Ha sobrevivido a la prisión y a sus enemigos. Y a sus 86 años, sigue combatiendo el patriarcado, la opresión religiosa y la mutilación genital.
LA PRIMERA CARTA que Nawal el-Sayed el-Saadawi escribió en su vida estaba dirigida a Dios. En ella, Nawal, que en ese entonces tenía siete años, preguntaba por qué, si Dios era justo y equitativo, no había hecho iguales a su madre y a su padre. Desde que aprendió a escribir, siempre había puesto el nombre de su madre, Zaynab, junto al suyo. Pero su padre le dijo que debía usar el nombre de él, Sayed, junto con el de su abuelo, Saadawi.
Saadawi nunca obtuvo una respuesta, y cuando su madre murió, con tan solo 45 años y tras haber criado a nueve hijos, su nombre murió con ella. A diferencia del padre de Saadawi, a quien le esperarían 72 vírgenes cuando llegara al cielo, su madre no recibiría ninguna recompensa, de acuerdo con el islam, que era la fe de sus padres. “Una mujer carece de valor”, escribió en la primera parte de su autobiografía, A Daughter of Isis (Una hija de Isis), “así en la tierra como en el cielo”.
A Saadawi, actualmente de 86 años, no la convenció Dios entonces, ni tampoco ahora. “En la primera carta que escribí en mi vida, le dije a Dios: Si Tú no eres justo, no estoy lista para creer en ti”, declaró durante un viaje a Londres para promover la reedición de su autobiografía en dos volúmenes. Son afirmaciones como esta, las que han hecho que la vida de Saadawi haya sido, en palabras de su amiga Margaret Atwood, autora de A Handmaid’s Tale (El relato de una criada), “una larga amenaza de muerte”.
Nacida en 1931 en el poblado de Kafr Tahla, Egipto, al norte de El Cairo, Saadawi se educó como médica antes de comenzar su carrera como escritora cuando tenía alrededor de 20 años. Fue despedida de su puesto como directora general de la autoridad de salud pública de Egipto por oponerse a la práctica de la mutilación genital femenina. En su libro de 1977, The Hidden Face of Eve (El rostro oculto de Eva), incluyó el desgarrador relato de su propia circuncisión cuando tenía seis años de edad mientras su madre y sus tías miraban.
En esa obra también manifestó su oposición a los matrimonios infantiles forzados. En uno de sus primeros libros, una novela publicada en 1975, titulada Woman at Point Zero (Mujer en el punto cero), cuenta la historia de una joven llamada Firdaus, que se convierte en prostituta en El Cairo tras huir de un matrimonio abusivo. Después de matar a su proxeneta y rehusarse a expiar su crimen, es sentenciada a muerte. En el libro, Saadawi presenta la imagen de Firdaus, quien existió en la vida real, como una heroína feminista que rehúsa ser intimidada y, finalmente, muere libre. “Con todos y cada uno de los hombres que he conocido”, dice Firdaus en el último capítulo de la novela, “siempre tuve el deseo irresistible de levantar el brazo por encima de mi cabeza y dejar caer mi mano justo en su cara”.
Y entre esos hombres, se encontraban algunos de los más poderosos.
En 1981, Saadawi fue arrestada y encarcelada por el presidente egipcio Anwar Sadat, el líder militar que reemplazó a Gamal Abdel Nasser en 1970 y firmó un controvertido acuerdo de paz con Israel. Sus compañeras de celda temían que Sadat las condenara a muerte, pero Saadawi estaba convencida de que viviría más que el presidente, lo cual ocurrió. En octubre de 1981, un mes después de su arresto, Sadat fue asesinado en el desfile militar por funcionarios que se oponían a su acuerdo de paz.
EN LAS “LISTAS DE MUERTE”
El gobierno egipcio no fue la única institución que se sintió indignada por su obra. En 1991, el nombre de Saadawi comenzó a aparecer en “listas de muerte” difundidas por grupos islamistas. Las amenazas no eran palabras vacías: en 1992, el escritor egipcio Farag Foda fue asesinado por El-Gama’a ElIslamiya, el grupo extremista que cometió cientos de asesinatos en la década de 1990. El nombre de Saadawi era el siguiente en la lista, y en 1993, se mudó de mala gana a Estados Unidos, donde pasaría los siguientes 16 años en el exilio, antes de volver a El Cairo en 2009.
A Saadawi se le ofreció un puesto en la Universidad Duke de Carolina del Norte, y ella inició su curso sobre creatividad y disidencia diciéndoles a sus alumnos que no podía enseñarles nada. “Les dije que no podía deshacer lo que la educación les había hecho”, explica, “cómo hacer que las personas no estén conscientes de que son oprimidas, de las causas en la historia, en el pasado, en el presente”.
Sin embargo, se esforzó por hacerlo, comenzando con la religión. Saadawi observó que desde el tiempo de los faraones de Egipto, que gobernaban en la Tierra y en la otra vida, el poder religioso y el poder político han sido inseparables; no existe ningún Estado laico en ningún país del mundo. “[En Egipto] yo relacionaba… la religión con el capitalismo, con los derechos de las mujeres”, dice. “Así que tenían que detenerme. Tuve que ir a prisión. Tenían que censurar mi trabajo”.
Por encima de todo, continúa diciendo, la religión es “una tontería. Creer que Cristo salió de la tumba y fue al cielo, ¿o fue crucificado?” Saadawi ríe. “Pasé 10 años de mi vida estudiando el judaísmo, el cristianismo, el islam, comparando el Antiguo Testamento con el Corán. Incluso fui a India. Estudié el Gita y el hinduismo. Cuanto más estudia uno la religión, tanto más se da cuenta de que es ridícula”.
En el tiempo que pasó en Estados Unidos, Saadawi vio cómo Bill Clinton era elegido, seguido por George W. Bush y finalmente, por Barack Obama. Cuando Hillary Clinton contendió con Donald Trump en 2016, con frecuencia le preguntaban sobre su perspectiva de Estados Unidos con su primera mujer líder, pero entonces al igual que ahora, esa pregunta revela una malinterpretación fundamental de su feminismo.
“La gente pregunta: ‘¿Le gustaría tener una mujer gobernante?’”, cuenta Saadawi. “Depende, porque no distingo a las personas según sus órganos genitales. No digo que una persona es hombre o mujer. Hay hombres feministas y que se oponen a la opresión a las mujeres… y hay mujeres como Clinton y [la primera ministra británica] Theresa May y Condoleezza Rice que son más patriarcales que los hombres”.
En 2011, Saadawi formó parte de la revolución que derrocó a Hosni Mubarak y que llevó a la elección ganada por la Hermandad Musulmana. Al igual que muchos izquierdistas egipcios, ella recibió con agrado la caída del líder de la Hermandad, Mohammed Morsi, en julio de 2013, y se opone al uso de la frase “golpe de Estado” para describir el derrocamiento militar de su gobierno. “No digo que haya sido un golpe de Estado. Occidente afirma que fue un golpe militar que derrocó a la Hermandad Musulmana; eso no es verdad”, apunta. “Fue una revolución del pueblo”.
Dejando a un lado la semántica, durante los cuatro años desde que el general Abdel Fattah el-Sissi asumió el poder, se ha producido un enorme ataque contra los derechos humanos en Egipto, donde miles de activistas, entre ellos, liberales que participaron en la revolución de 2011, escritores y miembros de la Hermandad Musulmana, están ahora en la cárcel. En 2018 Sissi ganó con 97 por ciento de la votación después de que a todos los contendientes presidenciales verdaderos se les impidió participar o fueron enviados a prisión.
Dado lo anterior, ¿Saadawi sigue apoyando al gobierno de El Cairo? “Yo no apoyo a ningún gobierno”, dice. “Pienso que ningún gobierno trabaja realmente por las personas, en Egipto o en Estados Unidos. No creo en gobernantes individuales, en reyes, en [Margaret] Thatcher, Mubarak, Sissi, Sadat, no. El pueblo no puede ser gobernado por una sola persona, se necesita una revolución de millones”.
AVANCES PAULATINOS
Saadawi señala que, aunque aún tiene prohibido hablar de la mutilación genital femenina en la prensa egipcia (aunque esa práctica es ilegal, los índices de circuncisión femenina son de hasta 87.2 por ciento en algunas áreas de Egipto, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud), escribe una columna para Al-Ahram, un diario propiedad del Estado. “Es un periódico del gobierno, pero escribo en él. Así que hay un avance. En los regímenes de Sadat y Mubarak me censuraban”.
Y en otras partes del mundo, se han producido otros cambios que dan motivos para ser optimistas, dice, entre ellos, el movimiento #MeToo en Estados Unidos, que comenzó con acusaciones contra el productor cinematográfico Harvey Weinstein en octubre pasado. (Finalmente, fue arrestado y acusado de violación por el fiscal del distrito de Nueva York en mayo pasado). Al mirar desde Egipto cómo se desarrollan los acontecimientos, Saadawi no puede evitar sentirse reivindicada. “Esas mujeres, que tienen la mitad de mi edad, descubrieron lo que yo descubrí hace 40 años”, dice. “Yo relacionaba el patriarcado con la clase social, con el capitalismo, con la religión, con el racismo. Cuando ocurrió el movimiento #MeToo dije, ‘Dios mío, ¿por qué tardaron tanto?’”
Durante años, Saadawi observó cómo a los países árabes se les mostraba como sexualmente reprimidos y retrógrados, en contraste con el progresista Occidente. “Creen que solo las mujeres de las sociedades árabes y musulmanas son acosadas”, dice, “y que las mujeres de Estados Unidos y el Reino Unido son libres. Yo decía, ‘No, todas estamos en el mismo barco’, y lo decía a mediados de la década de 1950. Se reían de mí”.
Mientras habla, Saadawi dibuja en una hoja de papel, escribiendo palabras importantes, subrayándolas, trazando diagramas que ilustran sus argumentos. Cuando se le pregunta sobre el futuro, voltea la hoja y dibuja una línea en zigzag. Hace un diagrama de la historia: altas y bajas, puntos altos y puntos bajos, pero siempre avanzando.
“Estamos aquí”, dice, mientras pone una marca a la mitad de una línea descendente. “Es por eso que ustedes tienen a Donald Trump y a May. Estamos en el período del capitalismo feroz combinado con un feroz fundamentalismo religioso, junto con el racismo, ¿ves cómo los palestinos son asesinados? Es un periodo difícil, pero llegará a su fin porque así transcurre la historia, en zigzag”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek