Un perfil del famoso conservador Roger Stone
El mundo está en un momento Roger Stone. Lo sé porque Stone me lo ha dicho. “Vivimos en la era de Stone”, dice, en el lobby del edificio de oficinas de SiriusXM, ubicado en la periferia del centro de la ciudad de Nueva York. Repite la frase mientras nos dirigimos en un Uber hacia el norte, a su departamento de Harlem, y la repite una vez más mientras da un sorbo a un Martini.
Es un momento, eso es seguro. El tipo de momento depende a quién le preguntes. El consultor político y cabildero de derecha ha sido muy importante para el ascenso de Donald Trump. Ambos se conocieron durante la campaña presidencial de Ronald Reagan en 1980, y Stone asesoró, de manera formal e informal, al magnate de bienes raíces de Nueva York sobre sus negocios de casinos y también durante la fallida campaña presidencial de Trump en el año 2000.
Sin embargo, ha sido una relación que va y viene en la que Trump confía en Stone en un momento y lo ataca en el siguiente. En un claro ejemplo de “el burro hablando de orejas”, Trump dijo en un perfil publicado en 2008 en la revista New Yorker: Roger siempre “se adjudica cosas que nunca hizo”. Finalmente, Trump despidió a Stone durante la campaña de 2016. La declaración oficial para justificar la decisión decía: “Recientemente, se han publicado varios artículos sobre [Stone], pero el Sr. Trump desea mantener la atención en la campaña sobre cómo Hacer que Estados Unidos sea Grande de Nuevo”. Stone afirma que él fue quien renunció.
Una distinción de dudosa reputación que ciertamente se puede adjudicar: ser el pionero en el arte del tráfico de influencias, en la década de 1980, cuando él y Paul Manafort cofundaron la empresa de cabildeo Black, Manafort, Stone and Kelly. El encabezado de un reportaje de portada sobre Stone, publicado en 1985 en New Republic, lo dice todo: “El perfecto canalla de Washington”.
Una nueva generación lo redescubrió a través del vívido documental de Netflix de 2017 titulado Get Me Roger Stone (Tráiganme a Roger Stone), que captó la oscura genialidad del hombre experto en posicionar políticamente marcas en toda su reprochable gloria. Entre otras cosas, tiene un retrato de Richard Nixon tatuado en la espalda. (Aunque alguna vez se le conoció como una de las personas que hicieron “trucos sucios” para Nixon, Stone afirma que no hizo nada ilegal durante el caso Watergate). En mayo pasado, publicó su sexto libro Stone’s Rules: How to Win at Politics, Business, and Style (Las reglas de Stone: Cómo triunfar en la política, en los negocios y en el estilo), ¿y por qué no aprovechar a todos sus nuevos admiradores y enemigos? Entre las 140 reglas se incluyen conceptos como “No ocultes tus cicatrices, ellas te hacen ser quien eres… pero tampoco luches la última guerra”, y “Nunca viajes en una limusina blanca”. Stone habla igualmente en serio para ambas situaciones.
La mayor noticia es, desde luego, que Stone se prepara para enfrentar una acusación por parte del fiscal especial Robert Mueller. De particular interés es su supuesta relación con el pirata informático ruso Guccifer 2.0, que robó correos electrónicos de la campaña de Hillary Clinton. Pero aún si la investigación recae en él (Mueller ha comenzado a entrevistar a sus socios más cercanos, como el antiguo gurú de las redes sociales Jason Sullivan), Stone está seguro de una cosa: no traicionará a Trump.
Pero qué diablos. ¡Él es más famoso que nunca! El tiempo que pasé con él, una tarde de mayo en Nueva York, la gente lo reconocía en las calles, y algunas personas le tomaban fotos discretamente cuando pasaba. “El documental cambió mi vida en forma exponencial”, me dice. “Estoy obteniendo un mayor nivel de mi bien merecido reconocimiento. Ya no puedo mantenerme en el anonimato, aun cuando desee hacerlo “.
Tal reconocimiento tiene, en sus propias palabras, “sus aspectos”, y la notoriedad quizás lo describe mejor que la popularidad. “Cuando cenas con tus hijos y tus nietos un domingo en un restaurante italiano y, alguien viene y te grita, ‘hijo de puta’, no es nada agradable”, admite. El año pasado, dos mujeres se acercaron durante una cena en Harlem y le dijeron que “se fuera al infierno”. Él desestima a esos detractores, calificándolos como “trotskistas del Upper West Side”, el barrio intelectual de Nueva York. Sin embargo, todas las interacciones públicas de las que fui testigo (y hubo bastantes) fueron relativamente plácidas. “Las cosas no son tan malas ahora como lo fueron el año pasado”, dice.
Cuando llegué al departamento de Stone, que comparte con su segunda esposa, Nydia Bertran, vestía una bata corta, al estilo de Hugh Hefner, y sandalias. Adentro, sus recuerdos con Nixon y Reagan, abarcan de piso a techo. Durante un breve recorrido por el lugar, abrió su recámara y me pidió que mirara alrededor, “solo para que veas que no hay ningún ruso escondiéndose aquí”.
Durante cuatro horas, mientras lo acompañaba a varias citas, hablamos, naturalmente, sobre la investigación de Mueller (aunque por un momento, de camino a SiriusXM, dijo que me arrojaría del auto si le hacía una pregunta más al respecto). Stone considera que el escrutinio es “lógico”, ya que trabajó para Trump durante 30 años y debido a que, en sus palabras, él es un “showman” que exagera ciertos aspectos de su vida, y que eso lo mete en problemas. “Estoy hablando frente a 300 republicanos gritones y les digo que me he comunicado con [Julian] Assange a través de un canal secreto. Estoy dramatizándolo”, dice Stone, que afirma nunca haberse reunido con el fundador de WikiLeaks. (En una investigación posterior, realizada por The Wall Street Journal, se descubrió que Stone le había pedido a un conocido que se pusiera en contacto con Assange con respecto a los correos electrónicos incriminatorios de Clinton, pero nunca los recibió). “Pero dramatización no es precisión. Es solo dramatización. El punto es que a la gente le gustan los trapos sucios. Le encantan. Le entretienen”.
Incluso su ropa tiene un toque teatral. Sus atuendos preferidos son los trajes de doble solapa estilo Gatsby y los sombreros de paja que le dan la imagen de un dandy bien educado. Sin embargo, suele trabajar 12 horas al día y resiente el estrés que esto le provoca. Antes de salir de su departamento hacia Sirius, se cambia de ropa, se pone traje y sus características gafas de sol redondas y negras. Frecuentemente se le ve fumando a través de una boquilla extra larga, como Noël Coward o El Pingüino. “¿Hubiera preferido usar vaqueros y una chaqueta de tweed?”, pregunta. “Claro, pero entonces no sería Roger Stone”.
Cuando le pregunto si ha sabido algo de Trump recientemente, Stone dice que no. “Estoy bastante seguro de que sus abogados lo han instado a no hablar conmigo”. Sin embargo, recalca, “amigos mutuos me han dicho, ‘Estuve con el presidente la otra noche, y quería que supieras que ha preguntado por ti y desea que estés bien’. Así que sé que estoy en su lista de los buenos”.
Stone sigue creyendo que Trump no tuvo ninguna relación personal con los rusos o con sus agentes, aunque eso se debe al estilo gerencial del presidente. Stone dice que un tipo que trabajó en la campaña de Trump le dijo que “todo estaba tan jodido que no pudieron haberse coludido ni aunque lo hubieran deseado. No podían terminar nada”.
Después de amenazarme con echarme del auto, toco el tema de Stormy Daniels. “¿Me estás preguntando si Trump tuvo relaciones sexuales con Stormy Daniels? Por supuesto, esa es mi opinión”, dice. “Para empezar, ella es su tipo. Mira a sus esposas. Le gustan las mujeres altas y con un busto grande”.
Al mismo tiempo, Stone no comprende la insistencia de Rudy Giuliani de que indemnizarla no era un tema político. Si no fuera así, ¿por qué pagarle y cerrar el asunto antes de la elección? “Para mí, eso no tiene sentido”, dice Stone, que considera el hecho como una posible violación de las leyes electorales federales: “El tema del reembolso ha sido problemático”.
Pasar tiempo con Stone es algo vertiginoso. Cambiamos de lugar rápidamente, con personas al azar apareciendo y desapareciendo sin explicación. En un momento dado, un bebé (su nieto, según supe después) aparece brevemente en sus brazos: “Este será nuestro próximo presidente”, dice Stone, antes de que la madre del niño se lo lleve. “Lo estoy entrenando”.
Quizás la primera lección sea: la presentación es lo más importante, la sustancia es opcional. ¿El candidato perfecto de Stone? El libertario Rand Paul “en un cuerpo distinto. Simplemente no es un candidato para la era de la televisión. Se parece a Harpo Marx”.
Stone encontró en Trump todos los elementos en un único y arrogante paquete: “alguien que sea telegénico, persuasivo, articulado, alguien que sea limpio y muy, muy, muy, muy rico”. Por desgracia, dice Stone, el presidente “se ha rodeado de halcones de guerra y neoconservadores. Trump admira sus uniformes y le gusta la eficiencia pulcra, pero no estoy seguro de que comprenda que no se doblegan ante sus políticas”. Mandar más hombres a Afganistán “no es la razón por la que el presidente fue electo”, dice. “Ese no es el Trumpismo”.
A Stone le molesta particularmente la confirmación de Gina Haspel, que supervisó los interrogatorios mediante waterboarding o ahogamiento simulado en Tailandia como directora de la CIA. “En el fondo, Trump es antiintervencionista”, dice, “pero tiene una fascinación por la tortura. Piensa que es una señal de rudeza. Haspel realmente representa al grupo que realmente está a cargo de la política en el país, y eso es lo que me preocupa”.
Si tuviera que hacer un pronóstico, Trump se postularía de nuevo en 2020. Pero si la economía está a la alza, o si logra un acuerdo razonable con Corea del Norte, o un acuerdo de paz en el Medio Oriente, “también tendría todo el derecho a decir: ‘Bueno amigos, hice que Estados Unidos fuera grande de nuevo, ahora, me voy al campo de golf’”.
Una amenaza grave de juicio político podría ser otro factor de disuasión, afirma Stone, aún si Trump puede superarlo. “Puedo verlo decir, ‘OK, nos vemos’. ¿Para qué necesita sufrir, dado todo lo que está logrando?”
Stone quedó perplejo cuando Trump firmó el proyecto de ley de gastos generales por 1.3 billones de dólares para convertirlo en ley y de alguna manera sospecha que se basó en la amenaza de juicio político. De qué otra manera se puede explicar el incremento en gasto de defensa, “que es demasiado elevado en el presupuesto”, afirma Stone. “Quizás lo firmó debido a que pensaba que obtendría la lealtad de los militares en caso de presentarse algún tipo de enfrentamiento”.
Le pido que lo aclare. “Si hay un intento ilegal de hacer a un lado al presidente”, dice, “tendremos una guerra civil en este país”. ¿Eso significaría violencia real? “Existe un gran odio hacia Trump “, responde Stone, “y existe una gran oposición a cualquier intento de hacer[lo] a un lado. Nada que se perciba como adulterado o prefabricado va a acabar bien”.
Entonces, ¿quién disparará el primer tiro en esta guerra civil? “Quien[quiera] que llegue a la Casa Blanca”, dice.
Por cierto, es hora de los Martinis. Hemos vuelto al departamento, y Stone hace una mezcla de lo que llama Bala de Plata, basada en una receta que obtuvo de Nixon. Ha hecho un pequeño cambio: vodka ruso en lugar de Ginebra Tanqueray. Un poco excesivo, pero este es Roger Stone para ustedes.