente a la falta de redes de apoyo en Tijuana, donde la comunidad LGBT ha ganado algo de espacio, Andrea y Ernesto buscaron en internet para entender lo que están viviendo con su hija.
También decidieron contar su historia para tender puentes porque difícilmente pueden ser los únicos en una ciudad de alrededor de dos millones de habitantes.
“Estamos seguros de que hay más, hay muchos más, y nosotros no conocemos a nadie. No nos cabe en la cabeza,” dice Ernesto.
Esto puede tener distintas razones, dice la sexóloga Daniela: Hay infantes y familias que no identifican lo que pasa, algunos niños y niñas temen compartirlo, otros lo comparten con cercanos pero la familia no los apoya, y en otros hay respaldo familiar pero temor a decirlo públicamente.
No es para menos teniendo en cuenta que la sociedad con frecuencia rechaza a las personas trans, y que apenas dejaron de ser vistas como resultado de un trastorno o desviación mental.
Una muestra del nivel de violencia en su contra la tiene el Observatorio de Personas Trans Asesinadas, que ubicó a México como el segundo país con más víctimas entre 2008 y 2017. Registró 56, detrás de Brasil con 171, y por delante de Estados Unidos con 25.
El rechazo es producto de las ideas que el resto de la población puede tener sobre esta comunidad. Y es precisamente la concepción creada en el imaginario, algo de lo que investigó la maestra en Estudios de la Mujer, Miriam Ramírez Jiménez, en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Unidad Xochimilco.
En su estudio titulado “Discursos en torno a la niñez trans”, halló que medios de comunicación enfatizan el drama y la tragedia, y que la infancia trans provoca en algunos padres sentimientos de culpa, dolor, angustia y otros similares.
La carga cultural de un país machista con fuertes raíces religiosas, junto a la poquísima guía en las instituciones públicas y privadas, sin duda tienen mucho que ver con esto.
Un ejemplo son las familias del estudio de la UAM. Participaban en grupos de apoyo que se reunían en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), pero eran principalmente madres con hijos (as), y una casi nula presencia de los padres.
“La percepción de las y los profesionales de la salud refuerza la idea de que el problema de identidad en niñas y niños atañe principalmente a las madres y los padres. Por un lado se les dice cómo tratarles y por otro se dejan a la deriva dudas respecto a la hormonación, los cambios corporales a través de la cirugía, la afectación en el desarrollo de la pubertad y aspectos de la sexualidad”, advierte Miriam Ramírez.
El padre de Alicia dice que otra razón para contar su experiencia es mostrar que no todas son historias tristes cuando se habla de personas transgénero.
Andrea afirma que familia y amigos han arropado a su hija en contra del rechazo, y Alicia no tiene conflicto con su pasado.
Pero es en el entramado institucional donde no parece haber todavía una plena conciencia de esta realidad.
Por ejemplo, las escuelas ni siquiera tienen el tema en la mesa, aunque allí es donde niños y niñas aprenden a relacionarse con los demás.
Lo confirma la delegada del Sistema Educativo de Baja California en Tijuana, Andrea Ruíz Galán.
“Lamentablemente a lo mejor sí, en ese sentido corre más rápido la sociedad, y a lo mejor hemos estado un poco retrasados en el tema”, asiente.
También dice que no han encontrado ninguna manifestación transgénero en los salones de clase. Pero con cerca de 330 mil alumnos entre preescolar y secundaria en la ciudad, que representan casi la mitad de unos 690 mil en el estado, imposible descartarlo.
Responde que los docentes no tienen capacitación para saber cuándo están frente a un niño o niña transgénero; y en el alumnado, que puede ser cruel con quien es distinto, la situación es parecida.
En los libros de texto de primaria, dice, aprenden sobre los órganos sexuales reproductivos, y en secundaria los adolescentes encuentran información solo sobre homosexualidad y masturbación.
Alicia únicamente cursó preescolar en el sector público, y no inició allí su transición. Andrea platica que por convicción familiar cambiaron del sistema tradicional a la pedagogía Waldorf, y fue allí donde comenzaron las manifestaciones.
Ahora estudia en una comunidad de aprendizaje dirigida por Adriana de la Peña Garza. Ella cuenta que para recibir a la niña también buscaron sus propias fuentes de información sobre la infancia transgénero.
“Yo les dí la bienvenida, puesto que nuestro lema es: No trabajamos ni con género, ni con color de piel, ni con clase social. Trabajamos con seres humanos”, dice.
Tienen 30 estudiantes de entre 7 y 16 años de edad que según sus palabras no rechazan a su nueva compañera.
“Cuando ellos se dan cuenta, no tienen dudas, no tienen prejuicios, no hacen una crítica concienzuda. Lo que a ellos les preocupa es saber si va a seguir jugando”, afirma.
La comunidad que dirige usa el Modelo Educación para la Vida y el Trabajo (MEVyT), del Instituto Nacional de Educación Nacional de los Adultos (INEA). Está compuesto por 12 módulos que abarcan primaria y secundaria.
Acreditando todos los módulos a partir de los 14 años de edad, Alicia podrá incorporarse a la educación media superior.
Y además de la educación, el desarrollo de niños y niñas como Alicia exige a las instituciones responder a otro de sus derechos: el de una identidad.
En México el camino ya lo abrió Sophia el año pasado. Con seis años de edad, acompañada de su madre y un grupo de expertos, consiguió en Ciudad de México rectificar su acta de nacimiento como un acto administrativo, sin necesidad de la orden de un juez.
No hacía mucho que los adultos transgénero habían conseguido lo mismo, aunque no todos los estados del país están dispuestos a guardar la primer acta para reconocer la rectificada.
Baja California es de los pocos estados que sí lo hace, y esto permite a esa comunidad rectificar con su identidad de género toda su documentación personal, como validar estudios universitarios (La transformación del voto rosa, Newsweek Baja California en español, edición No.33, febrero 2018).
Pero cuando se trata de infancia transgénero, la rectificación parece un tema espinoso para las autoridades locales. El 22 Ayuntamiento de Tijuana se deslindó, diciendo que compete al gobierno estatal.
Y aunque efectivamente dependen de la Secretaría General de Gobierno del Estado, es el municipio quien atiende las oficinas del Registro Civil. Al final, ninguna de las dos autoridades dio respuesta sobre el camino que deben de tomar familias como la de Alicia.
Verónica Delgado Parra, presidenta de la Asociación Mexicana para la Salud Sexual, dice que históricamente sociedad y medicina no han logrado comprender del todo la condición transgénero, y esto ha dado paso a los prejuicios y el rechazo.
“Lo que urge, lo que se requiere, es que se reconozca la condición transexual (…) las instituciones deberían tomar el problema, estudiarlo a fondo, y entonces crear programas de atención integral”, sugiere.
La médico psiquiatra con especialidad en Terapia Sexual y Sexología Clínica, dice que siendo una condición de nacimiento, las personas transgénero necesitan atención médica como cirugía, endocrinología y medicina interna, además de trabajo social y difusión del tema.
Reafirma que las victorias de activistas en Ciudad de México no alcanzan a todo el país. Allá, cuenta, lograron que el gobierno local creara una clínica especializada para adultos transgénero. Dice que nació para atender a pacientes con VIH, pero la realidad los hizo ajustarse.
También consiguieron que las escuelas respeten el nombre en las listas de asistencia, y el acceso a los sanitarios según el género de transición.
La familia de Andrea platicó con Newsweek en Español Baja California antes de una charla con público en general en el llamado ‘Búnker Cultural’ de esta ciudad. Ubicado en una esquina del estacionamiento subterráneo de una plaza comercial en Zona Río, se identifican como “un espacio de arte y cultura para la comunidad de Tijuana y San Diego”.
La reunión también fue para recaudar parte del dinero y viajar a San Francisco, California, donde la fundación ‘Gender Spectrum’ realizó su convención anual sobre infancia y adolescencia transgénero.
La organización que trabaja para crear espacios inclusivos y sensibles al género, fue uno de los hallazgos de la pareja en la red.
“No venimos en plan de dar toda la parte profesional, o estas cuestiones que no nos corresponden, pero sí decir qué hemos vivido, por qué hemos pasado. Y tenemos esperanza de que haya otra familia por allí que esté como perdida, trabajando solos”, menciona Andrea.
Al final la transición no es solo de Alicia, ni de Sophia. Es de la sociedad que está inmersa en una variedad de familias que ya no caben en una etiqueta.
Y en el fondo están los derechos de esa niñez y la obligación de escuchar sus voces para garantizar su desarrollo.
Pero el reto no inquieta demasiado a Ernesto, que tiene certeza sobre el futuro que le espera a su hija.
“Feliz y desarrollándose como una persona común, estudiando o ejerciendo algún oficio que le guste”, augura sonriente.