La senadora Tammy Duckworth hizo historia en abril pasado en Estados Unidos cuando se convirtió en la primera legisladora en funciones en dar a luz. Y su hija, Maile Pearl Bowlsbey, ya ha hecho historia al ser la primera bebé a la que se le permite el acceso al Senado, tras una modificación del reglamento impulsada por Duckworth. Sin embargo, aunque Duckworth ha sido considerada como una heroína de las madres trabajadoras, las similitudes no van más allá. Como senadora, el salario de Duckworth está establecido por estatuto, lo que la inmuniza contra lo que se conoce como “penalización por maternidad”. Sin embargo, para la mayoría de las madres trabajadoras, los hijos provocan más que un cambio en su rutina; también provocan un cambio en sus ingresos.
Cuando una mujer se convierte en madre por primera vez, su salario disminuye 4 por ciento en promedio. En comparación, los varones que se convierten en padres suelen ver un aumento de 6 por ciento en su salario. Y la brecha se expande con cada nuevo hijo. “Si una mujer tiene dos hijos”, afirma Michelle Budig, socióloga de la Universidad de Massachusetts en Amherst, “sus ingresos serían, en promedio, 8 por ciento menores que los de las mujeres que no los tienen”.
Esta reducción se explica en parte por el hecho de que las mujeres disminuyen su horario de trabajo o abandonan completamente el mercado laboral. “Hay una parte de verdad en ello”, afirma Budig. Pero ese cambio explica únicamente cerca de la cuarta parte de la penalización total. El hecho de que los varones contribuyan más a las labores de la casa no mitiga el golpe que las mujeres reciben en su salario. “El hecho de tener un esposo que realice relativamente más labores de la casa o menos no es muy importante para el tamaño de la penalización por maternidad”, señala Alexandra Killewald, socióloga de la Universidad de Harvard.
Existen otras disparidades: las mujeres que se han tomado un tiempo para criar a sus hijos o que ya tienen hijos cuando solicitan un empleo, pueden sufrir por esa decisión. Hace algunos años, la socióloga de la Universidad Stanford Shelley Correll y sus colegas descubrieron que las mujeres que insinúan en sus currículos que tienen hijos, por ejemplo, indicando que tienen un puesto en alguna asociación escolar de padres de familia, reciben menos llamadas de sus posibles empleadores que otras solicitantes. Además, los posibles empleadores pueden tener reacciones negativas ante las madres que criaron a sus hijos en casa y que pretenden volver a trabajar. “En algunos contextos, las eliminan de una manera bastante agresiva del proceso de contratación”, señala Christy Glass, socióloga de la Universidad Estatal de Utah. Estos obstáculos se comprenden menos que la brecha salarial, añade; los mismos pueden tener también un impacto importante en la experiencia laboral.
Este desequilibrio económico no solo afecta a las madres, afirma Budig. “Los niños bien educados crecen para convertirse en contribuyentes fiscales que ayudan a las personas cuando se jubilan, y muchos de ellos se convierten en médicos y cuidadores para el resto de la sociedad”.
Sin embargo, y a pesar de Tammy Duckworth, las mujeres que deciden tener hijos continúan recibiendo un apoyo inadecuado. “El hecho de que las mujeres sean penalizadas por realizar un trabajo que constituye una aportación social”, dice Budig, “es doblemente malo”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek